La moda sí puede ser una expresión de declaraciones o posiciones políticas. Aunque los diseñadores de moda pueden no considerarse personas políticamente activas, sí pueden manifestar sus posturas a través de su obra, reinterpretando los momentos históricos en los cuales viven.
Hace algunas semanas, la campaña de las camisetas #NiUnaMenos de Ripley usaba directamente la moda para apoyar la protesta de un movimiento social, regalando miles de poleras con diferentes statements que rechazan la violencia hacia las mujeres.
En mi calidad de “fashionista” llegó una de esas camisetas a mi casa, junto a una nota donde se me invitaba a repartirlas a las personas en una tienda determinada. No asistí a dicho evento ni me puse la polera en cuestión. Yo ya había protestado a mi manera. Eso sí, me moría de curiosidad por saber cómo reaccionarían todos ante tal “intervención social”.
La campaña fue un fiasco en términos de la recepción que la gente le dio a través de redes sociales masivas, donde se acusó a la multitienda de tomar las consignas de un movimiento social para fines comerciales y publicitarios (“Porfa todas a buscar su polera feminista a Ripley hoy, hecha por las mejores guaguas de Bangladesh. Pasen a ver los adelantos de verano, sí!”, fue lo más suave que leí). Sin embargo, el evento fue ampliamente cubierto por los medios de comunicación, por las fashion bloggers en algunos casos, e incluso inspiró la portada de una importante revista de papel cuché.
Un par de días después, comencé a mirar con detención mi cuenta de Instagram y a tomar conciencia del crecimiento exponencial que habían tenido las camisetas, bolsos y pantalones con statements, símbolos o rostros de personajes íconos de la historia durante el último año en mi clóset. Y me angustié. ¿Estaba apoyando fines comerciales, como reclamaba la gente ante la campaña de las camisetas? ¿O realmente me estaba “poniendo la camiseta” para fines sociales relevantes cada vez que salía a la calle con una de estas prendas?
Pensara lo que pensara, no quedaba duda: tener mensajitos en la vestimenta del tenor “Yes”, “No”, “No logo”, “Fuck you”, “Use a condom”, “Blah, blah, blah… No excuses”, “Fashion killer. Don’t copy», “Paris”, “New York” (y todas las capitales de la moda que puedas imaginar) es un must have en muchos clósets contemporáneos.
Esto, por supuesto, no nace del aire. Aunque muchos no lo recordemos, fue a principios de los 80 cuando la diseñadora británica Katherine Hamnett comenzó a introducir declaraciones políticas en el diseño de camisetas, llegando incluso a visitar a Margaret Thatcher con una de ellas como protesta por la instalación de misiles nucleares en el Reino Unido. Diseñadores de alta costura como Alexander Wang, Vivianne Weswood, y marcas emblemáticas como Dior, Chanel, entre muchas otras, también han realizado declaraciones políticas importantes en sus pasarelas, a través del uso de estos mensajitos en prendas de vestir. La versión prêt-à-porter –que es la que invade nuestros clósets– es una de las favoritas del street style y se puede encontrar en casi todas las tiendas del retail.
Quizás muchos no saben por qué, pero ciertas frases, colores, formas o estilos de vestir nos identifican. Y la razón, aunque puede parecer esquiva, es clara.
Aunque muchos la subestiman, la moda ha sido, es y será una de las instituciones más importantes en la vida de las personas, así como el reflejo de la sociedad en un momento histórico. Vestirse es el resultado de un encuentro entre lo privado y lo público, una constante negociación y autodefinición de las personas. El vestir nos otorga la oportunidad de reconocer al otro en la diferencia, o de compartir determinados pensamientos. Es una expresión de códigos y de simbolismos, y, por lo mismo, de una postura determinada. Si bien el confeccionar ropa o accesorios de vestir se traduce en un proceso de manufactura, hacer moda puede asociarse a una construcción ideológica determinada, sea cual sea.
[cita tipo= «destaque»]La protesta pierde densidad, se hace menos ofensiva y el mercado la transforma en mercancía, homogeneizando y estandarizando gustos a través de la publicidad y el marketing.[/cita]
Toda época y cada generación encuentran formas específicas de expresión a través de su vestimenta. Algunas, por supuesto, han marcado más la historia que otras, especialmente, las que han protestado con más fuerza.
Siglos antes que Karl Lagerfeld interpretara una falsa protesta protagonizada por modelos de su colección S15 para Chanel en la Semana de la Moda en París, apoyando el movimiento feminista con pancartas del tipo “ladies first” o “women’s rights», y vistiendo trajes masculinos en tweed, muchos otros ya habían utilizado la moda como una forma de protestar por una causa.
Mientras en la Francia del siglo XVIII los sans-culottes defendían con orgullo su vestir frente a las clases acomodadas, en las primeras décadas del siglo XX Coco Chanel protestaba a través de colecciones y diseños que en su tiempo “empoderaron” a la mujer en el mundo masculino. A fines de los 40 aparece el traje Mao en China, como símbolo de austeridad y en contra de la opulencia de Occidente. En los 60, los hippies lideraban una anarquía antibélica, apoyando el cuidado del medio ambiente, la liberalización sexual y rechazando el materialismo. Quién no ha escuchado hablar del flower power o de Woodstock y sus implicancias políticas en la historia moderna. Sus ropas brillantes, anchas, costumizadas, su estilo psicodélico y lleno de colores se plasmaban también en la música y el arte.
Por aquella época, la alta costura abría sus ojos para reinterpretar la historia en sus propuestas de pasarela. Yves Saint Laurent, por ejemplo, se acercó al mundo hippie a través de la moda, y a favor de la liberación femenina integró las transparencias en el vestir. Mary Quant, también en pro del feminismo, instauró el uso de la minifalda.
La legendaria Vivienne Westwood tuvo una influencia trascendental en el nacimiento del punk y la ropa tecnificada, inspirando al mundo de la moda desde entonces. A comienzo de los años 80, Franco Moschino incluyó la ironía en sus colecciones con mensajes reivindicativos de diferentes grupos sociales. El actual director creativo, Jeremy Scott, ha sido también reconocido por su protesta contra lo convencional y el statu quo. El uso de la moda ha sido incluso un rechazo a las normas sociales de género (lo que hoy conocemos como género neutro o genderless). Las colecciones de Rad Hourani son una buena muestra de ello. Una de las novedades de la última semana de la moda en Nueva York fue la colección de Namilia, diseñadores jóvenes, quienes presentaron un verdadero manifesto con frases y figuras de personajes políticos y religiosos (“You’re just a toy”, “Nothing will be the same” y ”Take down Trump”, entre otros), fusionando la estética punk con lo gótico.
Pero este proceso de reinterpretar reivindicaciones sociales a través de la moda no sucede exclusivamente en el extranjero. En Chile, podemos ver casos interesantes, como el de la marca Espínola, del diseñador Juan Pablo Espínola–estudiante de arquitectura–, junto al diseñador gráfico Diego Salinas, quienes lanzaron a mediados de este año la línea Proyecto-T, donde la polera se transforma en un lienzo o pizarrón de ideas y frases que resumen el pensar de los protagonistas, acompañadas por fotografías sociales. La rebeldía del protestante al usar una polera personalizada está justamente en eso: en usar algo distinto.
Como podemos ver, la moda sí puede ser una expresión de declaraciones o posiciones políticas. Aunque los diseñadores de moda pueden no considerarse personas políticamente activas, sí pueden manifestar sus posturas a través de su obra, reinterpretando los momentos históricos en los cuales viven.
Sin embargo, para entender si en la actualidad la moda puede ser una plataforma genuina de empoderamiento de movimientos políticos y no solo una declaración de ideas e intenciones, quizás debemos cuestionarnos primero cómo se utiliza realmente a la moda en épocas de protesta por parte de la industria y del mercado.
La adopción de tendencias colectivas sin mayor pensamiento crítico es un aspecto relevante cuando analizamos la relación entre moda y protesta. Décadas atrás, las cosas sucedían más lentamente, los cambios llegaban, pero tomaba un rato. Había más tiempo para ser diferentes, para dar la lucha y para no ser “comidos por el sistema”. Hoy, en cambio, el proceso parece ser el que sigue: surge una forma de vestir aceptada por un grupo pequeño de individuos, quienes desean diferenciarse de los demás o entregar un mensaje. Dicha forma de vestir, al ser novedosa, otorga un significado de interés a un grupo mayor de personas que la transforman en tendencia. El mercado se da cuenta de eso y no escatima en fórmulas para convertir esa diferencia en un producto masivo y “de moda”. Es justo ahí cuando la protesta se transforma en pataleta y se despolitiza.
Cuando se industrializa una experiencia, esta deja de ser única y creativa. En ese sentido, la industria y el mercado le quitan a la moda la capacidad de protesta y de comunicar desde lo distinto. ¿De qué forma? Masificando la protesta, tomando íconos que en un minuto fueron revolucionarios y masificando su imagen. Ponerse una polera del Che Guevara hace 40 años era un decisión ideológica y política, era un atrevimiento e, incluso, era peligroso. Ponerse la misma polera hoy es algo común para muchos universitarios, y también “cool” para ciertos grupos socioculturales.
Pero esto no se queda ahí. Incluso han nacido marcas que se apropian de lo “político” y masifican su discurso en el mercado. Recordemos las famosas zapatillas Zoviet, con un nombre representando al gran enemigo ideológico del capitalismo en el siglo XX, pero transformada en una marca de ropa multinacional. Un caso similar se da con la marca DrMartens, que en un principio hacía botas para los nazis (y ha sido acusada recientemente de explotación laboral, igual que casi toda la industria del retail), pero se transformó en lo más atractivo entre quienes éramos adolescentes grunges en los 90, y hoy están en boga más que nunca.
En este sentido, la protesta pierde densidad, se hace menos ofensiva y el mercado la transforma en mercancía, homogeneizando y estandarizando gustos a través de la publicidad y el marketing.
Ahora vuelvo a mirar mi clóset y me pregunto: ¿seremos unos cómplices más del mercado y del discurso pseudopolítico imperante en la moda, olvidando nuestra individualidad? La moda respira política, pero hoy, contradictoriamente, lucha con quien le da de comer: la propia industria.