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¿Razón o Emoción?

Juan Cassasus y Cecilia Montero
Por : Juan Cassasus y Cecilia Montero Juan Casassus, autor entre otros de “La educación del ser emocional”, y Cecilia Montero, autora entre otros de “De la ciencia a la consciencia”.
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El año 2017 se anuncia interesante. Hacia fines del 2016, como balance del año, algunas revistas, diarios digitales y programas de radio con alto rating han destacado la emergencia de un nuevo concepto que vendría a caracterizar las derivas populistas: la post-verdad, y su relación con la emoción. El prefijo “post” apunta a una cualidad que ha dejado de ser, que ha pasado a ser irrelevante. Lo que estaría quedando atrás – por ejemplo en la política- es la verdad como argumento, el apoyarse en hechos objetivos.

De esta definición general se pasa a declinar la post verdad en acepciones diversas que van desde el uso descarado de mentiras, caer en el subjetivismo, hasta la pérdida de interés en una concepción racional (y científica) de lo real, para apelar al discurso que se afirma en lo emocional, como si ello fuera equivalente a no verdad. Si esto no ocurriera solo en política, estaríamos ante un salto epistemológico mayor que compromete no sólo la naturaleza de la verdad, de lo que es verdadero y falso, sino también un cuestionamiento de la concepción compartida de que es lo real.

En el contexto anglosajón, donde surge el término, el debate entre liberales y conservadores es cruzado: unos acusan a los otros de faltar a la verdad, ya sea en nombre de la razón o de los valores. En la escena política chilena en cambio el tema ha sido tomado por ciertos líderes de opinión para descalificar ex ante a quienes se atrevieran a ignorar la “voz de la razón”, tal como la entiende la elite intelectual que tiene acceso a los medios.

Es así como se llega a decir que la lucha política en la centroizquierda, se ha transformado en una confrontación entre la razón encarnada por Ricardo Lagos, y la emoción encarnada por Alejandro Guillier. Y no faltan quienes están tentados de colocar a la Presidenta en este segundo grupo.

El debate, o la lucha, recién comienza y si se da en este plano será peligroso a la vez que fascinante. ¿Cómo no ver que pone de actualidad el miedo al relativismo que marca el fin de la modernidad al mismo tiempo que cuestiona el poder de las élites basado en el conocimiento?

El peligro de la post verdad estaría tanto en los riesgos de escuchar la emoción de la gente como en la reconstrucción lingüística de los eventos independiente de los hechos (aunque los hechos sean construcciones lingüísticas de datos, y los datos sean a su vez recogidos en ciertas condiciones.. etc.). El énfasis excesivo en una cierta racionalidad termina por dejar de la lado que la emoción es el principio de la acción, que si no hubieran hechos no habría reacción emocional, que la emoción es una relación entre la persona, los otros y el mundo, y tanto más. El riesgo de oponer razón a emoción, elite ilustrada y pueblo, es establecer relaciones de poder que llevan a descalificaciones tales como: el irracionalismo, el populismo, o la demagogia.

¿Es tan así?

La estructura ideológica que subyace

Subyacente a estas reacciones existe una estructura ideológica, propia del siglo XIX, cuando razón equivalía a la verdad, y de allí su secuela de pensamiento positivista en las disciplinas entonces nacientes, como la economía, la psicología, la educación, y la pujanza hacia el progreso y crecimiento ilimitado. Esa visión que atribuye el cielo a razón, al mismo tiempo atribuye el infierno a la emoción, en palabras de Carlos Peña, es extemporánea. Las guerras mundiales, las dictaduras, el despojo del planeta, los desequilibrios ecológicos y climáticos se encargaron de echar por tierra esa ilusión racionalista de lo humano.

Si nos situamos en el plano de la economía, se puede constatar que la disciplina racionalista por excelencia, ha ido perdiendo algunos de sus pilares. La teoría que nuestras decisiones son racionales (rational choice), y que han inspirado a la política chilena, han quedado en el pasado por la evidencia de que nuestras decisiones son fundamentalmente emocionales (Allan Schore). Aunque todavía hay quienes no ven contradicción alguna en postular actores racionales al tiempo que lamentan que la pérdida de dinamismo de la economía radica en “la falta de expectativas”, en “una falta de confianza”. Pero la realidad se impone y ahora vemos que uno de los invitados estrella de estos círculos es un psicólogo especialista en emociones morales (J. Haidt). Excelente noticia.

El caso de la seguidilla infructuosa de reformas educacionales puede servir de ejemplo acerca de donde nos puede llevar el confiar solo en la razón y descuidar la emoción. El año 1998 en los albores de la discusión sobre la mala calidad de la educación en Chile, las investigaciones que estaban a nuestro alcance, indicaban que mejorar la calidad de la educación pasaba por darle importancia a los climas emocionales del aula y las escuelas, los vínculos entre profesores y alumnos, por la profesionalización de los profesores, por despertar el interés de los alumnos, por escuchar su curiosidad. Existía en ese momento abundante evidencia al respecto, pero había un muro que ha persistido hasta hoy: la estructura ideológica imperante. Ésta se impuso al entregar el diseño de las reformas a la tecnocracia racionalista.

[cita tipo=»destaque»]Es una carencia de visión considerar que se trata de una dicotomía excluyente, razón o emoción. Los humanos nos caracterizamos por ser emocionales y racionales. No lo uno o lo otro. Lo que nos hace falta es profundizar acerca del mundo emocional, en particular antes de que terminemos de ser absorbidos por la tecnología, y nos transformemos en seres biónicos. El meollo de lo humano es la emoción y la ética, que surge de la exploración emocional. El recurso para mantener la humanización de la humanidad está en el reconocimiento de la emoción.[/cita]

Es una carencia de visión considerar que se trata de una dicotomía excluyente, razón o emoción. Los humanos nos caracterizamos por ser emocionales y racionales. No lo uno o lo otro. Lo que nos hace falta es profundizar acerca del mundo emocional, en particular antes de que terminemos de ser absorbidos por la tecnología, y nos transformemos en seres biónicos. El meollo de lo humano es la emoción y la ética, que surge de la exploración emocional. El recurso para mantener la humanización de la humanidad está en el reconocimiento de la emoción.

Cuando todo se fluidifica

Lo que enciende las alertas no es tanto la manipulación de las audiencias mediante técnicas subjetivas sino el que se pasen a llevar verdades que creíamos establecidas sin entregar pruebas racionales. La honestidad intelectual de quien emite mensajes es ciertamente vital para una vida en común. Pero desde Nietzsche en adelante sabemos que no existe tal cosa como una visión exacta de la realidad sino muchas verdades contingentes. De él también aprendimos que cuando quienes declaran estar diciendo la verdad montan en contra de quienes la niegan, están agitando un debate de poder.

Mas que escudarse en el monopolio de la verdad en nombre de la razón –y de paso tratar de ignorantes al resto- valdría la pena preocuparnos acerca de porque ciertos mensajes encuentran eco en la gente, hasta el punto de dar vuelta las mayorías políticas. Puesto que la democracia descansa en la tendencia natural de las personas a creer que los demás dicen la verdad la pregunta que surge es qué ocurre con la opinión pública cuando se viven períodos de alta desconfianza generada justamente por…quienes se arrogaron el monopolio de la verdad. ¿Quién pasa a ocupar ese rol? ¿Cómo construyen las personas sus propias coherencias intelectuales?

La tentación de considerar la post-verdad como producto del relativismo del “todo vale” del post modernismo, del atractivo de la razón populista, o de la demagogia oportunista de líderes irresponsables, no conduce muy lejos. Más fértil puede ser mirar la post-verdad como un síntoma de una cultura que nos cuesta comprender.

En primer lugar, está lo efímero, vivimos en tiempos de incertezas, que exigen de las personas a toda edad y nivel un esfuerzo individual a la vez que una disposición a la movilidad. En la sociedad líquida las relaciones son precarias, transitorias y volátiles (Bauman). Las confianzas y los compromisos duran mientras generen beneficios. Lo cual se aplica también a las “verdades” que cada uno suscribe.

En segundo lugar, hay un empoderamiento masivo por el acceso a más información. Puedo construir simbólicamente mi propia vida, seleccionar mis verdades, las personas y líderes que le dan sentido a mi propia burbuja. Información es poder pero también es transparencia. El exceso de transparencia es pornográfico en tanto todo está vuelto hacia fuera, descubierto, expuesto al escrutinio público (Byun Chul Han). Las instituciones, las figuras públicas, los conocimientos ya no son reservados, están demasiado cerca como para constituir referentes de autoridad.

En tercer lugar, la emocionalidad ya no se reprime sino que ha pasado a ser una dimensión relevante, decisiva, para el bienestar de la persona. El mundo exterior se le presenta al individuo como un escaparate repleto de deseos y oportunidades. Lejos quedó la sociedad del logro a la que se llegaba por el duro esfuerzo de todo una vida. El exceso de opciones estimula la búsqueda de satisfactores emocionales en todos los ámbitos: en el trabajo, en las relaciones, y también en la política! Lo relevante no es la oferta sino el impacto que tiene en el bienestar/malestar emocional. No es por azar que la publicidad y los negocios han hecho de las emociones la herramienta de venta por excelencia. Y los políticos buscando acercarse a la gente ya no intentan convencer, sino seducir.

Por esta vía llegamos a una sociedad compuesta de ciudadanos consumidores, empresarios de sí mismos, que definen sus propias verdades, cuyas certezas y necesidades son volátiles, que no están buscando líderes que los representen en un Estado racional lejano que ha dejado de entregarles respuestas, sino personas semejantes que los interpreten. Escenario que desordena e incomoda a las elites tradicionales. La pena es que no existe un vuelo directo al nuevo orden, debemos atravesar el desorden (Rohr).

Sería lamentable que quienes dicen tener mas herramientas para definir la realidad enfrenten la ola de post verdad atribuyéndola a la irrupción de pulsiones emocionales oscuras. Lo que debemos hacer es humanizar, no separar la razón de la emoción, sino respetarlos e integrarlos. Quizá sea un camino mas seguro para recuperar la honestidad intelectual cuya pérdida lamentamos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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