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¿Maridos corruptos y esposas inocentes?

Paulina Morales
Por : Paulina Morales Académica Departamento de Trabajo Social Universidad Alberto Hurtado
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Por estos días conocemos en Chile de la formalización de Verónica Méndez Hurtado y María de la Luz Chadwick, esposas de los controladores del grupo financiero Penta, Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio Lavín, respectivamente.

Por estos mismos días, en España (desde donde escribo), se encuentran formalizadas y declarando en fase de juicio oral diversas militantes del Partido Popular por uno de los casos de corrupción más amplios y conocidos: el denominado caso Gürtel. Entre dichas mujeres se encuentra incluso una ex ministra de Estado. También acá en España se acaba de conocer la sentencia del caso Nóos, otra trama de corrupción de grandes dimensiones que involucró nada menos que a Iñaki Urdangarín y la infanta Cristina, cuñado y hermana del actual rey Felipe VI.

En todos estos casos, se trata de mujeres que han sido llamadas a juicio debido a las conductas delictivas de sus cónyuges. En el caso chileno, se trata de connotados empresarios que fueron configurando una red para eludir impuestos extensa en el tiempo y en sus ramificaciones. Todo, no obstante, cubierto por un manto de seriedad dentro del concepto de hacer negocios. En el caso español, a diferencia de ello, la trama Gürtel se configuró a partir de un grupo de empresarios que vio en la vinculación con un partido político su nicho de operaciones, ya fuera organizando actos partidarios a lo largo del país, ya fuera por medio de la práctica permanente de hacer regalos de lujo a los dirigentes partidarios. Lo de Urdagnarín, en tanto, remite a su alianza con un socio, con el cual comenzaron a negociar eventos en diversas comunidades autónomas y ayuntamientos del país, especialmente de índole deportiva (recuérdese que Urdangarín fue seleccionado nacional de handboll). Aquí el núcleo del asunto era promocionarse como yerno del rey (del anterior, Juan Carlos I) para conseguir contratos con el aval de la realeza como signo de confianza. Nóos, finalmente, también terminó siendo una máquina para defraudar.

Frente a ello, ¿qué papel les ha cabido a las cónyuges de los Penta, Gürtel y Nóos? Aunque suene deplorable, el rol de esposas incautas, ingenuas, engañadas, inocentes. No se enteraban de nada. Firmaban por aquí y por allá todos los documentos que sus maridos les pidieran sin preguntar nada, sin cuestionar nada. Tampoco les llamaban la atención los regalos lujosos que recibían de cuando en cuando sus maridos. Acá en España los cabecillas de la Gürtel estilaban congraciarse con detallitos como: un Jaguar, viajes paradisíacos, regalos carísimos, fiestas de cumpleaños o primeras comuniones costosas, cosa poca. Tampoco se sorprendían estas mujeres cuando algunos de los regalos eran para ellas: un bolso Loewe o Louis Vuitton, nada llamativo, si cualquier día a uno le regalan cosas como esas, ¿no? La infanta Cristina, por su parte, no se asombraba de que su esposo, poco dado al trabajo, aumentaba aceleradamente y de manera exponencial su fortuna. Y eso que ella trabaja en el rubro bancario.

[cita tipo=»destaque»]No se puede pasar por alto que se trata de una estrategia judicial a todas luces indigna para las mujeres; puede que eficaz, pero indigna. Lo que estos tres casos proyectan es la imagen de mujeres pasivas, ingenuas, fácilmente manipulables, sumisas, que depositaban todo el poder y la toma de decisiones en sus cónyuges.[/cita]

Ahora bien, tanto en Chile como en España, la estrategia de defensa de estas mujeres es básicamente la misma: aducir que no sabían nada, que no entendían de los negocios de sus esposos, que no preguntaban nada y firmaban lo que se les pedía. Pero, ¿es sostenible esta defensa? Más aún, ¿puede argüirse como maniobra para resultar libre de responsabilidad penal? Francamente, ya instalados en el siglo XXI cuesta creer argumentos como aquellos. Resulta imposible creer que en el seno de matrimonios de décadas los maridos pudieran hacer y deshacer sin ellas inmutarse. Otra cosa es que no quisieran enterarse y prefirieran pasar por alto muchas cosas. Y otra cosa es que la justicia ciega quiera creer dicha tesis, como en el caso Nóos, cuyo resultado final fue: él culpable, ella inocente.

Por lo demás, otra arista de esta reflexión inevitablemente apunta al tema de la igualdad ante la ley. Cuando cada ciudadano de a pie hace su declaración anual de impuestos, el Servicio de Impuestos Internos (la Agencia Tributaria española) precisa en su web que al hacer esta rendición de cuentas asumimos la responsabilidad sobre su contenido, y expresamente señala que ante cualquier error o discordancia en las cifras no podemos aducir ignorancia o desconocimiento. Así de claro. Pues bien, en el caso de las esposas de los Carlos, como bien precisó el fiscal del caso, ellas manejaban talonarios de cheques y hacían su declaración de renta año tras año. ¿Cómo pueden argumentar ahora no entender lo que hacían? Personas de su entorno más próximo avalan esta tesis y aducen todo a una venganza de la fiscalía por no haber podido ir más lejos en materia penal con sus maridos. Como siempre, la emergencia de tesis conspirativas cuando se trata de personajes importantes y no es posible demostrar inocencia.

Finalmente, lo de fondo: no se puede pasar por alto que se trata de una estrategia judicial a todas luces indigna para las mujeres; puede que eficaz, pero indigna. Lo que estos tres casos proyectan es la imagen de mujeres pasivas, ingenuas, fácilmente manipulables, sumisas, que depositaban todo el poder y la toma de decisiones en sus cónyuges. Esta imagen es absolutamente contradictoria con lo que somos hoy en día las mujeres: sujetas activas que queremos decidir sobre nuestras vidas, ocupar todos los campos de la vida en sociedad y tomar nuestras propias decisiones. La lucha por conquistar mayores espacios de libertad para las mujeres ha sido ardua, ha tomado décadas y ha costado también vidas humanas. Pioneras fueron las primeras sufraguistas, o las que se empeñaron en ingresar a la universidad cuando era un campo reservado sólo para hombres, trabajar remuneradamente o estudiar carreras tradicionalmente ‘masculinas’. En fin, es una historia hermosa y dolorosa en partes iguales. Pero es sobre todo la historia por la dignidad de las mujeres. Penoso es querer salvarse de la cárcel aduciendo una ignorancia indigna.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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