Publicidad

Frente Amplio: las claves tras la irrupción de Beatriz Sánchez

Aldo Torres Baeza
Por : Aldo Torres Baeza Politólogo. Director de Contenidos, Fundación NAZCA
Ver Más


Hay que ser claros: el Frente Amplio no es una opción testimonial ni busca robar votos de la Nueva Mayoría y su extensión comunista. No: es opción real y concreta. Porta la energía de casi tres décadas del secuestro de la soberanía popular por los poderes oligárquicos. La pre-candidatura de Beatriz Sánchez es otro signo más de la factibilidad política que representa. Bastaría preguntarse si una mujer inteligente como ella, ¿habría abandonado su carrera como una de las periodistas más serias y creíbles del país por una opción sin viabilidad política?

El Frente Amplio, creo, es la culminación -e inicio simbólico- de un proceso de maduración política: lo que fueron protestas estudiantiles y sociales que parecían aisladas y desconectadas de un proyecto general (las más visibles: pingüinos 2006, estudiantes 2011, No + AFP, Patagonia sin represas, Ni Una Más, etcétera, etcétera) hoy comienzan a manifestarse dentro del sistema político, lo que, obviamente, implicará un desequilibrio en el poder. De ese modo, el Frente Amplio está dando cuenta que, si bien estos movimientos no tuvieron efecto en los equilibrios electorales- más allá de la utilización que la NM hizo de ellos al integrarlos en un programa político sin nunca interiorizar realmente el sentir del pueblo-, sí modificaron el sentido común del país.

En su condición más elemental, el tiempo también puede medirse en función del cambio. Si no hay cambios, tampoco hay tiempo. Podemos, entonces, evaluar el paso del tiempo en relación a los cambios que trajo, observar con perspectiva: nadie criticaba a las AFP hace diez años, hoy nos parecen una basura, sabemos que el machismo mata, que el monocultivo es una lacra, que la política debe descolonizarse del empresariado, etcétera, etcétera. Lo que ayer era normal, hoy no lo es. Ahí está el sentido común que el Frente Amplio entra a disputar en el escenario político. Y esto por una razón fundamental: la política, en su sentido más genuino y molecular, es una lucha por explicar la realidad. Y la realidad cambia. La realidad de Felipe Kast, por ejemplo, no es la realidad de las mayorías; ¿podría explicar como conducir Chile alguien que habla por el 0,1% del país? La realidad no pueden explicarla quienes no la sienten. Benedetti decía que todo depende de “el dolor con que se miren las cosas”, y vaya que duele ver como estafan a nuestros abuelos con pensiones miserables o como estafan a nuestro pueblo con las colusiones y el chantaje empresarial. Ese alejamiento del dolor respira bajo la declaración de Marcelo Díaz, cuando dice: “Me da sana envidia, lamento que mi generación no haya podido parir un candidato así», no solo está hablando de políticos que se formaron en los 90, también habla por toda una generación que no puede dar cuenta de lo que está pasando, ¡porque no saben lo que está pasando!, están encerrados, acorralados y, lo peor de todos, colonizados por las pesqueras, mineras, forestales, farmacias, etcétera, etcétera.

Con la irrupción del FA, comprobamos que debajo de la eterna transición de la elite, siempre estuvo moviéndose la transición social, que hoy se manifiesta como opción política viable y concreta. Hasta hoy, la llamada institucionalidad (sistema binominal, Constitución fraudulenta, empates y pactos de silencio, sistemas de pesos y contra pesos), que no había permitido ninguna irrupción importante en el panorama político (mas allá de la irrupción de MEO que implicó la derrota de Frei a manos de Piñera, situación clave para las perspectivas del FA) se encuentra resquebrajada y, entre sus grietas, se cuela una opción política que encuentra en el mecanismo electoral una alternativa para que las grandes las mayorías sean representadas y no utilizadas.

Ese ánimo del “que se vayan todos”, difuso, desfragmentado, inorgánico, de cansancio total, pero siempre transversal, que llevó, por ejemplo, a quemar La Polar el 2011 como respuesta a las repactaciones unilaterales, hoy toma nuevas fuerzas, se configura como opción posible y real de conformarse en gobierno y revertir las colusiones, los abusos y las estafas de la casta político-empresarial. Ese mismo sentir que no se sentía representado por los signos de las identidades políticas habituales, que sobrepasa el lenguaje y los símbolos de la clásica izquierda y derecha, y que, en última instancia, fijan un horizonte posible más allá de lo político. El desafío es convertir esa mayoría social en una nueva mayoría política, sana y libre de corrupción institucionalizada.

Este desafío se da en un contexto en que el sistema político y el modelo de desarrollo no logran responder a las contradicciones que le son inherentes; los rostros amables que oxigenaban el sistema político ya no son suficientes para proteger los consensos; el desgaste de la Alianza no lo capitaliza la Nueva Mayoría y la Nueva Mayoría no canaliza el de la Alianza. Todo ese panorama reconfigura el escenario político y abre inciertas posibilidades para el Frente Amplio y sus opciones de, por medio de un camino electoral y pacífico, convertirse en gobierno.

[cita tipo=»destaque»]Pero esa posibilidad de un cambio en la institucionalidad nos desafía a todos y todas como agentes de nuestro propio destino: ¿seremos capaces de modificar la historia en vez de soportarla y de imaginar un futuro en vez de aceptarlo o seguiremos confiando el futuro de este país en la misma clase político-empresarial?[/cita]

Durante toda la edad media y hasta el siglo XVII, el concepto de crisis era exclusivamente médico, y estaba referido al momento en que una enfermedad podría empeorar o mejorar. Crisis era sinónimo de trasformación. Hoy, la crisis sólo es percibida como un trance negativo. Sin embargo, la crisis es fundamentalmente cambio. En la crisis hay una continuidad, o discontinuidad, entre lo que se fue y lo que se llegará a ser. Eso implica una renuncia del país que fuimos, para acercarnos al país que seremos. Una ruptura. El profesor Enrique Dussel lo describe mucho mejor que yo: las instituciones son necesarias para la reproducción material de la vida, para la posibilidad de acciones legítimas, para alcanzar eficacia instrumental, técnica, administrativa. Que sean necesarias no significa que sean eternas, perennes, no transformables. Por el contrario, toda institución que nace por exigencias propias de un tiempo político determinado, que estructura funciones burocráticas o administrativas, que define medios y fines, es inevitablemente roída por el transcurso del tiempo; sufre un proceso entrópico. Al comienzo es el momento disciplinario creador de dar respuesta a las reivindicaciones nuevas. En su momento clásico la institución cumple eficazmente su cometido. Pero lentamente decae, comienza la crisis: los esfuerzos por mantenerla son mayores que sus beneficios; la burocracia creada inicialmente se torna autorreferente, defiende sus intereses más que los de los ciudadanos que dice servir. La institución creada para la vida comienza a ser motivo de dominación, exclusión y hasta muerte. Es tiempo de modificarla, mejorarla, suprimirla o remplazarla por otra que los nuevos tiempos obligan a organizar.

Pero esa posibilidad de un cambio en la institucionalidad nos desafía a todos y todas como agentes de nuestro propio destino: ¿seremos capaces de modificar la historia en vez de soportarla y de imaginar un futuro en vez de aceptarlo o seguiremos confiando el futuro de este país en la misma clase político-empresarial?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias