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La pregunta por el sentido común y la disidencia: formas de vida, producción simbólica y arte

José M. Santa Cruz
Por : José M. Santa Cruz Doctor en Historia del Arte. Investigador sobre cine, nuevos medios y arte contemporáneo. Post-doctorado IDEA-Usach.
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Tímidamente y con mucho esfuerzo se ha intentado articular una discusión sobre “cultura” dentro de las orgánicas del Frente Amplio – en la medida en que el ambiente electoral lo permite-. Vale la pena mencionar que de forma inédita, por lo menos en los últimos 40 años, esta discusión no es un problema central a debatir por aquellos que imaginan otro Chile. La cultura pareciese ser solo un tema subsidiario de las transformaciones de las condiciones materiales de existencia, habitabilidad y producción en el país.

En ese pequeño espacio de maniobra, la discusión se ha esbozado en torno a las mecánicas de la hegemonía en la lucha por el sentido común, frente a las tácticas de la disidencia en las formas de vida. Ambas perspectivas intentan encontrar su visibilidad colocando como centro una reflexión sobre el estadio actual del neoliberalismo.

[cita tipo=»destaque»] No existe un sentido común único ni exterior al propio despliegue del lenguaje y las formas de vida. El sentido común no es algo que pueda ser determinado por la voluntad y discursos de los actores ni del tiempo presente, por lo contrario, son justamente los sentidos comunes los que determinan a esas voluntades de los actores y al propio presente. Estos sentidos comunes son conservadores, porque son las formas en que un colectivo humano sostienen su supervivencia en el tiempo, pero al mismo tiempo, en ellos existen espacios para su transformación o adaptación, porque la realidad material también muta. [/cita]

No obstante pareciese que, en su interior, los límites entre lo que podríamos entender como tres ejes de lo que se ha entendido por cultura se difuminan o vuelven muy opacos; Son las formas de vida de un colectivo que se cristaliza en formas de producción simbólica específicas y que un grupo de ellas cuestionan los procedimientos, estrategias y recursos que construyen esas mismas formas y discursos representacionales a través de objetos, imágenes, etc. La cultura como cotidianidad, producción estética y arte.

La opacidad de estos tres ejes es coincidente con una lectura muy mecánica del problema del sentido común, tanto ahí en las lecturas locales gramscianas y de la subalternidad de aquellos que abogan por las mecánicas de la hegemonía, donde el sentido común se proyecta como un espacio exteriorizado o una masa moldeable al arbitrio de los discursos del presente. Pero también en la respuesta revisionista de los márgenes richardianos impulsados por los defensores de las tácticas de la disidencia, que neutralizan la corrosividad del “no afuera” de los márgenes. De alguna forma, ambas perspectivas están reactualizando el debate de los años ochenta y noventa entre las retóricas de la memoria reconciliada del “nunca más” concertacionista frente a las prácticas de los márgenes que padecieron la ruptura de los tejidos sociales del proyecto cultural neoliberal chileno.

La lectura mecánica se sostiene en que existiría algo así como un sentido común, frente al que se podría luchar para construir o recuperar una “verdadera cultura popular” comunitaria frente a esa falsa cultura individualista y consumidora que es producto del neoliberalismo. Es decir, lo colectivo en la “construcción de un sujeto de transformación popular” frente al individuo “emprendedor de sí mismo”. A lo que responden las formas de vida disidentes —en su dimensión de micro-colectivo o individuo— frente a los procesos de homogenización que implicarían la imaginación de este “sujeto de transformación” —en lo que se sospecha la reactualización discursiva del monolítico hombre nuevo—.

Pero no existe un sentido común único ni exterior al propio despliegue del lenguaje y las formas de vida. El sentido común no es algo que pueda ser determinado por la voluntad y discursos de los actores ni del tiempo presente, por lo contrario, son justamente los sentidos comunes los que determinan a esas voluntades de los actores y al propio presente. Estos sentidos comunes son conservadores, porque son las formas en que un colectivo humano sostienen su supervivencia en el tiempo, pero al mismo tiempo, en ellos existen espacios para su transformación o adaptación, porque la realidad material también muta. Plantearse la lucha por la “hegemonía del sentido común”, supone en primera instancia entender que no es uno ni que se puede medir con una encuesta de opinión o de tendencias. En segundo momento, que los sentidos comunes operan en la larga duración de la historia, que son asincrónicos al devenir del presente. Y, por último, que en el interior de estos se encuentran los ingredientes para su transformación.

Planteaba que esta lectura monolítica proyecta al sentido común en su plena exterioridad. El sentido común supuestamente no se encontraría en las propias prácticas contra-hegemónicas ni disidentes, cuando justamente Gayatri Spivak nos iluminaba que uno podía estar en una posición subalterna dentro de la clase dominadora y tener una posición dominante dentro de la clase subalterna o dominada. Mientras Nelly Richard nos proponía que los márgenes no estaban afuera de las instituciones, sino en sus pedazos fragmentados por el “efecto disgregador del golpe”. La articulación de ese “afuera” es lo que aún permite apelar a los binomios de esencia y artificio, centro y periferia, resistencia/disidencia y afirmación/consenso, baja cultura y alta cultura, entre otros. Es precisamente esta lógica binaria la que reproduce la idea de que existe un “sentido común unitario” y es éste el que genera la fantasmagórica posibilidad de su determinación o lucha por él.

Frente a la lucha por la hegemonía del sentido común, hay que levantar la proliferación de sentidos comunes problematizados y polémicos/problemáticos. Frente al ejercicio de la disidencia o políticas de las diferencias, hay que construir las condiciones de posibilidad para la visibilización de los ejercicios de cuestionamiento a los procedimientos, estrategias y recursos de la producción simbólica naturalizada del presente en la totalidad. Frente a la construcción de ese “sujeto de la transformación”, potenciar la proliferación de múltiples formas de subjetividad contingentes, histórica y culturalmente situadas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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