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Feminismo carcelario y el horror de Nabila

Isabel Arriagada
Por : Isabel Arriagada Abogada. Directora de ONG Leasur.
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María Pía López, fundadora del movimiento #NiUnaMenos en Argentina, recorre el mundo para instalar y promover la lucha en contra de la violencia machista. Cuando la escuché hablar –sólida, inteligente, estratégica– nos contó de los estremecedores crímenes en contra de nuestras mujeres en Latinoamérica. Nos habló de la pena, de la rabia, de la energía efervescente de un movimiento triste y alegre que recorre el planeta. También nos explicó que la justicia de género exigía dudar de la cárcel como mecanismo de respuesta a la violencia machista patriarcal. López habló en contra de lo que se conoce como feminismo carcelario, esto es, la demanda de violencia estatal para enfrentar la violencia doméstica en contra de las mujeres. El feminismo carcelario –como una variante del feminismo y la lucha por la igualdad de género– confía en la intensificación de la labor de la policía, los fiscales, las cárceles, y el sistema de justicia, como solución única, primaria y esencial para acabar con la violencia contra las mujeres.

La polémica del caso de Nabila Rifo se mueve en ese peligroso límite entre exigir justicia y demandar a ciegas la fuerza del brazo punitivo del Estado. Como bien nos explica Rocío Lorca, académica y penalista de la Universidad de Chile, la acción de Mauricio Ortega contra Nabila Rifo envolvió la intención de matarla. Por lo mismo, la Corte Suprema debió haber calificado la acción contra Nabila como un femicidio frustrado. El símbolo cultural y de apoyo al movimiento y a la causa feminista hubiese sido potente. La pregunta política es, sin embargo, si es la cárcel –y la respuesta carcelaria– la solución a la humillación, violencia y crueldad que la sociedad demuestra con sus mujeres. Alimentar el posicionamiento del aparato penal en el discurso feminista corre el riesgo de debilitar otras formas feministas de resistencia. También corre el riesgo de invisibilizar las formas de violencia que no están amparadas en las leyes y manuales de justicia. La violencia de niñas desnutridas y abandonadas, de las mujeres trans, de las inmigrantes, de las mujeres encarceladas y pariendo engrilladas, mujeres que trafican drogas como modo de subsistencia, de las jefas de hogar abandonadas por la violencia de la pobreza en Chile. No olvidemos tampoco que este mismo aparato ha favorecido e incrementado la población penal femenina sin jamás enfrentar las inequidades económicas y sociales subyacentes que la originan y perpetúan. Descansar en la Corte Suprema –ese club de hombres– desvía la atención de programas comunitarios, el fortalecimiento de organizaciones feministas de base y el compromiso diario con la búsqueda de resistencias de largo aliento para las múltiples formas de violencia que las mujeres enfrentan diariamente.

[cita tipo=»destaque»]La pregunta política es, sin embargo, si es la cárcel –y la respuesta carcelaria– la solución a la humillación, violencia y crueldad que la sociedad demuestra con sus mujeres. Alimentar el posicionamiento del aparato penal en el discurso feminista corre el riesgo de debilitar otras formas feministas de resistencia.[/cita]

El movimiento feminista contra el patriarcado avanza con vigor e intensidad en contra de la violencia machista. De a poco la conciencia sobre la necesidad de igualdad de género y diversidad se filtra por los poros de la población chilena y sus nuevas generaciones. ¿Cómo no sumarse a la alegría del movimiento feminista? ¿Cómo no adherir y celebrar la sabiduría, entusiasmo, y justicia de un feminismo igualitario?

El único obstáculo a esta celebración lo constituye la instrumentalización de mecanismos patriarcales al servicio de las luchas feministas. Demandar directamente a la cárcel como equivalente a la justicia significa validar la violencia machista del Estado, del gendarme, del torturador. El remedio carcelario puede terminar siendo peor que la enfermedad. Por eso, la lucha feminista en contra de la violencia machista no debe terminar por naturalizar la violencia que ejerce el Estado en sus aparatos carcelarios. La reparación al desamparo, al dolor, a la muerte, es la justicia, no la venganza.  Ojalá que la cárcel, el encierro y la tortura no se conviertan en el sinónimo de feminismo. Que la justicia haga justicia, pero que esa victoria feminista exija terminar desde la raíz con los elementos del patriarcado que sostuvieron ese primer golpe que destrozó la vida de Nabila Rifo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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