Reflexiones de un chileno, artista y homosexual viviendo en el extranjero
Ya son siete años y medio desde que salí de Chile por primera vez hacia Buenos Aires. Viaje que luego terminó con otros varios años entre Alemania, Austria e Italia. Los principales motivos de mi salida siempre fueron dos: ser homosexual y artista en una sociedad homófoba dominada por el mercado donde mis perspectivas de futuro, tanto profesional como emocional, se veían profundamente limitadas por esta realidad.
En los últimos años he leído muchos artículos de otros chilenos y chilenas en el extranjero reflexionando sobre la importancia de dejar el país para aprender de otras realidades. Si bien estoy, hasta cierto punto, de acuerdo con esta idea, me pregunto qué ocurre cuando la pregunta no es ¿Irse o no irse? sino ¿Volver o no volver?
Actualmente vivo en Berlín, pero trabajo también en Italia y Austria como bailarín y profesor de danza independiente. Durante los últimos años he tenido la posibilidad de conocer en primera persona los estados de bienestar europeos y beneficiarme de ellos. Si bien para los estándares alemanes, yo aún pertenezco al quintil más pobre de la sociedad, objetivamente lo que aquí se entiende como «pobreza“ tiene poco que ver con la pobreza que existe en Chile y otros países del sur global. Debido a mi situación de inestabilidad económica, como artista recibo un subsidio de 240€ ($184.000) mensuales para poder pagar mi plan de salud. Con mi „inestable“ sueldo pago tranquilamente mi departamento, compro mi comida, salgo a tomar cerveza con mis amigos y amigas, y de vez en cuando, incluso me permito salir de vacaciones. Durante el tiempo que viví en Austria completé mis estudios de magister en estudios de género y migración por el cual pagué un de 80€ ($61.000). Además, debido a una fuerte depresión durante ese período, recibí apoyo psicológico y psiquiátrico avaluado en más de 2.000€ ($1.535.000). Gracias a los estados de bienestar europeos he podido desarrollarme profesionalmente, he podido vivir del arte, estudiar gratis y cuidar de mi salud.
[cita tipo=»destaque»]Comparar a Chile con Europa es una acción casi imposible y agotadora. Chile es fruto de su historia postcolonial, un país explotado durante siglos por esos países europeos en los que vivo que, en parte, pudieron construir sus estados de bienestar gracias a injustas relaciones de explotación entre el norte y el sur global. Chile carga con las consecuencias de una larga dictadura y la imposición de un sistema económico e ideológico que no deja de reproducir las relaciones de poder patriarcales homófobas, clasistas y racistas que lo caracterizan. Bajo esta mirada la pregunta pasa de ser ¿Quiero volver o no a Chile? a ser ¿Puedo o no volver a Chile.[/cita]
Mi vida personal también se volvió más fácil en Berlín. He tenido parejas con identidades de género masculinas y femeninas. En mi círculo más cercano hay personas transgénero, heterosexuales, homosexuales, cuir, no binarias, etc. Con mis parejas con identidades de género masculina no tengo miedo de salir a la calle, de besarme en público, de expresar mi cariño cada vez que lo deseo. Objetivamente, mi vida como artista y homosexual se ha simplificado en Europa, sin embargo siento el profundo e inexplicable deseo de volver a Chile.
Este deseo es subjetivo y no se ha dejado amansar por los beneficios del llamado «primer mundo». Quiero volver al país de mis m(p)adres, al país de mis hermanos y hermanas, quiero bañarme en el pacífico y mirar la cordillera santiaguina con mis cercanos en el verano, cuando el sol la pinta de naranjo. Quiero volver a hablar en mi lengua materna y visitar a mis amigos y amigas que se atrevieron a vivir en provincia. Quiero estar presente en el crecimiento de mis sobrinos y sobrinas y acompañar de más cerca a mis m(p)adres. Estos deseos subjetivos e intuitivos se ven coartados, casi mutilados por la frialdad de nuestras clases dominantes, quienes activa y/o pasiva, consciente y/o inconscientemente siguen perpetuando un sistema injusto, en el cual muchos y muchas no tienen cabida.
Cuando pienso en volver a Chile. Me gustaría seguir los consejos de tantos libros de autoayuda que recomiendan “seguir tu corazón“, pero lamentablemente la posibilidad de escuchar o no escuchar a nuestro corazón está directamente relacionada con las condiciones materiales externas en las cuales nos tocó nacer. Tampoco creo en los mantras individualistas del neoliberalismo “tú puedes“, “tú eres dueño de tu vida“, “de ti depende“ (véase Laval y Dardot 2013). No existen seres humanos que no vivan en relación a otros y a sus contextos, y que no sean dependientes de esos otros y de esos contextos.
La filósofa política y feminista Judith Butler argumenta en sus últimos trabajos, que todas las personas (y seres vivos) son básica e inherentemente vulnerables. Esto quiere decir, que todos y todas, desde nuestro origen solo existimos en relación de dependencia con los otros seres vivientes y los recursos materiales que nos rodean. Sin embargo, Butler es clara en indicar, que debido a las injustas relaciones de poder que caracterizan a las sociedades neoliberales, patriarcales y militarizadas del siglo 21, existen vulnerabilidades más expuestas que otras a la violencia sistémica. En términos absolutos, para Butler, todas y todos somos iguales, igualmente vulnerables, sin embargo, en términos relativos, nuestras existencias corporales están limitadas por la existencia de injustas relaciones sociales. En este sentido para ciertas personas privilegiadas, la posibilidad de «seguir su corazón“, de «ser dueño de su vida“ es una realidad, sin embargo para otros y otras no deja de ser más que un eufemismo, una falacia cargada de imposibilidad.
Comparar a Chile con Europa es una acción casi imposible y agotadora. Chile es fruto de su historia postcolonial, un país explotado durante siglos por esos países europeos en los que vivo que, en parte, pudieron construir sus estados de bienestar gracias a injustas relaciones de explotación entre el norte y el sur global. Chile carga con las consecuencias de una larga dictadura y la imposición de un sistema económico e ideológico que no deja de reproducir las relaciones de poder patriarcales homófobas, clasistas y racistas que lo caracterizan. Bajo esta mirada la pregunta pasa de ser ¿Quiero volver o no a Chile? a ser ¿Puedo o no volver a Chile?.
La filósofa india Gayatri Spivak nos presenta en su trabajo el concepto de subalternidad, concepto muy relacionado con la idea butleriana de muerte social. De acuerdo a Spivak, los sujetos no pueden ser comprendidos como entidades aisladas de sus condiciones materiales en la sociedad. Spivak se opone a cualquier concepto del „ser humano“ que conciba a este como un absoluto universal. Ideas kantianas sobre la universalidad de los „derechos del hombre“ son objetados tanto por Spivak como por Butler. De acuerdo a Spivak, existen personas en este mundo, que debido a sus condiciones materiales de existencia, dejan de existir en el plano social, esto es lo que butler llama muerte social. Estaría absolutamente fuera de lugar hacer uso de estos conceptos en el marco de esta reflexión sobre mi retorno a Chile. Tanto la subalternidad como la llamada muerte social, son conceptualizaciones que apuntan a la existencia de condiciones extremas que limitan de manera radical y absoluta la vida de ciertos seres humanos. Sin embargo, estos conceptos teóricos me ayudan a ilustrar ciertos aspectos de mi reflexión.
La pregunta ¿Volver o no volver? no se encuentra aislada de mis propias condiciones materiales de existencia, sino más bien está en constante dialogo con dichas condiciones. Si bien podríamos decir que es una reflexión privada, hace mucho tiempo ya, el feminismo nos enseñó que lo privado siempre es público, por lo tanto también político. Preguntarse si se quiere volver, es preguntarse si se quiere volver a un lugar específico, a ciertas condiciones materiales de vida, vivir bajo ciertas normas sociales y adherir a sistemas políticos particulares. El querer volver a mirar los atardeceres naranja de Santiago, es preguntarse al mismo tiempo, si se quiere tener miedo en las calles cuando uno expresa su amor. Querer ver crecer a mis sobrinos y sobrinas presupone la necesidad de trabajar en un sistema donde el trabajo está comprendido y valorado a través de las normas del mercado. El deseo de volver a Chile me obliga a confrontarme con la realidad de ese rincón del mundo cuya naturaleza rebelde e imponente tanto me gusta, es sentir las contradicciones, probablemente indisolubles, que emergen de esta confrontación.
Al pensar en Chile mi corazón hierve y se congela al mismo tiempo, mi cuerpo se llena de energía y se paraliza. Probablemente la pregunta de volver o no volver no tiene respuesta. Quizás decida finalmente escuchar los consejos de los libros de autoayuda y elija, como ciudadano privilegiado, seguir mi corazón.