Walter Benjamin veía que en la historia de los oprimidos, el estado de excepción era la regla y que, en su lucha por la liberación, la tradición de los que habían luchado antes era un patrimonio que cada generación debía defender de las tentativas de instrumentalización por parte de la clase dominante.
En esta perspectiva podemos interpretar los recientes dichos de Héctor Llaitul, luchador y líder mapuche, recordándonos que en el sur del país apenas dos de las familias más ricas de Chile, poseen más del doble de las tierras que en total poseen alrededor de 3.000 comunidades indígenas, entre cuyos habitantes se encuentran los más pobres del país. O bien la conducta de los gremios de taxistas y camioneros que aparecen cuestionando, hoy como ayer, por diferentes vías, el estado de derecho al invocar, con escaso sentido común, el fantasma mediático del terrorismo, o al impendir, por vías de hecho, la libre circulación de las personas (privando el último 4 de septiembre, por demora en el acceso a la atención hospitalaria, a un visitante brasileño de su vida). Esta es la normalidad del estado de emergencia en que viven los oprimidos, que dice Benjamin.
No es secreto que en el sur las fuerzas de carabineros se comportan a menudo como guardias de seguridad de grandes empresas privadas, de sendos proyectos forestales e hidroeléctricos asentados en tierras usurpadas a mapuche. Y mientras tanto, por arriba, la cúpula de la oficialidad policial mantiene una vergonzosa impunidad en relación a escandalosos casos de corrupción sistémica que no gatillan ninguna reacción política del poder civil, enviando una pésima señal. Podríamos seguir indefinidamente asociando perlas como éstas, confirmando, cada vez, que el estado de emergencia es lo normal para unas mayorías apaleadas por bajos sueldos, contratos precarios, malas jubilaciones y un rampante analfabetismo funcional fácilmente asociable a desafección política.
[cita tipo=»destaque»]Ante este panorama poco alentador, resulta urgente y necesario demandar un esfuerzo de renovación en las izquierdas, tanto en las del Frente Amplio como en las de la Nueva Mayoría. Se encuentran éstas a la vela inmersas en un período crepuscular, sin que pueda saberse si estamos ante la caída de la noche o el nacimiento de un nuevo día.[/cita]
Ante este panorama poco alentador, resulta urgente y necesario demandar un esfuerzo de renovación en las izquierdas, tanto en las del Frente Amplio como en las de la Nueva Mayoría. Se encuentran éstas a la vela inmersas en un período crepuscular, sin que pueda saberse si estamos ante la caída de la noche o el nacimiento de un nuevo día. Mayol, con su tren, o Guillier, con el rostro de Pedro Aguirre Cerda, podrían estar canalizando esas imágenes del pasado que, según Walter Benjamin, articulan políticamente la tradición, juntando memorias de luchas y sueños del pasado a retos y peligros del presente.
El tren bala construído por universidades públicas con ahorros previsionales de todos los chilenos, traduciendo en infraestructuras estatales un capital financiero preso hoy entre caimanes, o fórmulas como “seguridad social” y “derecho a una educación pública, gratuita y de calidad” constituyen, en esta perspectiva, símbolos del pasado que, transfigurados por las luchas del presente, pretenden encantar a unas mayorías escépticas que suelen sentirse, en cuestiones de política, de vuelta ya de todo. Acaso pretenden entusiasmarnos, dicen ellas, con un nuevo día, un viejo nuevo día cuando en realidad tal vez se trata solo de cáscaras secas y meros simulacros, vaciados de sentido en el desierto de lo real, que dice Baudrillard.
Amanecer o atardecer, no queda claro. Lo único claro es a mi juicio que, ante el crepúsculo de las izquierdas, ante su eventual agotamiento como proyectos históricos y políticos, todos los esfuerzos de renovación son bienvenidos, sobre todo para impedir, en lo inmediato, un triunfo electoral de Piñera, permitiendo así la continuidad y extensión de experimentos recientemente emprendidos, orientados a garantizar derechos sociales universales (educación y pensiones dignas), así como libertades individuales (aborto y reconocimiento de minorías sexuales). O entonces para plantearnos, con una izquierda esforzándose por renacer, un mejor escenario de oposición en caso de que la derecha, una vez hecha con el gobierno, pretenda imponernos su retroexcavadora.
Ante la duda (o las izquierdas mueren o renacen) cabría tal vez confiar, digo yo, también en el poder de las imágenes, en el espíritu de la memoria de los oprimidos, que trae al presente relámpagos de la tradición para defenderla del conformismo y la dominación que hoy, igual que ayer, pretenden avasallarla. Cabría confiar en que, a través del desaliento de los símbolos vacíos que constata Baudrillard, Benjamin, con sus relámpagos históricos, aún tenga algo que decir, en un país como Chile, a escasísimos tres meses de la próxima y decisiva definición presidencial.