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Plebiscito de aborto en tres causales: hacer universidad en la PUC

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Benjamín Lustig
Por : Benjamín Lustig Estudiante de sociología PUC
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En contexto del fallo del  tribunal  constitucional sobre el proyecto de ley de aborto en tres causales, el Rector Ignacio Sánchez ha tenido una preminente y notoria participación a la hora de opinar por la institución. Por todos es bien conocida su posición “pro-vida”, conforme a esto, en nuestra institución ha surgió un debate álgido debido al histórico plebiscito llevado acabo hace unos días donde los estudiantes nos desmarcamos de la posición de rectoría. Básicamente, la gran pregunta que ha surgido es ¿Por qué tensionar un espacio donde, de antemano sabemos de su “identidad” católica pro-vida? ¿Es la PUC un espacio necesariamente conservador?

Al respecto, tanto rectoría como algunos sectores del estudiantado de la PUC  señalaron que las personas que eligieron la universidad católica “lo hicieron libremente”, adhiriendo así a su identidad católica por todos conocida, por tanto, sino están de acuerdo con los lineamientos fundamentales de este proyecto educativo: ¿qué hacen aquí estos estudiantes?

[cita tipo=»destaque]¿Tienen razón al esgrimir que se equivocaron estos estudiantes en su elección y que podrían elegir otra casa de estudios? Por supuesto que no, a lo menos, existimos quienes creemos que el carácter o identidad de una institución no es estática.[/cita]

¿Tienen razón al esgrimir que se equivocaron estos estudiantes en su elección y que podrían elegir otra casa de estudios? Por supuesto que no, a lo menos, existimos quienes creemos que el carácter o identidad de una institución no es estática.

La postura que señala que en la universidad católica  sus alumnos deben necesariamente respetar su proyecto es una muestra más del deformante modelo educacional chileno que nos señala que nosotros tenemos “libertad de elegir”: Simplemente debes elegir aquello que más  reúna ciertas cualidades estáticas que ya están predefinidas. En palabras del rector: “– se les pide formalmente que respeten la identidad católica de la institución, lo que libremente es aceptado”[1]  .Usando la lógica anterior, elegir una Universidad sería más o menos lo mismo que elegir un cereal en el supermercado ¿por qué elegir un cereal si no te gusta?

La obvia característica que salta de la brutal analogía anterior, es que la Universidad está definida por su devenir, en tanto sea un lugar donde se genera conocimiento; y esto último, es debatir, contraponer posturas.  Es entonces,  un proyecto en construcción, un lugar de discusión política, mientras que el cereal es cereal, no puede ser cambiada su identidad. La Universidad, como todo proyecto en construcción,  es disputable. El cereal, evidentemente, no.

Una noción presente en la tradición intelectual occidental, pasando por el método socrático hasta la dialéctica, nos enseñó que el arte del aprender estaba en la discusión, en la deliberación. Sin contraponer argumentos concordantes o contradictorios, nuestro proceso de aprendizaje no sería tal. Esto requiere la capacidad de revisar y someter a crítica la propia postura y la del otro. La discusión representa, entonces, el elemento esencial para la educación.

Por tanto, cualquier institución universitaria que se precie  ser tal debe tener un espacio profundo de discusión, persuasión y expresión de convicciones. Esto se debe aplicar tanto en nivel de estructura universitaria –con proyectos de Universidad discutibles por sus miembros–, como en la sala de clases; donde el profesor debe dar espacio para dialogar, rebatir, buscar soluciones que desarrollen la creatividad y finalmente, el conocimiento.

Sin embargo no se ha señalado directamente que en la Universidad Católica no se da valor a la discusión. Pero ¿cuál puede ser el real valor de la discusión de una Universidad donde su identidad está constituida de forma  que la única opinión importante es la del rector como portador oficial de nuestra postura?  La pluralidad discursiva en la Universidad, se ve totalmente diluida al carecer de cualquier tipo de espacio de influencia más allá de una mínima posibilidad de expresión pública.

Sin ir más lejos, el premio nacional de ciencias Horacio Croxatto, fue despedido de nuestra Universidad debido a  ser considerado “un médico abortista”. Es esta misma convicción de la uniformidad discursiva, se ve reflejada en las declaraciones que ha emitido señalando que aquellos doctores que pertenezcan a la PUC y realicen abortos en otras clínicas serán desvinculados. ¿Qué busca nuestro rector con esto? El control y la uniformidad de discursos dentro de la Universidad.

En este contexto, ¿quién en su sano juicio puede decirse que en esta Universidad hay espacios suficientes para la construcción dialógica del conocimiento? Porque estar en un lugar donde un pensamiento hegemónico se expone de forma unilateral  es –debiera ser– lo más alejado de una Universidad, que es un lugar público y de todos; a lo menos aquellas que se arrogan un rol público.

Es en este contexto, en que el plebiscito llevado a cabo en la PUC, donde nosotros como estudiantes manifestamos  nuestra posición, disidente a la de rectoría, de aprobación al aborto tres causales, y rechazo tanto  a la objeción institucional de consciencia como al despedir profesionales  porque hagan abortos en otras instituciones, cobra radical importancia. La posición del estudiantado  trata entonces de romper con el pensamiento único que se nos busca imponer,  trata finalmente, de hacer Universidad.

 

Destaque:

 

[1] Carta enviada por el Rector a el diario El Mercurio el 31 de agosto del 2017.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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