Réplica a columna de Alejandro Lavquén a propósito del libro Camaleón
Señor Director:
Luego de leer la crítica literaria, titulada Camaleón, ¿“Agente comunista” o hombre corcho?, me gustaría hacerle algunas apreciaciones al autor de la columna Alejandro Lavquén, o más bien hacerme cargo de algunas de sus opiniones.
Alejandro, por ejemplo, usted señala que yo floté como un corcho en el agua durante parte de la dictadura, pero omite, no sé si de forma casual o ex profeso que estuve cerca de seis meses preso por mi rol en Carrizal Bajo y que durante ese proceso fui envenenado dentro de la cárcel. Tampoco da relevancia a que luego de salir en libertad tuve que dejar el país, ya que sería condenado a varios años de cárcel, ni que el fiscal a cargo de la causa, Fernando Torres Silva me canceló el giro comercial, dejándome además sin posibilidad de subsistencia.
Desde su posición de crítico humano eso debe ser muy poco. Quizás por eso señala también que yo no fui un agente comunista sino un corcho que flotó en el agua. Al respecto le aclaro que efectivamente no recibí instrucción en inteligencia como varios otros que sí la tuvieron. Pero le señalo que aquello no es garantía de efectividad pues, como muestra un botón, entre otros muchos “agentes” formados de manera exhaustiva tenemos, por ejemplo, el caso de Miguel Estay Reyno, conocido como El Fanta.
Desde su posición en las alturas debe considerar que mi actividad fue mínima. Quizás por eso omite dar relevancia a lo que señala en el libro Carmen Vivanco, quien explica que en pleno 1976 me entregaba remesas de dinero para que yo repartiera a través de los comités locales, rol que cumplía “disfrazándome” de vendedor de radios, llegando hasta lugares alejados del país para cumplir esa función. Lo hice por amor, le aclaro, a mi partido.
También omite que antes, Oscar Ramos, miembro del Comité Central del Partido Comunista, en plena razia a la colectividad llegaba con información para entregarle a otros compañeros del partido, labor que también cumplí con obediencia. También que el máximo líder del aparato militar, Oscar Riquelme, entró a Chile en 1978 y que, desde Nadir, organizaba charlas para volver a levantarnos la moral. Tampoco menciona que, en ese mismo instante, yo tenía a su hijo, Oscar, trabajando en Nadir sin que supiera que su padre estaba en Chile. Por razones de seguridad.
¿Qué valor le da a la parcela de La Pintana que la dirigencia del partido me entregó unos meses antes del golpe con el objetivo de guardar las armas que teníamos para autodefensa?
Mi misión era guardarlas y nunca volver a saludar a un comunista. Yo no sé si usted entiende lo sensible que era esta tarea. Si yo hubiera intentado indagar mucho más, habría levantado sospechas. Mi misión era esa y la cumplí durante años. Aunque está demás explicarlo, parece que para usted no está claro: si me descubrían yo no pasaba a ser un torturado ni un ejecutado político, sino un detenido desaparecido. En ese mismo instante, como muchos de mis compañeros.
Usted se pregunta también en su crítica literaria qué habría sucedido si los agentes de la DINE (no de la CNI como usted señala) hubieran descubierto que en medio de las listas de posibles clientes de Nadir venían también los nombres de compañeros comunistas para saber si eran buscados o no por la policía. Usted señala que si hubiera aparecido el nombre de alguien buscado esto podría haber implicado que yo lo tendría que haber delatado.
Discúlpeme que se lo ponga de esta manera, pero es así: Qué ignorancia la suya. ¿De verdad piensa que no lo teníamos considerado? Bueno, le cuento que en caso de que apareciera el nombre de algún compañero buscado, éste ya estaba alertado, y la dirección consignada en su ficha era falsa. Es de Perogrullo, pero parece que usted necesita una explicación extra.
En cuanto a la labor de inteligencia que habría cumplido y que para usted no es suficiente, en el libro aparece que Nancy Solís, hija de Julio Solís señala que les entregaba información y también dinero. Y, además agrego, que di a la gente del aparato militar la dirección de calle República cuando los agentes de la DINE me dijeron que torturaban. Y serví de fachada para que las armas de Carrizal Bajo, con las que se llevó a cabo el atentado a Pinochet, se traspasaran de un lado a otro a través de mis tiendas, dando trabajo y también a numerosos integrantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez en puestos clave.
En cuanto al análisis juicioso que usted hace de mi vida, le cuento que no era llena de borracheras, como usted señala. Soy una persona que nunca ha fumado en su vida y tomo muy poco. A mi edad, 82 años, me conservo bastante bien. Si hubiera sido una persona con una vida llena de excesos, estaría en otras condiciones.
Le aclaro, en todo caso, que no fui ni soy un súper héroe ni mucho menos como al parecer usted esperaría de un “agente” o un “comunista ejemplar”. Estoy lleno de defectos, muchos de los cuales expuse en el libro. Mirado a la distancia muchas de las cosas las veo con reserva y autocrítica. Pero así fue dentro de un período horroroso de la historia chilena. Me hice cargo de lo que pude, arriesgué mi vida y lo volvería a hacer.
Si usted cree que todo fue vino y rosas, entonces lo invito a contar su historia.
Atentamente,
Mariano Jara Leopold