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Las encuestas construyen realidades

Por: María Paz Trebilcock, Tomás Undurraga, Pablo Pérez y Julieta Palma


Señor Director:

Las pasadas elecciones presidenciales dejaron una serie de lecciones y desafíos acerca de cómo la realidad siempre es más compleja que la investigación social. Una de las grandes “perdedoras” de la última jornada electoral fueron las encuestas de opinión, las cuales fallaron de manera significativa en sus predicciones sobre las preferencias de los votantes.

Es nuestra obligación como investigadores no sólo reflexionar sobre los supuestos metodológicos sino también sobre el rol que se le asigna a las encuestas y su capacidad de moldear la realidad. En su intento por fotografiar el momento político, las encuestas no describen una realidad neutra, externa, objetiva, sino que ayudan a formar opiniones, a definir el mapa político y, en última instancia, a influenciar el voto.

Una primera reflexión surge sobre los desafíos técnicos de las encuestas electorales. Se ha dado un gran énfasis a la capacidad que ellas tienen para predecir el voto (lo cual, por cierto, parece cada vez más cuestionable), pero poco se ha estudiado el comportamiento del electorado y, particularmente, de las personas que deciden ir a votar el día de la elección. Esto es clave en un sistema electoral, como el chileno, en el que el acto de votar es voluntario. De hecho, lo que parece demostrar el resultado de la última elección es que los votantes decidieron al final del proceso, tras los debates y la franja televisiva, asistir a las urnas.

Esto conlleva enormes desafíos técnicos asociados a cómo representar adecuadamente al marco muestral de los votantes, es decir, a quienes irán a las urnas el día de la elección. Al parecer, las vapuleadas encuestas online demostraron que permiten llegar a un público que se movilizó en esta jornada y que no necesariamente es bien representado en los marcos muestrales utilizados en las encuestas tradicionales (como la CEP o CADEM). Incluso aparece la necesidad de hacer encuestas panel, es decir, con un seguimiento de intención de voto antes de las elecciones y otro sobre el voto efectivo con posterioridad al voto en urna, para poder identificar los cambios en las tendencias e intenciones de las personas.

Una segunda reflexión tiene que ver con la neutralidad de los instrumentos y de las instituciones que las implementan. Las encuestas intentan fotografiar un momento político de la manera más ‘objetiva’ posible. De eso depende su reputación y credibilidad. Para ello, utilizan supuestos de comportamiento, toman decisiones de muestreo, definen el tipo y orden de preguntas, y luego interpretan los datos. Todas esas decisiones, si bien intentan ser neutras, están influenciadas por los marcos interpretativos de quienen las diseñan, las aplican y las interpretan. Sin acusar de manipulación o adulteración política a ninguno de las agencias que dirigen los sondeos, cabe preguntarse por el grado en que las posiciones normativas de quienes implementan las encuestas influencian en los resultados que obtienen. Como indicaba Pablo Torche, en la columna publicada en este mismo medio el 20 de noviembre: “el hecho de que las encuestas políticas de Cadem fueran dirigidas por Roberto Izikson, ex encargado de comunicaciones del gobierno de Piñera, era una coincidencia demasiado grande como para confiar en los resultados, y sobre todo, en la enorme caja de resonancia que le daban los medios, en particular Canal 13”. Lo mismo vale preguntarse sobre la encuesta CEP. ¿En qué medida los supuestos normativos de los ejecutivos de las grandes empresas que financian la CEP, y los intelectuales que las implementan, afecta los temas que preguntan, sus interpretaciones de los datos y la fotografía política que toman en cada momento?

Una tercera reflexión alude a cómo circulan los resultados de las encuestas en los medios de comunicación, y qué responsabilidad tienen los cientistas políticos y analistas en la construcción de ‘hechos políticos’ a partir de las encuestas. Los periodistas buscan cuñas, titulares y predicciones, que los analistas políticos debieran resistir de comentar cuando los datos no pueden predecir. La presión por la “cuña”, la emergencia de distintas opiniones que fraguan una mirada apocalíptica si emerge uno u otro candidato, imponen una imagen de Chile que está mediada por el respaldo inequívoco del dato. Sin embargo, los analistas debieran discutir los supuestos e implicancias que están detrás de la construcción del dato, antes que confirmar las tendencias instaladas por los resultados. Además, cabe recordar que los medios de comunicación privados no son completamente neutros: tienen dueños, líneas editoriales y posiciones políticas. Y el problema de la TV y prensa escrita en Chile es que existe un desacople entre lo que piensan los chilenos (55% de centro-izquierda, 45% de centro-derecha) y las voces que comentan de política (70% de centro-derecha, 30% de centro-izquierda). A este desfase político se encuentra un desfase generacional: quienes tienen voz en los programas políticos son personajes que estuvieron en posiciones de gobierno hace 20 años, que no incluye a los nuevos actores que configuran el actual padrón electoral.

En definitiva, lo que los resultados nos muestran es que el votante de las elecciones tiene agencia y no es un individuo desinformado o irremediablemente irreflexivo. Las encuestas instalaron una realidad – el triunfo de Piñera – que no necesariamente correspondía con el sentido común del “ciudadano de a pie”. La gran enseñanza que nos deja la jornada del domingo es que existen nuevas demandas, un proyecto de país distinto al que convocan los bloques tradicionales. El desafío para la comunidad académica, del mundo de las encuestas y de los medios de comunicación es encontrar nuevas formar de medir esa realidad, una que se acerque más a lo que piensan los cuidadanos que a lo que piensan aquellos que implementan las encuestas.

María Paz Trebilcock, Tomás Undurraga, Pablo Pérez y Julieta Palma

Departamento Sociología Universidad Alberto Hurtado

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