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Ecualización valórica de nuestra sociedad (en modo presidencial)

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Patricio Segura
Por : Patricio Segura Periodista. Presidente de la Corporación para el Desarrollo de Aysén.
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No se trata de andar por la vida repartiendo ingenuidades. Algo no necesariamente negativo si no asumiéramos que vivimos en una entorno en que estar alerta es fundamental para sobrevivir. En una verdadera comunidad, donde lo colectivo y la colaboración están a la orden del día, no tendríamos que andar todo el día cubiertos por el escudo de la viveza, de la asertividad.


Hace pocos días fui testigo de una escena necesaria. Era una película. Ante la consulta a sus pequeños alumnos sobre qué opción tomar frente a la disyuntiva “tener razón” o “ser amable”, el profesor recomendaba lo segundo. Ser generoso con los demás, empático, receptivo. Valores humanos hermanos de sus contrarios mezquino, individualista, egocéntrico.

Valores opuestos que todos cobijamos muy dentro nuestro, en mayor o menor medida, y que emergen con fuerza en determinadas circunstancias. Es el ajuste propio, personal, que también alcanza a la sociedad.

Un recorrido por la historia de la humanidad nos demuestra que no existe sociedad completamente justa. Tampoco la cien por ciento cruel. Ninguna ha logrado vivir en total armonía con los ecosistemas así como no existe la que ha eliminado la vida del todo, aunque como especie harto empeño le para avanzar en tal dirección.

Reflexiono sobre esto revisando la pantalla de mi computador. En una crónica sobre un padre responsable de la muerte de su hijo al abandonarlo por ocho horas al interior de su vehículo, identificables y anónimos posteadores las emprenden en contra, así lo entienden, del victimario. “Que se pudra en la cárcel mil años”, “debieran asesinarlo”, “nadie deja a su hijo morir, algo raro se esconde tras este accidente” es el tenor de los comentarios, saliendo incluso la madre al baile con mensajes del tipo “dónde estaba descriteriada que en ocho horas no preguntó por su hijo”.

Siempre ha sido fácil emitir juicios valóricos y morales sobre el actuar de los otros. Dedo arriba, dedo abajo todos tenemos alma de jueces, de gatillo rápido, usando como vara del bien y el mal la propia experiencia. Algo debe existir en nuestro subconsciente que nos lleva por ese camino, desde ser nuestro ser lo que más conocemos (por tanto, patrón sobre el cual comparar) hasta la tendencia a evitar las disonancias cognitivas, que es aquel proceso que busca hacer coherente –incluso forzadamente- lo que hacemos con lo que creemos. Nadie se siente bien por la vida distribuyendo inconsecuencias.

Personalmente también lo he sido. Y no niego que de seguro reincidiré. Sin embargo, aquello no obvia la necesidad de la inspección cotidiana sobre los propios haceres y pensares.

Algo ocurre que en nuestra sociedad, en el espacio público y privado, comprender al otro y su realidad no está de moda. Normalmente el primer pensamiento es de crítica, rechazo, burla, humillación. No todos, por cierto, pero sí muchos, hay que decir.

¿Dónde fue que perdimos, si alguna vez la tuvimos, la noción de la importancia de la amabilidad? “Amabilidad” que viene de “amable”, es decir, “digno de ser amado”. Amor, palabra que debiera moverse al centro de nuestra vida social.

No se trata de andar por la vida repartiendo ingenuidades. Algo no necesariamente negativo si no asumiéramos que vivimos en una entorno en que estar alerta es fundamental para sobrevivir. En una verdadera comunidad, donde lo colectivo y la colaboración están a la orden del día, no tendríamos que andar todo el día cubiertos por el escudo de la viveza, de la asertividad.

No está demás esta reflexión con miras a la decisión que adoptaremos como país el 17 de diciembre. Una cuya disyuntiva no es el todo o nada, por cierto. La vida es mucho más compleja que el maniqueísmo simplificador en que tantas veces y tan recurrentemente caemos. Sí están en discusión lo énfasis que queremos dar a nuestra institucionalidad. La ecualización valórica que imprimiremos para los próximos cuatro años.

Personalmente, y a pesar de que en determinadas circunstancias también actúo como predador o presa, hoy me inclino por los énfasis de la colaboración, horizontalidad, desmercantilización, desartificialización. A diferencia de mi compañera, el mío ha sido un camino más bien cerebral, una abstracción intelectual ética donde he reflexionado sobre lo que creo es correcto. Porque hay quienes, más afortunados, coinciden en la conclusión simplemente desde que abren los ojos a la belleza de la vida, de la socio, bio e incluso geodiversidad.   Algo de tierra –Madre Tierra- hay en aquello, algo no inteligible según nuestros parámetros que dudo –y espero- la ciencia nunca pueda desentrañar. Lo intuyen y lo siguen. Ellos y ellas son imprescindibles.

Este domingo no decidiremos construir una sociedad totalmente distinta. Es cosa de leer los clásicos y la historia de las culturas para saber que los debates sobre la distribución del poder y el dinero, el egocentrismo y la competencia, el individualismo y la colaboración, la armonía ecosistémica y la depredación, las injusticias y la ecuanimidad, nos han acompañado desde siempre. O por lo menos desde que hace ya 70 mil años ha el homo sapiens se adentró en la revolución cognitiva que le hizo alcanzar niveles de abstracción superior a través del lenguaje.

Pero sí tenemos la oportunidad de intentar otra ecualización. Una donde el otro no sea, de entrada, mi enemigo sino alguien compañero, merecedor de vivir en dignidad.   Donde lo que me pertenece no sea a costa de la carencia de los demás, donde la plataforma de la vida sea más que una despensa o un vertedero. No es la idea tampoco eliminar el mercado, que existe desde antes que un airado Jesús entrara al templo a expulsar a los comerciantes, ni quemar billetes o fundir monedas, que solo son mecanismo estándar de intercambio de bienes y servicios.

Lo que queremos, y creo que muchos, es exacerbar la otra dimensión de la vida. En ella, por ejemplo, la amabilidad.

Porque ser sociedad es mucho más que un grupo individuos juntos. Y claro que no es fácil intentarlo. Como en todo, piedras habrá en el camino. Lo importante es saber hacia dónde se quiere caminar. Y personalmente con mi voto quiero seguir emprendiendo mis pasos hacia ese futuro común.

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