Señor Director:
Escribimos respecto a la reciente columna de opinión, publicada por los académicos Larenas y Fuster, la cual esboza la manía de políticos, intelectuales y académicos por hablar de barrios críticos y de la llamada “narcocultura”. En la investigación Proyecto MUEI (Marginalidad Urbana y Efectos Institucionales), analizamos entre otras cosas el fetiche de utilizar el concepto de narcocultura, el cuál va más allá de una moda. A nuestro parecer, esta es una decisión ideológica para culpar a los barrios y sus residentes de los problemas sociales que allí ocurren y también para invisibilizar el fracaso de las políticas públicas en estos territorios, todos ellos efectos ocasionados por instituciones ineficientes.
El concepto de narcocultura se origina en países como México, Colombia o Brasil, y se utiliza para hacer referencia a prácticas sociales y culturales legitimadas, y vinculadas por el mercado de la droga. En México, la cultura de la droga ha invadido vastos escenarios y la mayor parte de las esferas y territorios de la vida regional. Su influencia ha sido tan significativa que incluso el narcotráfico sinaloense creó a su primer santo, llamado ‘Jesús Malverde’ .
Pero el concepto se puede resignificar, para apuntar a la institucionalidad como el responsable último de los problemas en los barrios.
Larenas y Fuster hacen bien en cuestionar la validez del concepto de narcocultura como un fenómeno que en realidad no existe, o que aún no se ha manifestado en Chile, puesto que como bien plantean, el narcotráfico no es un hecho aislado que emerja en barrios inocuos. Sino todo lo contrario, se instala en barrios creados y abandonados por el Estado, en barrios donde las intervenciones sociales y policiales han sido fuertes pero altamente ineficaces. Por lo tanto, se vuelve una construcción ideológica que busca devaluar simbólicamente un barrio determinado, como justificación de intervenciones ineficaces.
Un estudio de CIPER en 2009 reveló que en Santiago existen alrededor de 83 poblaciones que viven al margen del Estado, sectores que ellos han denominado como “ocupados” por el narcotráfico, en comunas como La Pintana, La Granja o Peñalolén, que estudiamos como parte del Proyecto MUEI. Y a nivel nacional, en 2016 la fiscalía indicó que existen 425 barrios críticos, donde reina lo que se ha conocido periodísticamente como la “narcocultura”.
Pero, ¿qué es lo que se conceptualiza cómo la ‘narco-cultura’? Según el párroco Walker, en un reportaje del diario El Mercurio, la narcocultura estaría relacionada con “el tráfico de armas, el secuestro, la extorsión, el robo y la explotación sexual en los barrios”. Es así como este concepto se estudia, se analiza y aparecen crónicas y radiografías que intentan ser objetivas, pero que en realidad están cargadas de prejuicios, estigmas y clasismos, y que muestran cómo es vivir un día sumergido en este ambiente .
Frente al inminente surgimiento académico, político y periodístico del concepto de la narcocultura, cabe cuestionarse cuál es el propósito de engendrar un término con tales características.
Como bien identificaron Larenas y Fuster, el uso del concepto de intensifica en periodos electorales, y no es de extrañar, puesto que Chile presenta la más alta tasa de percepción de inseguridad de Latinoamérica . Las llamadas “agendas cortas”, es decir, la práctica institucional de producción de uniformados y la compra de equipos y armamentos de guerra durante un gobierno para combatir el narcotráfico, convocan a muchísimos adherentes. Y esto ocurre en muchos lugares del mundo desde algunas décadas. El sociólogo Loïc Wacquant describe la existencia de una “pornografía de la ley y el orden”, donde los incidentes cotidianos de ‘inseguridad’ se transforman en espectáculos mediáticos espeluznantes y en un teatro permanente de la moralidad .
Pero también existe otro motivo, igual de relevante que la búsqueda de sufragios, para incorporar el concepto de la narcocultura al léxico nacional. El motivo es el tapar y justificar los fracasos de las políticas públicas en estos territorios. Estos fracasos no corresponden a la intromisión de una cultura narco, sino más bien a la ineficacia y corrupción institucional en estos lugares.
Investigadores chilenos han indagado el caso de La Legua, luego de 15 años de su plan de intervención socio-policial, acuñando los conceptos de sub-cultura del narcotráfico, para hacer referencia a un tipo particular de idiosincrasia devaluada e inferior, relativa al mundo de las drogas.
El rasgo particular de la narcocultura latinoamericana corresponde al apadrinamiento, es decir, al reemplazo del rol del Estado en demandas populistas como educación, salud y vivienda .
Por ello, en los territorios donde aparentemente surge la narcocultura es donde el Estado tiene una presencia débil, con programas mal focalizados, profesionales poco capacitados, e infraestructuras deplorables. En estos contextos, debido a la mala calidad de los prestaciones que ofrece el Estado en salud, educación, cultura, deportes, transporte, seguridad, etc., los residentes no utilizan los servicios y equipamiento, lo que genera que dichas instituciones locales no reciban inyecciones de recursos por la baja demanda existente, y se continúe con las malas condiciones. Así, se constituye un círculo vicioso que se replica año tras año.
Además, en muchos casos los programas que se implementan (sobre todo los de seguridad) se focalizan en el individuo y no en la familia, la comunidad o el territorio. Esto genera que el individuo que fue recientemente dado de alta, se reinserte en el mismo ambiente complejo sin ninguna oportunidad.
Larenas y Fuster plantearon que desde principios de los 90’, en los barrios populares chilenos hubo un recambio de los agentes de control: salieron los militares y llegaron los narcos. Sin embargo, algunos han argumentado que la droga se introdujo a las poblaciones de Santiago en la década de los 80´ de la mano de agentes de la CNI, con el fin de desactivarlas políticamente. Es decir, que no sería un salto entre una institucionalidad y otra, sino más bien una continuidad.
Desde fines de los 80’, la cocaína comienza a verse en los sectores marginales de Santiago. Muchas veces los mismos agentes de la CNI eran los que la repartían. Prontamente la juventud se vio expuesta a esta y, a causa de su rápido poder de adicción, unida a la consecuente degradación de la cocaína hacia la pasta base, amplias masas de jóvenes fueron retirándose de la actividad política y volcándose a la nueva experiencia que en torno de la droga se construía” .
Así, muchas veces el éxito que tienen los grupos criminales y de narcotraficantes en los barrios marginales se funda menos “en su destreza o capacidad logística sino en que han logrado relacionarse con un socio muy exclusivo: el Estado”.
De hecho, autores argentinos como Matías Dewey , evidenciando el caso de Buenos Aires, plantean que la supuesta debilidad del Estado en estos territorios no es más que una ilusión. Se esconde detrás de ello un orden clandestino, un orden ilegal, producto de la asociación entre el Estado y las bandas de narcotraficantes.
Un claro ejemplo de lo narrado es el golpe noticioso entregado por el programa de televisión Informe Especial el pasado 1 de octubre del 2017. “Los tentáculos narcos en San Ramón”, deja de manifiesto cómo el desarrollo del negocio narco, la diversificación y el fortalecimiento de los grupos criminales se conjuga con las prácticas políticas de funcionarios insertos en la institución local.
Por ello, es primordial cuestionarse sí nuestros análisis se están enfocando desde la óptica correcta. ¿Es preciso hacer un circo mediático referente a la excéntrica cultura del narco, o será mejor enfocarse en cómo el Estado ha abandonado a miles de habitantes en las periferias de las grandes ciudades?
[1] Córdova, N. (2012) La narcocultura: poder, realidad, iconografía y «mito». Cultura representaciones soc [online]. 2012, vol.6, n.12, pp.209-237. ISSN 2007-8110.
[2] Ejemplo de esto es el reportaje de El Mercurio: “Lujos, creencias y jerarquía: Lo que se vive al interior de las bandas dedicadas a las drogas”.
[3] Informe revela alta percepción de inseguridad en Chile pese a bajos niveles de criminalidad http://www.latercera.com/noticia/informe-revela-alta-percepcion-de-inseguridad-en-chile-pese-a-bajos-niveles-de-criminalidad/
[4]http://www.socialistregister.com/index.php/srv/article/view/5845#.Wi7U-XkyGUl
[5] Ganter, R. (2016). Narcocultura y signos de transformación en Santiago de Chile. Revista Mitologías hoy. Vol 14, diciembre de 2016.
[6] Aravena, A. (2016). De la inserción dictatorial a la gobernabilidad de la Concertación: Las drogas en las poblaciones de Santiago. El desconcierto [online].
[7] Fabián, M. (2015). “Las grietas del doble pacto”.
[8] Dewey, M. (2015) El Orden Clandestino. Política, fuerzas de seguridad y mercados ilegales en la Argentina. Editorial Katz.
Gricel Labbé, geógrafa, estudiante Mágister en Desarrollo Urbano y Javier Ruiz-Tagle, Profesor Asistente IEUT-PUC
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