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Los liberales ante el Papa


Cierta indignación ha causado entre los asiduos miembros de las redes sociales, la cifra que el Estado Chileno tendrá que desembolsar a raíz de la visita del papa Francisco a nuestro país. La mayoría de aquellas voces esgrimen que tal cuestión implicaría una grave vulneración a la cláusula del Estado Laico consagrada en nuestra Constitución. ¿Es así?

Entre quienes han llevado la batuta en términos de denuncia, se encuentran destacados miembros de la llamada familia Liberal, quienes, nostálgicos de las luchas de la generación de Balmaceda, postulan que el Estado Laico sólo puede entenderse como un deber de abstención absoluta del Estado en el sentido de no promover, facilitar ni menos privilegiar una determinada visión moral o religiosa por sobre otras.

Desde luego que nadie puede dudar que, en lo realmente esencial, el Estado Chileno es plenamente laico desde la Constitución de 1925; a saber, no existe una religión oficial, el presidente no nombra a obispos u otros miembros de la jerarquía eclesial, los clérigos no disfrutan de un estatuto jurídico especial distinto del aplicable a los civiles, y un largo etcétera (la exención del impuesto territorial no es un privilegio de la iglesia católica, se estableció a favor de todas las religiones conforme a la igualdad ante la ley).

Sin perjuicio de que aquello resulte un piso republicano intransable, es válido preguntarse si es del todo suficiente para las necesidades actuales del país.

[cita tipo=»destaque»]Por lo tanto, ¿con qué tipo de Estado Laico responderemos a este nuevo desafío? está claro que no será suficiente postular la absoluta abstención del Estado en tales asuntos como lo proponen algunos liberales, lo cual no significa romper su neutralidad dando preferencia a una visión moral por sobre otra, ni mucho menos asumir una religión oficial.[/cita]

La modernidad, dentro de sus múltiples transformaciones y paradojas, ha provocado una incipiente búsqueda de espiritualidad por parte de los ciudadanos. Cada vez en mayor medida la población, transversalmente en cuanto a edades, siente que el éxito material no lo es todo en la vida y que por tanto necesitan de una fuente de sentido extra material; prueba de aquello es la incipiente importación de prácticas y ritos religiosos desde oriente u otras calificadas de New Age. De manera, que a diferencia de lo que ocurría en el S XIX, en la actualidad las religiones tradicionales conviven con un sinfín de otras visiones morales, cada una de las cuales exige respeto y la posibilidad de expresarse en la esfera pública.

Por lo tanto, ¿con qué tipo de Estado Laico responderemos a este nuevo desafío? está claro que no será suficiente postular la absoluta abstención del Estado en tales asuntos como lo proponen algunos liberales, lo cual no significa romper su neutralidad dando preferencia a una visión moral por sobre otra, ni mucho menos asumir una religión oficial.

Para responder a tal escenario, es necesario entender, que el Estado puede facilitar, si se lo requieren, determinados espacios públicos para que cada una de tales religiones o visiones morales se pueda expresar libremente y en igualdad de condiciones, compartiendo los costos que aquello conlleva con la respectiva organización. En nada aquello contraviene la neutralidad del Estado, el principio democrático y el objetivo del bien común que persigue nuestra Constitución, que busca que el individuo alcance su máximo desarrollo material y espiritual posible, y el que sólo se puede conseguir mediante la colaboración del Estado con los privados y la sociedad civil en aquellos asuntos de interés general, como lo es, el respeto y ejercicio pleno de las libertades de asociación, conciencia y culto en nuestro país.

Un ejemplo de dicha visión es la siguiente. El papa Francisco cuando visitó Estados Unidos el 2015 (país que estableció la cláusula del Estado Laico ya en su constitución de 1787), fue invitado a dar un histórico discurso en el Capitolio ante el Congreso Pleno acompañado desde sus testeras por el Vicepresidente y los Jueces de la Corte Suprema (los tres poderes del Estado presentes), no causando ningún revuelo por los gastos de logística, seguridad y organización de actos masivos públicos en que incurrió el Estado Federal y sin que nadie, incluso políticos demócratas, viera peligrar la subsistencia del Estado Laico.

Una vez más al parecer estamos envueltos en una discusión un tanto ficticia y provinciana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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