La defensa de la posibilidad de materializar ideas socialdemócratas en Chile requiere una revisión crítica de sus elementos para dar consistencia a su planteamiento teórico. Una revisión de su formulación clásica da cuenta que ésta se compone por una solución ecléctica que comprende idearios capitalistas y comunitaristas y se ofrece como una respuesta moderada para los países polarizados políticamente. Se trata, expresado en términos comunes, de “fortalecer el centro político”.
La finalidad de la presente columna es efectuar tres críticas a uno de los elementos (capitalismo) que componen la idea socialdemócrata, lo que permite detectar y aislar los extremos libertarios.
Dentro de la ideología capitalista es posible discernir aquello que constituye un capitalismo moderado ―ahí donde se corrigen los déficits del sistema y se fortalecen ciertas prestaciones públicas ―en oposición a uno predatorio ―en el que la desregulación es la regla y donde la doctrina del laissez-faire pretende justificar medidas en beneficio de unos pocos―. Sólo la concreción de la primera de ellas (el capitalismo moderado) es consecuente con el ideario socialdemócrata, y por ende con la no polarización política y la satisfacción a la vez de criterios de justicia social y crecimiento económico. Para materializar progresivamente un ideario de capitalismo moderado (que a la vez hace más posible la concreción de la democracia social) es preciso aclarar tres malentendidos hoy contingentes:
(1). Acusar a determinados sectores de ideologizados es un error. La idea de que el adversario político yerra en sus diagnósticos y elaboración de políticas públicas porque tiene una noción político-económica ideologizada es un error porque toda elaboración de diagnóstico y plan de políticas contingentes descansa en una comprensión a priori de la naturaleza de la convivencia humana y aquello que constituye la justicia. Y esa reflexión es, precisamente, política (i). La consecuencia de este error deviene en otro error: creer que existen teorías de economía política correctas y otras incorrectas, de forma tal que discrepar respecto al modelo económico a aplicar durante un determinado lapso de tiempo o disentir respecto a determinadas reformas sería simplemente “no entender de economía” o estar “económicamente equivocado”. La manualística sobre las distintas escuelas económicas permite concluir que la economía constituye una decisión política y que no existe en dicha disciplina una posición carente de ideología.
Sostener lo contrario (=que existe solo un grupo de personas que entiende de economía, que existe una sola escuela económica) es defender que sólo existe una forma correcta de distribuir recursos, repartir cargas (en el diseño y justificación de tasas tributarias), explicar el comportamiento humano relativo a prestaciones de bienes y servicios y, en último término, explicar la naturaleza de la relación que existe entre el ser humano y la propiedad. Argumentar lo anterior es evidentemente absolutista. Y no hay nada menos liberal ―cualquiera sea la acepción que demos a dicho término― que defender ideas planteadas en términos absolutos.
(2). Los protectores del capitalismo siguen siendo las regulaciones estatales y los particulares (jamás exclusivamente los particulares). El capitalismo no es aquello que se observa cuando la sociedad civil se organiza espontáneamente para permitir la circulación de la riqueza, sino aquella organización espontánea de la sociedad civil que distribuye la riqueza sujeta a un mínimo de reglas operativas. La regulación estatal no atenta per se contra el libre mercado, sino que muchas veces lo protege (ii). Las superintendencias (de salud, electricidad y combustible, bancos, etc.) no surgen como instituciones cuya finalidad sea poner trabas a la libre circulación de la riqueza, sino permitirla bajo parámetros de justicia. La Fiscalía Nacional Económica no es un ente estatal que tiene por finalidad hostigar a empresarios y particulares, sino el garantizar las condiciones básicas para que la competencia pueda existir. Y la competencia es a la vez condición de existencia del capitalismo. Estas dos instituciones son un ejemplo de la necesidad de regulaciones estatales del capitalismo: protegen su ideario porque dichas instituciones saben que, de no existir, “el pez más grande se comería al más chico” y al corto andar no existiría liberalismo económico sino “la ley del más fuerte”(iii).
[cita tipo=»destaque»]La defensa de un ideario socialdemócrata que permita generar una convergencia entre justicia social y crecimiento económico, fortalezca el centro político y evite la polarización requiere que los adherentes al capitalismo sean moderados (para que el capitalismo no devenga en “ley de la selva”).[/cita]
(3). El fenómeno de la inmigración debe ser aceptado como inherente a un sistema capitalista. Quien defienda la idoneidad de dicho sistema de desarrollo debe aceptar que importa la externalidad de la inmigración, fenómeno que se explica en clave económica por el hecho de que la liberalización de los intercambios mercantiles importa la liberalización de intercambios de servicios laborales (iv). Nuevamente en clave económica, de la misma forma en que un liberal defiende la posibilidad de acceder a bienes extranjeros sin tasas de impuestos y bajo una intervención estatal mínima, debe aceptar que personas extranjeras ofrezcan su fuerza de trabajo bajo una intervención estatal reducida. No hay nada más capitalista que la inmigración; abogar para que todas las cosas circulen libremente pero no las personas es una contradicción que debiese generar disonancia cognitiva y revisión.
Expuesto lo anterior en clave humanista: el fenómeno de la inmigración importa uno de los elementos imprescindibles para comprender la transculturación que ha permitido la globalización, y es propio del libre pensador considerar un privilegio el poder conocer las ideas y costumbres del extranjero. La correcta regulación de control de inmigración sólo acepta razones de necesidad de información para la elaboración de políticas públicas (por ejemplo, para la prestación de servicios de salud, educación, vivienda, para las relaciones laborales, etc.) y no justificaciones relativas a cuidar el empleo de los nacionales (el liberal privilegia la competencia), de cuidar de la cultura nacional (el liberal es libre pensador y valora la multiculturalidad) o sustentada en prejuicios de cualquier índole (el liberal rechaza la ignorancia).
La defensa de un ideario socialdemócrata que permita generar una convergencia entre justicia social y crecimiento económico, fortalezca el centro político y evite la polarización requiere que los adherentes al capitalismo sean moderados (para que el capitalismo no devenga en “ley de la selva”). Dicha moderación se expresa hoy en tres cuestiones: no ser un absolutista ideológico (tratando al otro de “ideologizado”), reconocer que el liberalismo económico es protegido tanto por privados como por regulaciones estatales y aceptar el fenómeno de la inmigración como una externalidad positiva inherente al sistema.
(i) Nos parece que existe una excepción: que cada sector político tenga una ideología no excluye el hecho de que existan “ideologías e ideologías”, unas más erradas que otras. En este sentido, Arendt formuló dicho concepto para describir una forma de socialismo (nacional socialista Alemán) y explicar su peligrosidad en relación al devenir totalitario. La pensadora caracteriza esta ideología como un prisma pseudo-científico que se arroga la capacidad de explicar todos los fenómenos humanos en base a la (supuestamente) correcta comprensión del curso de la Historia. La ideología, en este contexto, se ofrece como un criterio analítico para descubrir las Ideas que componen la naturaleza humana y la lógica con que opera (bajo la fórmula de tesis, antítesis y síntesis, que al final funge de tesis para el siguiente constructo dialéctico). Arendt, Hanna. Los orígenes del totalitarismo, Taurus, Madrid, 1998, pp. 374-375. En el sentido, “ser ideologizado” es exclusivamente adherir a una cosmovisión tan extrema como la que describe Arendt, sin ser constitutivo de ello el solo hecho de promover reformas sociales.
(ii) Un ejemplo de ello fue la medida tomada por Estados Unidos ―país emblemáticamente capitalista― ante la concentración de mercado de la gigante telefónica AT&T en 1984: el Estado la obligó a dividirse en siete empresas pequeñas para fortalecer la competencia. Esa es la manera en que Estados Unidos protege el capitalismo y los consumidores.
(iii) La necesidad de la existencia de agentes reguladores en la economía moderna debiese ser algo evidente para el capitalista. Basta reconocer la existencia de fallos de mercado, los cuales deben ser subsanados por organismos estatales. Las fallas de mercado clásicas que requieren dichas regulaciones son: la protección del medioambiente ante la contaminación de determinadas empresas, la cabal información para el consumidor de los efectos de los remedios que compra, un paternalismo débil que disuada mediante impuestos el consumo en exceso de tabaco y alcohol, entre otros. Jean Tirole agrupó los fallos de mercado en seis categorías, Tirole, Jean, La economía del bien común, Taurus, Madrid, pp. 173-177.
(iv) Evidentemente, quedan fuera de esta lógica los refugiados.