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¡Y a mí qué me importa! El decaimiento de la democracia Opinión

¡Y a mí qué me importa! El decaimiento de la democracia

Marcelo Mella
Por : Marcelo Mella Decano de Humanidades, Universidad de Santiago de Chile.
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En ese contexto, la expresión «¿y a mí qué mierda me importa?» no tendría por qué ser una actitud que fortalezca a la democracia, sino, más bien, el efecto de cajas de resonancia de grupos o individuos que remiten a un nuevo feudalismo valórico. Se trata de un feudalismo o individualismo valórico sin movilización cognitiva destinada a fortalecer el régimen democrático, sino, por el contrario, a ignorarlo.


Hace 34 años, el cientista político Guillermo O’Donnell publicó un ensayo en la colección Documentos de Trabajo del Hellen Kellogg Institute for International Studies ya convertido en clásico, titulado “¡Y a mí qué me importa!”, en el que el connotado profesor argentino retomaba una reflexión comparativa iniciada por el brasileño Roberto da Matto para analizar los rasgos básicos de la cultura política y la sociabilidad de Brasil y de Argentina.

Lo que más trascendió de este famoso escrito es la diferencia detectada por O’Donnell en la manera de asumir subjetivamente la estructura social y las asimetrías, en cada caso, por parte de sujetos socioeconómicamente desiguales. La expresión tradicional frente a un conflicto entre dos sujetos desiguales fue representada retóricamente por O’Donnell mediante una situación paradigmática que enfrenta a ambos y en la que el dominante pregunta, como modo de zanjar la discrepancia con el subalterno: “¿Y usted sabe con quién está hablando?”. Nótese que la expresión “usted” cumple una función de distanciamiento y demarcación social para el sujeto dominante en la interacción.

Queda claro que en ambos contextos la expresión buscaría clausurar la discusión haciendo prevalecer todo el peso de la estructura social sobre quien posee la condición subalterna. Frente a la interpelación del sujeto dominante se obtienen dos respuestas típicas que, a juicio del cientista político argentino, revelarían maneras diferenciadas de configurar el orden y la sociedad.

En el caso brasileño, la respuesta específica asume esa diferencia en la naturalización de la jerarquía preexistente y, por tanto, en la inevitabilidad de la desigualdad. En cambio, en el caso argentino, el subalterno responde típicamente con un marcado “¡y a mí qué me importa!”; o, mejor aún, “¡y a mí qué mierda me importa!”. Frase, esta última, que connota al extremo el rechazo, mediante desinterés, de la desigualdad estructural presente en diversas sociedades latinoamericanas.

La comparación sugiere que existen dos actitudes paradigmáticas extendidas en ambos contextos que determinan las idiosincrasias políticas: la primera, representada por Brasil, tiende a la naturalización del orden social y su distribución de poder; mientras que la segunda, representada por Argentina, propende a la desnaturalización de las desigualdades mediante alguna forma de desinterés. Este modo de desinterés podría caracterizarse como hipócrita y funcional a la democratización porque, en rigor, solo rechaza un modo de interacción social característico de un régimen no democrático, aquella formulada por el sujeto dominante que intenta poner en su lugar al subalterno, pero en ningún caso esta forma de desinterés tiene como propósito último ser marginal respecto del régimen político. De este modo, el “y a mí que mierda me importa” de O’Donnell es perfectamente compatible con la “movilización cognitiva” (afinidad de las creencias) que requiere un régimen democrático.

Otra cosa ocurre con el desinterés hoy en Chile. Aunque a primera vista nuestro país podría caracterizarse como una cultura que avanza hacia valores más pluralistas, también se configura como una sociedad en creciente polarización. Si bien los estudios de opinión pública muestran una mayor tolerancia en relación con asuntos valóricos, no es menos efectivo que estas tendencias coexisten con niveles de desconfianza entre los más altos de Latinoamérica y del mundo.

World Values Survey (WVS), por ejemplo, aplica una escala de 1 a 10 (en donde 1 es “nunca se justifica” y 10 es “siempre se justifica”) para medir la justificación frente a asuntos como el divorcio, la homosexualidad, la prostitución y la eutanasia. Los datos muestran que en Chile, durante el período 1989-1993, comparado con el 2010-2014, las medias aumentaron en cada uno de estos temas. Por ejemplo: en justificación del divorcio de 3,5 a 6,96; en justificación de la homosexualidad de 1,83 a 5,73; justificación de la prostitución 1,8 a 3,62; justificación de la eutanasia 2,68 a 3,75, todo lo cual reafirmaría que Chile avanza en la tolerancia respecto de asuntos que carecían de aceptación social.

[cita tipo=»destaque»]En Chile actual la decreciente participación electoral desde 1990 y la pérdida de centralidad de la religión en la vida cotidiana de los ciudadanos, resignifica el sentido dado por O’Donnell al desinterés como forma de rechazo al orden social oligárquico bajo un régimen formalmente democrático.[/cita]

Por su parte, para el período 1996 a 2016 y en relación con los niveles de confianza interpersonal, Latinobarómetro ha estimado que Chile se ubica entre los países con mayor desconfianza de la región, con una tendencia incremental sostenida. En 2016, el 86% de los entrevistados chilenos estuvo de acuerdo con la afirmación “Uno nunca es lo suficientemente cuidadoso en el trato con los demás” y solo 12% con la afirmación “Se puede confiar en la mayoría de las personas”. ¿Cómo podría entenderse esta coexistencia entre un mayor nivel de tolerancia y el aumento de la desconfianza si no se trata simplemente de una impostura en favor de lo “políticamente correcto” por parte de los encuestados?

Del mismo modo, en Chile actual la decreciente participación electoral desde 1990 y la pérdida de centralidad de la religión en la vida cotidiana de los ciudadanos, resignifica el sentido dado por O’Donnell al desinterés como forma de rechazo al orden social oligárquico bajo un régimen formalmente democrático. Sabemos que en la última elección presidencial el porcentaje de votantes que no sufragó alcanzó a un 53,3% sobre el total del padrón, con cerca de 8 millones de chilenos que no fueron parte del proceso. La abstención electoral alcanzó niveles extremos entre jóvenes de 18 a 24 años y entre los habitantes de sectores urbanos de bajos ingresos. En relación con la perdida de centralidad de las creencias religiosas entre los chilenos, se observa –según WVS– que en el período 1994 a 2014 la religión perdió importancia en la clase alta, mientras mantuvo su centralidad en la vida de los sujetos al descender en la escala social.

Si se observan los datos de Latinobarómetro sobre actitudes hacia la democracia, no existirían mayores fundamentos para sostener que hay desinterés predominante frente al tipo de régimen político, salvo por la pregunta referida a la frecuencia con que se conversa de política, que podría resultar un proxy más fiel de la implicación con los asuntos públicos. Los resultados de esta pregunta pueden ser leídos en tono brutal: entre el 40 y 50 por ciento nunca habla de política, mientras entre 2 y 5 por ciento siempre habla de política (Frecuencia con que habla de política con los amigos, representado en %. Fuente: Latinobarómetro).

Pareciera ser que la famosa expresión de rechazo mediante el uso instrumental del desinterés, analizada por el politólogo argentino, debiera ser resignificada sobre la base de la experiencia más reciente de sujetos que cuestionan no solo una forma de interacción sino también las bases normativas que constituyen la sociedad a partir de un individualismo o particularismo radical.

En ese contexto, la expresión «¿y a mí qué mierda me importa?» no tendría por qué ser una actitud que fortalezca a la democracia, sino, más bien, el efecto de cajas de resonancia de grupos o individuos que remiten a un nuevo feudalismo valórico. Se trata de un feudalismo o individualismo valórico sin movilización cognitiva destinada a fortalecer el régimen democrático, sino, por el contrario, a ignorarlo.

En este marco, volvemos a Barrington Moore para analizar la sociogénesis de la democracia y nos preguntamos: ¿qué tipo de régimen político surge de estos valores dudosamente democráticos y sujetos escasamente implicados con los asuntos públicos?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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