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La primera batalla perdida de Gonzalo Blumel Opinión

La primera batalla perdida de Gonzalo Blumel

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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La derrota de imagen experimentada por la futura cabeza de la Segpres en el armado del próximo Gobierno, deja entrever un diseño anclado no en las rutinas tradicionales de la administración sino algo más complejo. No se advierte una sola «Moneda chica». Está la de Andrés Chadwick y su entorno jurídico, muy orientada a la gobernabilidad y el zapato chino de la seguridad. También aparece la que dirige Larroulet, con orientación a un segundo piso capaz y muy dependiente del Presidente, por encima de los ministros sectoriales, incluidos los de coordinación.


La instalación de los nuevos gobiernos y el papel de quienes tienen la responsabilidad de hacerlo, no es algo técnico sino político. Los mandatos en este campo son específicos y constituyen una señal fuerte de la cercanía al poder real de quienes los ostentan. Gonzalo Blumel, flamante futuro ministro designado en la Secretaría General de la Presidencia, de meteórica carrera, acaba de recibir el primer baño de realidad en este aspecto. Cristián Larroulet, su ex jefe en la Segpres y hombre de la asesoría de cocina del Gobierno entrante, fue mandatado por el Presidente electo para contactar a los nuevos subsecretarios. Una pega que en su origen pertenecía al titular de Segpres y que indica que, más allá de las formalidades y los cargos, tendremos una interfase de poder entre el Mandatario y sus ministros, en manos de un experimentado segundo piso.

La regla de que no es la selección de nombres lo más importante en esa instalación, sino el diseño sistémico sobre lo que se debe y se puede hacer y lo que no, es decir, la carta de navegación que deben seguir esos nombres, está en el ADN de la Segpres. Esta debe comunicarla a los nuevos funcionarios y, luego, controlarla en su cumplimiento.  Si quien lo hace no es el ministro sino un asesor presidencial como Larroulet, está claro que el secretario de Estado tiene un poco menos poder real del que ostenta formalmente, y que “está mediado” en las decisiones de poder. Así, al menos, se va a leer en el Parlamento o por parte de los otros actores de poder.

Es sabido que Segpres corresponde a una secretaría técnica de Gobierno con estrecho servicio al Presidente de la República. Arma la congruencia y la coherencia de la administración, somete a test de control los desempeños sectoriales –menos los del Ministerio de Hacienda– y lleva las relaciones con el Congreso. A su vez, los subsecretarios son los que manejan el corazón de la administración sectorial, llevan la ejecución presupuestaria y participan del gobierno interinstitucional, muchos de ellos con una verdadera categoría de viceministro, como, por ejemplo, los de Economía o del Interior. Por lo tanto, ambas instituciones –ministro de Segpres y subsecretarios– constituyen un eje para una administración gubernamental sólida. Así, el empoderamiento del ministro de Segpres –sobre todo de un novato político como Blumel– resulta esencial para introducir esa sintonía. A menos que se quiera transmitir otra cosa.

Siendo Chile una administración pública orientada a la excelencia sectorial con un veto hacendatario central, el rol ordenador de la agenda gubernamental que corresponde a Segpres se complementa con el manejo presupuestario y el rol que cumple la Dirección de Presupuestos del Ministerio de Hacienda (Dipres), que es una verdadera subsecretaría de Presupuestos. Entre Segpres y Hacienda están los cabos ordenadores de la administración: factibilidad y viabilidad presupuestaria y ranking de prioridad política, vis a vis con el control de legalidad, de eficiencia y de consenso político.

[cita tipo=»destaque»]Quizás si este aparente fraccionamiento del poder sea algo positivo para Alfredo Moreno, si efectivamente requiere de un vínculo reforzado con La Moneda en su diseño social-popular de un país de mercado, no economía de mercado, que en un mundo de rutinas y realidades presupuestarias fuertes está lejos de tener una fortaleza en el Ministerio de Desarrollo Social. Y ese apoyo sea Larroulet por voluntad de Piñera. Lo cierto es que Blumel está  fuera de este guión, al menos por el momento.[/cita]

La “ideología del bienestar” de los último años –sin mayor voluntad real de traspasar efectivamente competencias y poder– agregó una tercera coordinación, el Ministerio de Desarrollo Social, el cual debe determinar la rentabilidad social (RS) de los nuevos proyectos. Este, que es el único minuto de fama de ese ministerio, en realidad tiene bajísima incidencia, pues los ámbitos de innovación son minúsculos en el estrecho margen de cosas nuevas que deja la inercia presupuestaria, que cubre más del 90% del gasto fiscal todos los años.

El perfil de Cristian Larroulet cumple con creces los requerimientos de un buen ministro de Segpres, que en el imaginario político nacional dejó instalado Edgardo Boeninger durante el primer Gobierno de la Concertación. Como este, Larroulet posee un manejo fino de los temas presupuestarios, pues fue Director de Presupuestos, conoce bien la mecánica de la innovación pública (fue de Odeplan) y fue en el primer mandato de Piñera el ministro de Segpres, introduciendo a Blumel como Jefe de la División de Estudios. Su idea de Gobierno se articuló bien, pese a un errático Presidente, presumiblemente por su experiencia político-técnica previa, al frente del Instituto Libertad y Desarrollo.

Hoy la perspectiva parece diferente. La derrota de imagen experimentada por Blumel en el armado del próximo Gobierno deja entrever un diseño anclado no en las rutinas tradicionales de la administración sino algo más complejo. No se advierte una sola «Moneda chica». Está la de Andrés Chadwick y su entorno jurídico, muy orientada a la gobernabilidad y el zapato chino de la seguridad. También aparece la que dirige Larroulet, con orientación a un segundo piso capaz y muy dependiente del Presidente, por encima de los ministros sectoriales, incluidos los de coordinación. Un segundo piso que, incluso, pueda llegar a tener una opinión gravitante en los temas presupuestarios y fiscales, lo que supondría un freno a la potencia del ministro de Hacienda Felipe Larraín. Tal vez ahora el neocaudillismo de Sebastián Piñera.

Quizás si este aparente fraccionamiento del poder sea algo positivo para Alfredo Moreno, si efectivamente requiere de un vínculo reforzado con La Moneda en su diseño social-popular de un país de mercado, no economía de mercado, que en un mundo de rutinas y realidades presupuestarias fuertes está lejos de tener una fortaleza en el Ministerio de Desarrollo Social. Y ese apoyo sea Larroulet por voluntad de Piñera. Lo cierto es que Blumel está  fuera de este guión, al menos por el momento.

Los estados en forma son en gran medida inercias institucionales y rutinas establecidas, que alejan el poder político de la satrapía, la discrecionalidad o el ejercicio autoritario. En México, país que sabe de estas distorsiones, existe un dicho político muy sabio, que reza “el que no vive en el presupuesto, vive en el error”. Sirve para indicar que el ejercicio efectivo del poder político requiere de la formalidad de ser parte de un Presupuesto Nacional, con todo lo que implica de majestad y protocolo. Esto es lo que tiene Gonzalo Blumel. Pero al dicho le falta la variante chilena, que bien podría ejemplificar Cristián Larroulet: “Siempre y cuando no se pertenezca al segundo piso”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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