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¿Lastres de la izquierda?

Eugenio Rivera Urrutia
Por : Eugenio Rivera Urrutia Director ejecutivo de la Fundación La Casa Común.
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En un reciente artículo, Luis Larraín director de Libertad y Desarrollo sostiene que la izquierda acarrea tres lastres ideológicos que explican su derrota en las pasadas elecciones. No explica eso sí, cómo pese a ellos, desde 1990 la izquierda junto con la DC ganó cinco procesos eleccionarios frente a solo dos de la derecha; está por verse si esta última podrá ganar las elecciones presidenciales del  2021, superando el modo péndulo que nos afecta desde el 2010.

El primero, es el “talante revolucionario”. Cabe analizar dos dimensiones. Primero, el de la utopía; esto es el persistir en buscar una mejor sociedad para todos. Es esta pulsión la que ha permitido progresar en igualdad, en distribución del ingreso y en el perfeccionamiento de la democracia, desde formas censitarias que defendieron las derechas. El otro se refiere a la pretensión de ciertos “izquierdistas” minoritarios de imponer mediante cualquier medio “la buena sociedad”.  La lucha contra Pinochet llevó a la mayoría de la izquierda a entender el vínculo indisociable entre progreso social y democracia. La izquierda latinoamericana tiene sí, que incorporar con más fuerza, la idea de que la lucha por la utopía tiene que correr a parejas con la defensa y profundización de la democracia. No es posible y menos deseable, imponer la “buena sociedad” por medios no democráticos, por muchas críticas que la democracia “realmente existente” pueda merecer.

[cita tipo=»destaque»]La izquierda latinoamericana tiene sí, que incorporar con más fuerza, la idea de que la lucha por la utopía tiene que correr a parejas con la defensa y profundización de la democracia. No es posible y menos deseable, imponer la “buena sociedad” por medios no democráticos, por muchas críticas que la democracia “realmente existente” pueda merecer.[/cita]

El segundo lastre de la izquierda incluye según Larraín la reticencia a aceptar la economía de mercado, su convicción que en una economía abierta como la chilena no existen ganancias extraordinarias y la insistencia majadera en una política industrial. Es cierto que un sector de la izquierda, la comunista, pretendió terminar con el mercado (cuestión que el PC chino ha rectificado hasta el extremo); pero no la socialdemocracia. El problema es más bien de Larraín al pretender invisibilizar las debilidades de la economía de mercado (por falta de regulación) causantes de las crisis de 1929 y del 2007 – 2008, y desconocer que no existe una modalidad sino diversas variedades de capitalismo cuyas diferencias radican en su dinamismo, en su impacto en la distribución del ingreso y la concentración y en la mayor o menor presencia de derechos sociales universales. Del mismo modo, su rechazo a una política industrial moderna hace caso omiso de que son los países que han contado con ella los que crecen más rápido y persistentemente (Corea y el norte de Europa, por ejemplo). En tal sentido que el futuro Gobierno mantenga el rechazo a esta política es una amenaza para los planes de Piñera para recuperar el dinamismo económico.

El tercer lastre sería la “dependencia alimenticia” de la izquierda respecto del Estado, incompatible con la modernización de éste. El desarrollo está asociado con una mayor demanda de bienes públicos y consecuentemente un aumento del empleo público. Si bien a veces aumentan más de lo necesario el problema es que algunos partidos se han transformado en organizaciones de funcionarios, perdiéndose la relación con el resto de la sociedad y la capacidad de interpretarla. Se equivoca sin embargo el autor al pensar que la mayoría de los funcionarios públicos se encuentran en esa situación. Por el contrario, han sido interlocutores permanentes en el esfuerzo de modernización. El negar espacio a esta interlocución puede llevar a confrontaciones que hagan imposible avanzar en la modernización del Estado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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