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El necesario enfoque de habilidades socioafectivas en el aula

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La escuela no debería tener como gran premisa ser un lugar de instrucción para el ascenso meritocrático, más bien debería proyectarse como el motor que moviliza una nueva forma de entendimiento y transformación social, cultural y de convivencia inspirada en el bien común. Algo sucede que aún estamos lejos o no somos capaces de abordar la génesis  misma de la educación. Por el contrario, se asume que tenemos controlado el qué y el para qué estamos enseñando, al igual que el cómo lo estamos haciendo. En lo concreto, todos los que hemos estado en la sala sabemos que el currículum es inabarcable y que el desvelo y el esfuerzo por lograr buena parte de él es – como diría un gran poeta chileno – una batalla que viene perdida de antemano.  Si a ello le sumamos que nos esforzamos constantemente en evaluar ese traspaso o llenado de conceptos con las más diversas mediciones estandarizadas que se tienen a mano, el resultado es la subvención de una cultura y de una carrera loca e irreflexiva. Se arraiga y se focaliza la cultura del Simce, PSU, pruebas globales, pruebas especiales y una larga lista de mediciones disgregadas en todo tipo de instituciones en el país, todas con el fin de medir y catalogar el nivel de conocimiento más el tipo de  habilidad que se ha incorporado. Se estructura el sistema de la eficiencia, del progreso y en definitiva del poder.

La belleza salvará al mundo decía Dostoievski hace más de 100 años, y no hay nada más bello que ver como una niña o un niño está desarrollándose en el aprendiendo. Pero ¿somos realmente conscientes que en la escuela se funda la sociedad que estamos proyectando? La pregunta no tiene nada de hipismo. Hace décadas son muchos los que se han venido preguntando esto, especialmente los norteamericanos e ingleses que se han preocupado por lo mismo. Quizás estas naciones aún no son muy buenas garantías al respecto, pero han estudiado lo suficiente como para demostrar que el desarrollo de las habilidades socio afectivas tienen un impacto sumamente importante en todas las áreas del ser humano e incluso en las que dicen relación a las mediciones más duras que éste se pueda ver enfrentado.

Existe una larga lista de investigadores (Lickona, Vess, Greenberg, Bier, Goleman, entre otros) con trabajos que involucran años de seguimiento y que llegan a resultados similares, sólo por puntualizar algunos de ellos están:  Zins, Weissberg, Wang and Walberg de la Universidad de Columbia que en el año 2004 en el estudio titulado “Building Academic Success on Social and Emotional Learning: What Does the Research Say?” mencionan que el desarrollo de las habilidades socioemocionales inciden directamente en las habilidades de aprendizaje, o que los alumnos al tomar decisiones más autónomamente se hacen más responsables de sus estudios logrando tener aprendizajes más significativos. Los estudios e investigadores concuerdan que el potenciar las habilidades socio afectivas tienen una clara incidencia en la mejora de los índices de las mediciones estandarizadas o pruebas tradicionalmente cognitivas. En el estudio “The Impact of After-School Programs that Promote Personal and Social Skills” de Durlak de la Universidad de Loyola y Roger Weissberg de la Universidad de Illinois en el año 2005, se confirma este punto. Ellos revisaron más de 350 propuestas –colegios con modelos – que contenían programas de desarrollo de habilidades socioafectivas en el aula, obteniendo como resultado una clara tendencia que demuestra una mejora significativa en el rendimiento académico. Es decir, los investigadores concluyen que el invertir tiempo y recursos en el desarrollo de este tipo de habilidades tendrá un efecto positivo en el largo plazo. Sentencian que lo socio afectivo, o lo socio emocional se vuelve justamente más determinante que pensar en poner todos los esfuerzos o el foco en el rendimiento  del desarrollo cognitivo como predictor del éxito en el futuro que tendrá el estudiante.

[cita tipo=»destaque»]Si tuviéramos una sala de clases distinta, centrada en un trabajo cooperativo, en el manejo de la frustración, en el potenciamiento de la autoestima, en el autocontrol y determinación, quizás volveríamos a tener un poco de consciencia en el futuro.[/cita]

La literatura es cada vez más inmensa y está a disposición de todos públicamente. Los ejemplos sobran y los estudios también que nos empujan  a pensar que aún no es tarde para hablar sobre educación. Los últimos – por lo menos – 10 años el país ha sobre debatido la temática educativa, pero aún no logra hablar de educación. Algunos se justifican con que los rezagos de la historia han provocado la elección de partir por la propiedad y por la administración. Como consecuencia sea ese el motivo o no, poco se ha proyectado una reflexión sobre el momento que estamos viviendo.  Es tal la era de la información y el conocimiento que saturamos y jubilamos la forma o el modelo de enseñanza casi invariable desde el siglo XIX. Las salas de clases, los niños, los jóvenes están interactuando en otra era. Además, el que estemos permanentemente casi de una manera frenética midiendo con el objetivo de avanzar o crecer nos hace olvidar que antes que estudiantes en busca de un contenido o un conocimiento tenemos a seres humanos que están muy necesitados de valores, de ética, de fortalezas para enfrentar el mundo no fácil en el que viven.

El desarrollo de estas áreas o de este otro tipo de habilidades promueve una convivencia en un plano que camina a contra marcha. En el día de hoy el enfocarse o concentrar los esfuerzos sobre aspectos que ni siquiera está el interés por medirlos, se vuelve una lucha titánica de alcance contracultural. Si tuviéramos una sala de clases distinta, centrada en un trabajo cooperativo, en el manejo de la frustración, en el potenciamiento de la autoestima, en el autocontrol y determinación, quizás volveríamos a tener un poco de consciencia en el futuro. Tal vez con el paso de los años siendo adultos estaríamos más conectados con entender que la vida merece un espacio más armónico, preocupándonos verdaderamente por determinaciones que tengan por delante  el bien común. Quizás entenderíamos que antes de crecer por crecer, o que antes de conseguir a toda cosa nuestros propios éxitos, o que antes de estar preocupados por demostrarle al resto de lo que soy y he sido capaz o de lo que he obtenido, está presente la reflexión de cómo soy un aporte o cómo desde mi posición contribuyo a que mi existencia tenga una importancia no sólo pensada para mis pares, sino que además para mi ecosistema y lugar donde vivo. En las salas de clases deberíamos aprovechar el tiempo para que desde niños antes de pensar en qué voy a ganar o cómo lo voy a conseguir, pensemos en qué mañana estaré viviendo, cuál es mi responsabilidad, y cómo puedo aportar a recuperar la construcción de una humanidad que va camino al olvido.      

Cuando nos atrevamos de verdad a cuestionar la educación, nos estaremos preocupando por el país que de verdad queremos vivir. Por un rato olvidémonos de comprar, salgamos a un parque y conversemos con el que esté al lado, de seguro algo aprenderemos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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