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Otra cosa es recordar

Por: Diego de la Barra I


Señor Director:

Resulta indiscutible que el debate sobre la moral pública es uno de continuo cambio. Podemos fijar normas, pero lo políticamente correcto está en constante transformación. Que conductas hasta hace poco normalizadas -como diversas formas de corrupción o tratos denigrantes contra las mujeres- hoy se consideren inaceptables, se debe a que la apreciación sobre ellas ha evolucionado; desde la polémica en los medios hasta el tribunal público de las buenas costumbres, hemos adquirido conciencia de su invalidez social.

Sin embargo, un poeta español nos alertaba hace ya algunos años sobre la insuficiencia de esta conciencia: una cosa es el recuerdo, otra cosa es recordar. Hemos adquirido mayores posibilidades de ver lo que sucede a nuestro alrededor, de indignarnos con lo injusto. A la vez, son tantos los frentes sociales que claman por soluciones que, queriéndolo o no, pasamos -casi sin mirar siquiera- de un tema a otro, dando compulsivamente vuelta la página, como si en algún segundo este libro de lo injusto fuera a terminar.

Nos escandalizamos cuando los titulares muestran el asesinato de Lissette Villa, la niña de once años que murió ahogada bajo el peso de sus cuidadoras en un recinto del SENAME. Las redes sociales se llenan de mensajes de apoyo a iniciativas que buscan poner fin a las indignas condiciones de vivienda que hoy existen en los campamentos chilenos, al alza este año. Nos conmociona el reciente asesinato y suicidio de una pareja de ancianos que, ante la enfermedad y soledad social, prefieren la muerte. De un caso a otro, vamos olvidando el anterior y nuestra conciencia atenta se transforma en memoria estéril.

Es que la memoria es frágil. Y muchas veces, sin mala intención, nuestra conmoción dura lo mismo que el reportaje por el que conocemos el drama humano. Damos vuelta la página y nuestra memoria, tal como decía el poeta, pasa también a ser selectiva. Levantamos ocasionalmente el polvo de la alfombra ajena, pero raramente nos hacemos cargo de lo que nos es adjudicable. La violación grave y sistemática a los derechos de los niños, niñas y adolescentes recientemente declarada por la ONU en nuestro país es un excelente ejemplo: la sobrepoblación de los centros, la deficiencia profesional de sus funcionarios, la infraestructura indigna, el uso frecuente de castigos físicos y tortura, el abuso, violación y explotación sexual. La lista sigue; son 40 años de silencio de los que hoy nadie quiere asumir responsabilidad, ni hablar de alguna reparación a las víctimas de un sistema que les falló una y mil veces.

Muchos levantan banderas por la memoria del pasado. Pero la memoria es insuficiente: necesitamos el recuerdo, pero especialmente, necesitamos recordar. Necesitamos verdadera conciencia; involucrarnos en la realidad y hacerla propia, dolernos en la precariedad de los que hoy nadie llora y de quienes no tienen posibilidad de levantar la voz. Ser perpetuos inconformistas, tal como Alberto Hurtado nos recuerda en su mes: no quedarnos en la memoria del pasado, sino en la conciencia intranquila del presente. Por un Chile con memoria, y sobre todo, con conciencia.

Diego de la Barra I.
Alumno Derecho UC

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