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Nadie sabe para quien trabaja Opinión

Nadie sabe para quien trabaja

Fernando Alessandri
Por : Fernando Alessandri Licenciado en Historia y Comunicación Social, Periodista, Global MBA de IESE
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Los hechos del último mes me sorprenden fuera de Chile y en un principio logran motivar al revolucionario que llevo dentro y tomo la causa de la calle. Me parecía justo y necesario que se hicieran oír voces postergadas y mudas para los tecnócratas. Hace rato que con amigos filósofos y librepensadores veníamos riéndonos de lo que significa apoyar ciegamente un sistema que promueve la felicidad de la farmacopeia por sobre la de la fase REM, entre su dirigencia y la disciplina ciega entre sus dirigidos. Nos llamaba la atención también las caras de culo de los autos más caros del taco. O sea, había razón para creer que un poco de revuelta era, en verdad, “Justo y Necesario”.

Y sigo creyendo lo mismo. Debe ser por la parentela que fue Milicia Republicana, o por deberle el nombre a la muerte de un homónimo de neumonía mientras mi familia se dirigía al exilio en barco. La gente pide que vuelvan y obligan a Ibáñez a bancarse un nuevo período presidencial con fuerza popular, y nunca un miembro de mi familia ha defendido el exilio, ni han dejado de estar en el Congreso. Son conocidas las razones por las cuales Pinochet termina sacando a Jorge Alessandri Rodríguez del Consejo de Estado. Y no es materia para detallar en esta columna.

Lo que no podía prever es que lo que parte como razones entendibles y que hasta justifican la fuerza y la desobediencia civil, termine transformándose en una turba embravecida, sin norte claro y con muchos tratando de sacar dividendos políticos de ello.  Al final, yo, como parece que también la mayoría del país, tiendo a estar más cerca de Thoreau que del Ché, por razones obvias.

Creo que como cualquiera que lea estas palabras, oí y leí todas las tesis posibles. Y en múltiples formatos. Algo a lo que tendremos que ir acostumbrándonos en esta era de protagonismos de Red Social y Fake News.

Lo obvio era partir culpando a las Piñericosas de la eventual debacle de la República, pero el Presidente, gerente y financiero, al fin y al cabo, sabe hacer las pérdidas antes que se lo coma el orgullo, y junto a un buen equipo, logra revertir el peor escenario posible: la vuelta de los militares a las calles de Chile, con el orgullo dañado por haber sido sacados sin plenos poderes ni una misión clara y luego devueltos a los cuarteles. O sea, en lenguaje fácil, se desdice con los hechos y sin una oratoria de prócer ni fanfarria ni puestas en escena, aparece junto a un joven y jugado Ministro del Interior, llamando a la Paz, la Cordura y la Responsabilidad Cívica. Evitando su clásico pasito corto y el un, dos, tres.

El gobierno partió por escuchar y ceder ante las demandas sociales. Salió de los dogmas y de eso se trata la Política. Lo curioso es que empieza inmediatamente el “fuego amigo” y la diputada “reguleque” demanda pensiones con plata que no hay, condicionadas a las presiones sobre la Ley de Presupuesto. Veremos muchos héroes de cuña y portada fácil durante los próximos meses y el país tendrá que aprender a bailar a un ritmo distinto.

Ya no se crece al 8%, no existe Ley de Superávit Estructural, los partidos de la Coalición Gobiernista se inclinan por alianzas apresuradas y muchas de las viejas caras del Gabinete fueron obligadas a ir a un retiro anticipado. Hubo mucha improvisación y nerviosismo, y hoy Evópoli, que saca cuentas públicas muy alegres, olvida que su Presidente respaldó plena y públicamente la idea de sacar inicialmente militares a la calle. O sea, era eco de la UDI.

Lo probable es que Joaquín Lavín ya no tenga ninguna posibilidad de ser un candidato con opción presidencial y lo que viene está aún por definirse. Falta mucho, y es tiempo de respirar, estudiar y mirar a los que piensan distinto como amigos o parientes díscolos y a algunos de los idiotas, por parafrasear a Matamala en La Tercera, con más atención.

Tengo la sensación que a muchos como yo, les importa más la Paz que los números y la sana convivencia que el miedo a los cambios. La multitud que salió en la marcha pacífica es prueba de ello.

Creo que es importante ver que la Constitución de Guzmán tiene, como tenía él, muchas contradicciones. La que más me llama la atención es que garantiza el Derecho a un Medio Ambiente libre de Contaminación… o sea, Santiago, Rancagua, Concepción, serían absolutamente inconstitucionales. No abrirse a partir por ver esta y muchas otras contradicciones es de una miopía superior, de una generación que ya debe dar un paso al lado y retirarse tranquila, porque no se ha ganado nunca tanta plata en Chile cómo la que vieron en su período histórico. Y eso debería ayudar a tener un diálogo más civilizado, no a promover un temor reverencial a las voces antagónicas ni una veneración de un Estado opresor y militarizado.

En lo personal, admiro la Constitución de Estados Unidos, por lo simple y fácil de entender y es hacia allá dónde deberíamos apuntar. Por lo simple, y el acuerdo partidario da luces de esperanza para un futuro incierto, pero sin piedras en el zapato.

La pataleta de casi un mes, marca el fin de una adolescencia tardía del país, que destruye su casa de frustración y empieza a ver con la llegada del verano, y los movimientos en sus estructuras básicas, la posibilidad de una sana llegada a la adultez. Por lo menos, así lo veo yo.

El Gobierno, sin quererlo, se hizo del centro político, los partidos con la excepción de las salidas de libreto de los extremos, demostraron una madurez cívica insospechada y creo importantísimo destacar la actuación del Diputado Gabriel Boric, que hace ya un tiempo viene mostrando un comportamiento que ojalá tuvieran muchos otros honorables.

Falta todavía y lo que partió con malos consejos y un llamado a la guerra, terminó por recordarnos a todos, que es más importante saber reconocer los errores, dar la cara, los golpes de timón necesarios y que nadie se la puede solo . Un país es justamente eso. Un país, y no es con odios que se logra avanzar ni es la Economía lo único que importa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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