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Marchar hacia una democracia feminista Opinión

Marchar hacia una democracia feminista

Fernando Balcells Daniels
Por : Fernando Balcells Daniels Director Ejecutivo Fundación Chile Ciudadano
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Una democracia feminista, desde la mirada de un hombre, es algo necesariamente parcial. El problema más que el género, la educación y la costumbre, es lo imperceptible de todos esos ambientes naturalizados en los que hemos vivido. Un hombre tiene suficientes dificultades con las incomodidades que enfrenta como para entrar a tallar en la intimidad de un ordenamiento de matriz femenina.

La mirada masculina no puede evitar ver a las mujeres desde afuera. La consigna posmoderna de ‘sacar nuestra parte femenina’ sigue siendo condescendiente con las mujeres. La parte femenina existe como ‘habilidades blandas’ peo lo que se nos pide, no es hacer nuestra parte, en un sentido teatral, sino corrernos, dejar espacio libre para nuevos equilibrios y conflictos políticos. El orden político se define por la identidad (pertenencia, adhesión, lealtad, fe) y por los fines-procedimientos. En este punto, la disyunción puede describirse por la diferencia entre la violencia y la política. Brevemente, el énfasis feminista margina a la violencia y da forma a una política inclusiva y no paternalista -al menos en sus posibilidades-.

Para los hombres que queremos ver a las mujeres cambiando las instituciones, el camino no es fácil. Los hombres sabemos poco de las mujeres; sabemos incluso menos de lo que ellas saben de sí mismas. (Todas y todos hemos consentido en representarlas como el cuerpo detrás del velo de Isis. Para nosotros el misterio es una amenaza; para ellas una protección).

Nos hemos acercado a ellas como hijos, hermanos, padres, colegas, compañeros sentimentales y amigos, hemos compartido y hemos competido pero me quedaré con la mirada del amante admirado. Esa es la visión que se relaciona con las mujeres desde una igualdad intensa, abriendo paso, desde ese lugar, a la admiración  de sus modos peculiares de usar y modelar su fuerza. Ni la admiración a la madre, bañada de gratitudes y de carencias, ni el orgullo por las hijas –inevitablemente paternal-, me sirven aquí para depositar la esperanza política en las mujeres. Para un niño, criado como hombrecito, las hermanas son un estorbo y para un joven, si bien la amistad es posible, lo es a costa de una cierta sublimación del deseo.

Es de las amantes que aprendemos sobre el deseo, la paciencia y la diferencia sexual del poder. Mi celebración del poder femenino no se olvida de las asperezas del carácter de las mujeres. Ellas pueden ser unas furias implacables pero apuesto a qué los cambios en las relaciones políticas implicarán transformaciones, no solo para los hombres sino también para las mujeres. Basta comparar los modos de ser políticos de cada género para entusiasmarse con el salto a la paz, a la empatía, a la productividad, a la reflexión y a la emotividad que vendrá con una presencia mayoritaria de las mujeres en la política.

Hay tipificaciones masculinas y femeninas del poder que rompen con estereotipos antiguos. Ellas han sido la fuerza débil que ha movido, con sus historias menores y omitidas, las grandes épicas masculinas. Lo que las caracteriza no es el ego ni la simple impersonalidad de sus funciones domésticas y sociales. Ellas dan forma a los sujetos débiles que se han desplazado por la historia como minoridades y que empiezan a abrirse paso en nuestros debates. Las infancias, las ancianidades y las pobrezas. Los que están recluidos dentro como pobres y los que permanecen recluidos afuera como alienígenas; las mujeres son el signo de quienes actúan a través de la espera. Ellas son esenciales para estimar la relación de la gente con las instituciones. Ellas, en su diferencia con nosotros, son insistencias opuestas en la justicia como piso de la autoridad. Brevemente, en ellas se guarda la preferencia por el lenguaje y por el cuerpo en lugar de las tecnologías de la violencia.

Basta pensar en la caracterización popular del poder masculino como poder de conquista mientras el poder femenino es el que viene de ser conquistada. Esa relación está en proceso de cambio. No es que se vayan a invertir los papeles sino que la obra va a cambiar la estructura por completo. La dominación va a tener el signo de las hegemonías fugaces, de las identidades múltiples de un cuerpo gaseoso. Los conflictos no van a desaparecer sino que se repetirán pero diferentes.

(Es cierto que los trabalenguas de las mujeres son incansables y que puede ser preferible morir de golpe que bajo una montaña de palabras). Ya no depende de nosotros; hace rato que esto dejó de ser un problema de parejas. Hombres y mujeres mienten. Unos lo hacen para reforzar un poder que viene de la riqueza relativa y de la violencia. Las otras, para resistirse al sometimiento y escapar de la violencia.

La convivencia contemporánea está marcada por la irrupción de las mujeres en el mercado de trabajo y necesita la diversidad, la inclusión y la astucia por sobre la combinación de golpes y de fugas que caracterizan al macho soberbio, que ignora sus privilegios y se dedica al cuidado de su ego.

El discurso objetivador exige dejar las emociones fuera de las cosas importantes; no llevarlas al trabajo, ni dejar que participen en las decisiones (ficción de la racionalidad perfecta y de los momentos estelares de la libertad). No reconocerlas sino como pasión y fiebre de la razón, excesos de una vitalidad que es mejor dejar en lo privado, implica renunciar a la humanidad en favor de la máquina de calcular retornos precoces –unilateral y estúpidamente satisfactorios-.

No es como nos hacen creer, que la mujer no es capaz de escalar de la familia a la sociedad y de imaginar nuevas formas de Estado y de sociedad. No es verdad que la democracia expresiva, representativa y participativa deba ser lenta, indecisa, frágil, caótica e improductiva. ¡Al contrario! La democracia es la forma política de la opción por ganarnos la vida valorizando a las personas más que extrayendo recursos naturales.

Una democracia femenina que ha renunciado o al menos disminuido y subordinado la violencia institucional es la única alternativa que puede fundar una convivencia más amable, inclusiva y eficiente para todos. El poder de la hospitalidad y el poder de cuidar a otros son contrarios al poder del sometimiento; el segundo es eficiente en una minería forzada y el primero es lo que se necesita para una economía de los inventos. (Aquí hay mucho paño que cortar pero ya es hora de empezar a trabajar).

La democracia es el cuidado de todas por todos; no de una parte a otra sino de todos a todas. El cuidado y la totalidad son los conceptos esenciales de la democracia y de la economía por venir. En este punto debería decir todes por todes pero yo no estoy preparado para hacerlo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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