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El buen vivir, nuestro único destino

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Ziley Mora
Por : Ziley Mora Etnógrafo, educador, filósofo, escritor y consultor. Por más de tres décadas se ha dedicado a difundir las joyas de la alta cultura y filosofía mapuche, recolectadas a través de kimches, arrieros, lonkos y machis. Es autor de más de una veintena de libros vinculados a la cosmovisión, tradición oral, prácticas y espiritualidad de los antiguos mapuches del sur, entre ellos “Yerpún, el Libro Sagrado de la tierra del sur” y el diccionario “Zungun, palabras que brotan de la tierra”. Actualmente se dedica a la enseñanza de la Ontoescritura, un método autobiográfico para la transformación personal, inspirado en las prácticas terapéuticas de la machi.
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Estamos cansados del ajeno discurso del éxito para “vivir mejor” basado en el crecimiento económico ilimitado, en el consumo inconsciente y en la competencia. Volvamos a lo nuestro, al origen: al Buen vivir. Porque la vida no es una competencia con los otros para disponer de “lo mejor” y tener más, sino para el gozo de ser e intensificar la experiencia de estar vivo. Nos hemos dado cuenta que esos pocos que pueden aparentemente “vivir mejor”,  muchas veces lo han hecho a costa de obligar a millones que tienen y han tenido que “vivir mal”.

Según nuestros ancestros, el origen de toda la enfermedad, social o personal, es que antes hemos violado un Orden. Buen Vivir es respetar ese orden, ese equilibrio, la interdependencia y la armonía de todas las cosas entre sí.

Ganaremos libertad si respetamos ese Orden. Ganaremos identidad si nos conectamos con el idioma de la raíz. Sin pertenencia, sin amor al terruño y al ecosistema local, no hay identidad sana posible. Estamos aquí para reconocernos como humanos, esclarecer nuestras raíces, recuperar nuestra dignidad cultural, la herencia ancestral, mapuche, aymara o rapa-nui, fortalecerla y mantenerla. Aprendamos de nuestros pueblos originarios, ya que un pueblo sin identidad es un pueblo sin conciencia; y un pueblo desfondado cultural y espiritualmente, fácilmente se deja abusar y explotar. Es el triste caso del pueblo mestizo de Chile.

En el territorio de Chile existió y existe una experiencia ancestral de Buen Vivir. Esta práctica, que surgió desde las entrañas mismas de las vivencias y cosmovisiones de nuestras primigenias naciones, nos sentencia: Chile, el país, o es más sabio –es decir, o se vuelve al buen convivir, al buen respirar, al buen conversar, al generoso compartir–  o el país ya no será. Porque se construyó no según “la naturaleza de las cosas”, el principio de la armonización integradora, sino negando las diferencias y en función de los intereses materialistas de las elites, las que por más de dos siglos se adueñaron del poder sin incluir.

Saber dar y recibir, saber amar, superar el miedo y la estrechez mental, abrirse al otro, ser y confiar en la natural red de vasos comunicantes, es la vía de solución política que requiere Chile y Latinoamérica. Postulamos una ciencia  y una aplicación tecnológica al servicio de la calidad de la vida, no en su contra, respetando los neuro-derechos que preservarán nuestra privacidad y libertad.

Respetamos el don de la vida y a su entramado de relaciones, tanto visibles como invisibles, todo en un marco de equilibrio y armonía. Así, el Bien Vivir renace como como filosofía de vida porque hoy tenemos la posibilidad de ser instrumentos telúricos:  para dar derecho constitucional a los ríos, a las montañas, a los bosques, a la tierra. Constitucionalmente reconocemos a dichas entidades biológicas y geológicas como fuentes de vida, sabiduría y enseñanza.

El Suma Qamaña (aymara), el Sumak Kawsay (quechua) o el Küme Mongen (mapuche), el Buen Vivir, es el proceso interdependiente de la vida en plenitud, basada en la reciprocidad y en el trabajo humano solidario. Repetimos lo que siempre nos enseñaron nuestros ancestros: el buen vivir es la vida en equilibrio natural y espiritual, la magnificencia y lo sublime[1]. Revivirlo hoy no es utopía, es asunto de claridad, amor y voluntad.

Constatamos que el alma de la tierra y de la gente de Chile fue forzada a vivir violentando las leyes naturales, sus ritmos y sus límites, de espaldas al aprendizaje de sus equilibrados matices, sus dones, sus ciclos, sus tiempos. Se le desconectó con su familia al sur del Bío-Bío, se les impuso un modelo espurio de explotar la naturaleza sin convivir respetuosamente con ella, sacándole –y no retribuyéndole– hasta sus entrañas mismas, nunca para repartir sino para acumular.

El modelo de Estado y Gobierno, implantado desde Europa y luego copiando sus ideologías, terminó favoreciendo el egoísmo en la convivencia humana, los apetitos de poder, la acumulación obscena del capital, todo bajo una fachada de democracia formal. Se nos hizo creer que “votar” era lo importante y no participar en la arquitectura de nuestro destino. Y sumándole incentivos a la competencia por encima de la ética, terminó por crear esta sociedad tan desigual entre nosotros, unos seres humanos descontentos, tristes y muchas veces violentos.

La recuperación de nuestra filosofía por el Buen vivir quiere revertir lo anterior, no con una fórmula ideada por una cúpula, sino con la resurrección de un estilo integral y holístico de desarrollo. Un estilo comunitario de asistencia mutua, adecuado según las realidades del siglo XXI. Nueva la piel de los digitales instrumentos, pero el mismo viejo corazón solidario de los abuelos andinos y de las abuelas patagónicas. No veo otro lugar de compromiso que jugarse por un nuevo brote, uno surgido desde el ancestral tronco sapiencial que antes dio vida a Chile.

Por tanto, me inscribo y me la juego por el Partido del Buen Vivir, el primero que valientemente se ha atrevido a levantar la azul bandera sagrada. Decepcionado hasta el hartazgo de las “izquierdas” y de las “derechas”, aquí siento que es donde mejor resuena mi mestizaje. Y aunque hoy las condicionantes legales le exijan nacer como “partido”, queremos mañana verlo morir como un “entero”, ese día feliz cuando viva en todo el territorio, cuando sea un  todo, porque el buen vivir ya se habrá hecho carne y realidad plena en el país y en el continente. Hoy, cuando más lo necesitaba Chile, ese pequeño “partido” del lof de los Ancalao, un núcleo nacido en el corazón de la cordillera de Nahuelbuta, se levanta como levadura, como instrumento del cambio, para desaparecer mañana cuando se amanezca en Chile la gran masa de una conciencia ya totalmente humanizada.

  • Que la esperanza, la alegría y el encuentro sean de nuevo el motor de la convivencia nacional. No el abuso, la desconfianza ni menos la envidia o el resentimiento, todas formas incubadoras de violencia.
  • Reencantemos la política de Chile con la visión superior de los espíritus que se fueron, los antepasados, pero que no han dejado de cuidarnos.
  • Participemos a nivel local, generando vida y dones, decidiendo qué hacer con los ingresos locales, con la riqueza que el mismo territorio genere.
  • Detengamos el avance de la desertificación, nunca más depredar el bosque y nuestra riquísima biodiversidad. Adelantemos el momento: hagámonos uno con la madera de nuestro futuro y bello ataúd. Y él, el árbol, nos reciclará para el Azul.
  • Protejamos las cuencas y cuidemos el agua natural y de todos, nunca más empaquetarla a buen precio para unos pocos.
  • Reordenemos el territorio y las regiones sobre bases ecosistémicas, reconociendo la armonía de la Madre Naturaleza, máxime si nuestro país depende de sus dones y frutos naturales, hoy mal entendidos como meros “recursos naturales”.
  • Tejamos la sustentabilidad del desarrollo, no un economicismo salvaje para rentas personales con zonas de sacrificio.
  • Eduquemos el ser interior y sanemos las emociones; nunca más amaestremos y abortemos la espontaneidad y la inteligencia de los niños.
  • Cultivemos el vino orgánico de nuestras vides servido en cántaros de greda, uno tal que haga estallar el plástico de los brebajes teñidos por la usura que enferma.
  • Establezcamos el huerto nativo y urbano como la gran farmacia y el principal almacén de nuestra salud, para que el corazón azul se vuelva a consolar con la matria verde.

La comunidad es nuestro refugio; el agua es nuestra hermana; los bosques nativos, nuestros abuelos; la tierra, nuestra Madre. No somos seres económicos, somos seres humanos. Nunca separados, nunca tristes, nunca desconfiados. “Ebrios de Azul”, como dice Elicura, tambaleantes pero sin dudas, les invito a entrar al follaje de la taberna sagrada.

¡Newen!, Fuerza en nuestros corazones

¡Kimun!, Sabiduría en nuestras almas

¡SUMA QAMAÑA, SUMAK KAWSAY, KÜME MONGEN:

«Buen vivir» para todo Chile

 

[1] Sumak en quechua es “plenitud, sublime, excelente, magnifico, hermoso, superior”, lo que se expresa en la armonía, en el equilibrio interno y externo de una comunidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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