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No son 30 años, son 40 Opinión

No son 30 años, son 40

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La eterna e incumplida promesa

1980, agosto 28: “En diez años más Chile será país desarrollado”, declaraba don José Piñera Echenique, cuando era ministro del Trabajo de la dictadura (El Mercurio, 28 de agosto de 1980), un año después que se anunciaran las “Siete Modernizaciones” de las que él fuera autor, y a días de haber firmado el decreto con que se aprobaba la Constitución del 80. Modernizaciones y Constitución que nos han regido hasta hoy.

1988, junio 5: “Dentro de diez años, Chile llegará a ser un país desarrollado”, pronosticaba don Álvaro Vial, por entonces director nacional del INE (La Época, 5 de junio de 1988); y “Chile está en camino de lograr el desarrollo”, anunciaba don Hernán Büchi Buc, entonces ministro de Hacienda, a pocos días del plebiscito por el “Sí” o “No” a la continuidad de la dictadura.

2000, mayo 21: “Llevar a Chile a ser un país desarrollado el 2010”, proponía don Ricardo Lagos Escobar, entonces Presidente de la República, en su discurso ante el Congreso Pleno del 21 de mayo de ese año; planteándolo como «una gran tarea común”, y anunciando en torno a ello “siete grandes reformas”.

2007, septiembre 27: «Si seguimos creciendo a esta velocidad, el año 2020 (…) podremos decir que somos desarrollados», auguraba don Andrés Velasco, entonces ministro de Hacienda de la Presidenta Bachelet (administración 1), al presentar a fines de septiembre los principales contenidos del proyecto de Ley de Presupuestos para el año siguiente.

2010, mayo 21: “Antes de que esta década concluya, Chile habrá alcanzado el desarrollo y superado la pobreza”, anunciaba don Sebastián Piñera Echenique, entonces Presidente de la República (administración 1), en su discurso ante el Congreso Pleno del 21 de mayo de ese año, agregando que como “nunca antes en nuestros 200 años de vida independiente, habíamos estado tan preparados para conquistar el desarrollo”.

2017, octubre 18: “Que al año 2025 Chile sea un país desarrollado”, se planteaba como principal misión don Sebastián Piñera Echenique, por entonces candidato presidencial para un segundo mandato, al presentar su propuesta de programa de gobierno para el período 2018-2022, mientras que don Rodrigo Vergara, expresidente del Banco Central que lo acompañaba, reforzaba señalando que “al año 2025 Chile sea un país desarrollado, sin pobreza y con verdaderas oportunidades y seguridades para todos» (La Tercera, 18.10.2017).

2018, junio 1:  “Llegó la hora de dar un gran salto adelante para transformar a Chile (…) antes que termine la próxima década, en un país desarrollado”, planteaba el Presidente Sebastián Piñera (administración 2), en su discurso ante el Congreso Pleno, haciendo a continuación un llamado a “la confianza en nuestra misión de transformar a Chile, dentro de los próximos 10 a 12 años, en un país desarrollado”.

 La hora del despertar

 2019, octubre 18: “Chile despertó”, dijo Chile, mientras despertaba sobresaltado de un mal sueño, desorientado, asustado, en que se entremezclaban, confundidas y contradictorias voces y ruidos: las de los que sobran, bailando y pateando piedras (Los Prisioneros, y Chile en la calle), los de manifestaciones pacíficas y de los vandalismos, los de las bombas de humo y balines a la cara, los graves y amenazantes llamados al orden junto a los indignados reclamos exigiendo el respeto a los derechos humanos, los chillidos de algunos(as) por lo que estaba pasando, junto a las muchísimas otras voces cantando por el derecho de vivir en paz (Víctor Jara; y Chile en sus casas, trabajos y calles).

Al despertar se da cuenta que “estamos peor pero estamos mejor, porque antes estábamos bien pero era mentira. No como ahora, que estamos mal pero es verdad” (pancarta, de autoría desconocida). Por décadas había estado ensoñado con la promesa de alcanzar prontamente el desarrollo, sumido en sopor por la droga del “vamos bien, mañana mejor” instalada por la propaganda de los años 80, y alimentada después por el consumismo vía endeudamiento. Mientras se acumulaba un malestar de fondo, insistentemente ignorado y alimentado progresivamente por la indignidad de haber tolerado tanto abuso por tanto tiempo, lo que presagiaba un muy mal despertar.

2019, octubre y noviembre: el malestar acumulado despertó con todo, detonado por el simple tintinear de $ 30 al saltar y caer, y lo hizo por todas partes, y de todas las formas, buenas y malas, hasta entonces inimaginadas. Al principio se decía que no son 30 pesos, sino 30 años, pero no eran 30 años, eran 40. El modelo impuesto por la dictadura, amarrado con la Constitución del 80, como nuestro propio Muro de Berlín, se rompía en mil pedazos, a la vista de todo el mundo, exigiéndose cambios de fondo, “hasta que la Dignidad se haga costumbre” (Estela Hernández, Pueblo Hñáhñú, México, 2017; reproducido indefinidamente a través pancartas callejeras, Chile, 2019), ya que ‘la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía’ (LasTesis, 20 de noviembre, y en adelante, todo el mundo).

Cuatro décadas de reiteración de la promesa sistemáticamente inalcanzada del Desarrollo para el conjunto de la población, terminaban por lograr que la esperanza y la tolerancia para ello se derrumbaban con todo, en un solo acto, arrastrando consigo cualquier saldo de fe o simple creencia en el modelo de desarrollo que había ilusionado con esa promesa, así como cualquier viso de legitimidad del orden institucional en que dicho modelo, “pacto” y sistema impuesto se sostenía: la Constitución del 80, lo que quedara de ella, o lo que pudiera incluso solo recordarla.

2019, octubre y noviembre: Cabildos Ciudadanos hacen ‘jaque’ a reyes y reinas: mezclados con manifestaciones, vandalismos, represiones, estados de excepción y militares a la calle, llamados a la paz o a cambiar el modelo de desarrollo del país. Empiezan a surgir Cabildos Ciudadanos a todo lo ancho, largo, alto y profundo del país, con el propósito de contribuir a construir participativamente el sueño y proyecto compartido de un mejor Chile, ya que del anterior no quedaba nada que siguiera resultando amable. De ello, el primer y principal cambio que surge como consenso generalizado es el de una nueva Constitución. Chile había despertado y decidía mantenerse despierto, al menos hasta que pueda soñar nuevos sueños, buenos sueños. Estaba claro, las calles se llenaban de pancartas y las redes sociales reproducían aquello que ya repitieron jóvenes españoles ‘indignados’ en 2011: «Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir» (Eduardo Galeano, en Los Hijos de los Días): “sueños, propuestas, vuelo, poesía” (Raúl Zurita; “Sábado”, Revista de El Mercurio, octubre 2019).

El Gobierno trata de conducir este proceso convocando a un Diálogo Ciudadano nacional, el que no alcanza a nacer, por carecer de legitimidad de origen y, con ello, de confianza. Alcaldes y alcaldesas, de todas las posturas políticas, se suman sucesiva y progresivamente a dicho proceso y, en pocas semanas, concuerdan y convocan para diciembre 2019, a través de la Asociación Chilena de Municipalidades, a una Consulta Ciudadana Municipal, a la que adhieren (casi) todas las comunas, y cuya primera y central pregunta es: “¿Está de acuerdo con una nueva Constitución?”.

En cuanto tal, la clase política se da cuenta de que está quedando completamente fuera del proceso.

 2019, noviembre 15: “Aún hay Patria, Ciudadanos” había parafraseado a inicios de mes el Sr. Piñera Echenique (don José), realizando su sentido llamado “a defender con ferviente entusiasmo tanto el modelo económico de la Prosperidad (…) como la Constitución de la Paz” (José Piñera, 03.11.2019), pero ello ya no resultaría suficiente para seguir manteniendo ese modelo y Constitución. Aún sin un Pacto Social de reemplazo, y con sórdidos ruidos de sables de fondo, el 15 de ese mes se logra el denominado “Acuerdo por la Paz Social y nueva Constitución”, suscrito por casi todos los partidos políticos, a través del que se concuerda plebiscitar, en abril de 2020, si se opta por una nueva Constitución…

Con ello se conjuraba una salida militar a la crisis política que había generado el estallido social, la que rondó peligrosamente por esos días al alero de poderes fácticos no militares; y se esperaba disponer de un camino e itinerario institucional para abordarla, en el que la representación política mantuviera un rol y no fuese superada por la Ciudadanía y, en definitiva, el Soberano. La clase política trataba de subirse nuevamente al escenario de la Patria, para volver a representar sus clásicas obras.

2020, marzo: Un mes antes de la fecha original para el plebiscito, Chile se enferma seriamente: el vaticinio realizado unos meses antes de una “invasión extranjera, alienígena” (Primera Dama, octubre 2019), se ve lamentablemente cumplido: un virus extraño y extranjero invade y ataca inmisericordemente a chilenos y chilenas. El otro presagio de alerta, que “estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie”, levantado en las mismas fechas por el Presidente de la República (CNN-Chile online, 21.10.2019), también empieza a venirse encima. Así, el estado de excepción constitucional es declarado (Diario Oficial, 18.03.2020), con lo que las FF.AA. toman el control del país y, a través de la autoridad sanitaria, se dispone el confinamiento para reducir el riesgo de bajas frente al enemigo invasor.

2020, marzo: se recae en la pobreza, surge el hambre y se suspende el plebiscito. El confinamiento decretado para resistir en la Guerra del COVID, deriva en la pérdida masiva de empleos y demás fuentes de ingresos del trabajo, mostrando en toda su desnudez la precariedad de nuestro modelo de desarrollo. Sin medidas compensatorias adecuadas y suficientes por parte de un Estado que no da el alto, los fantasmas del desempleo y el hambre se encarnan y apoderan de la población. En nombre del COVID invasor, se suspende el plebiscito programado para abril, reprogramándose el calendario electoral 2020 y 2021. La nueva fecha queda fijada para el 25 de octubre: justo a un año de la mayor de las manifestaciones que ha tenido Chile en su historia, la misma que el Presidente de la República calificara como «la multitudinaria, alegre y pacífica marcha hoy, donde los chilenos piden un Chile más justo y solidario” (Presidente Piñera, BBC News Mundo, 26.10.2019).

2020, abril a octubre: organización real y deliberación virtual. Las energías sociales que se iban acumulando con todo lo anterior, se las arreglan para expresarse a pesar del confinamiento. Quienes viven al día lo vulneran por necesidad a pesar del riesgo, y vuelven a brotar por todas partes distintas formas de organización popular para enfrentar el desempleo y el hambre que el Estado no es capaz de dimensionar y mitigar. Vuelven a surgir las ollas comunes y otras formas de organización popular y ciudadana que se creían superadas desde los tiempos de la dictadura, aunque bajo nuevas formas, de redes sociales de organización territorial, y empleando medios virtuales para reducir los riesgos de contagio. Y en todo esto, una vez más, son las mujeres quienes ‘la llevan’.

También surge una diversidad de formas de deliberación ciudadana sobre el futuro común por compartir y construir. Se realizan ahora por medios digitales o hasta señales de humo, a través de diálogos, debates, foros, publicaciones, discusiones, seminarios, presentaciones, representaciones u otras creaciones para conversar acerca del plebiscito, el proceso constituyente, así como sobre el tipo de contenidos para una nueva Constitución, un nuevo Pacto Social y un Chile inclusivo de y para las actuales y próximas generaciones, en los siguientes 30 años o, mejor, los próximos 40.

Eppur si muove —sin embargo se mueve— (Galileo Galilei)

 2020, octubre 25: pacíficamente, el Pueblo de Chile participa del Plebiscito, como siempre ocurre y se dice, de modo ejemplar. Los dos fantasmas antiparticipación, el de la violencia y el de la apatía ciudadanas, se esfuman sin pena ni gloria. Ni se quemó Chile por parte de los llamados violentistas que se aprovechan, ni la gente se quedó en su casa porque no le interesa la política. Con 7,5 millones de chilenas y chilenos que acudieron a las urnas, más que en ninguna elección anterior, el 78% se pronunció por una Nueva Constitución y casi el 79% por la Convención Constituyente para redactar la propuesta. Las celebraciones callejeras de esa tarde y noche, apenas se retira la policía, se realizan en forma absolutamente pacífica.

2020, octubre, desde el día después: «Ganó Chile, el pueblo, la ciudadanía», dice la élite. «Que no ganen los mismos de siempre», dice la ciudadanía, el pueblo de Chile, enarbolando que, además de nueva Constitución, se ha pronunciado por 100% de constituyentes electos y con paridad de género, y demandando adecuada representación de pueblos indígenas e independientes; reivindicando para el proceso que viene no solo representación sino también, de ahora en más, participación sustantiva. La clase política y la autodenominada élite nacional se empieza a desplegar para obtener el máximo de posibles constituyentes, una parte de ella para poder vetar que en la nueva Carta Magna no llegue a prevalecer la voluntad mayoritaria de menos privilegios y más justicia, y otra parte, menor, invita a sus pares a ser más humildes para poder realmente escuchar lo que el pueblo mandató a través del voto.

2020, octubre y más, lo que viene o debiera venir: La agenda pública se irá poblando de propuestas de posibles contenidos para la Constitución que venga. Para que esta tenga legitimidad de origen, se requerirá debatir intensamente, dialogando entre y para con todos y todas, incluidos(as) quienes querían mantener el Modelo y Constitución que Chile resolvió cambiar, para poder arribar a los acuerdos esenciales básicos de un nuevo Pacto Social que inspire y sustente la nueva Carta Fundamental.

Un Pacto Social que permita recuperar, revitalizándola, lo que uno de nuestros más recientes héroes patrios denominara el “Alma de Chile” (cardenal Raúl Silva Henríquez). Uno que, como ha mostrado hasta ahora este proceso del despertar de Chile, requiere de mayor ciudadanía: la “pata” faltante que ha hecho cojear nuestro modelo de convivencia y desarrollo ya que, si se incorpora en serio, frente a la equívoca e inveterada disyuntiva entre Más Estado o Más Mercado, se responda con Más Sociedad.

De ese modo, se hará posible contar con una mayoría de constituyentes que ayuden a lograr una Constitución inclusiva que esté efectivamente al servicio de Chile. Una ley fundamental, breve y sencilla, que permita construir país democráticamente, liberada de tutelas y poderes fácticos que puedan desconocer, prohibir, anular, cercenar o perseguir la construcción de mayorías democráticas para soñar, concordar y realizar colectivamente un mejor Chile para y con todas y todos, para y por los próximos 30 o 40 años.

2020, noviembre y más: a nuestros(as) futuros(as) constituyentes, respetuosamente les compartiré que de constituciones casi nada sé… pero sí sé que la nueva Constitución que logremos no podrá ser tan mala como la que votamos cambiar. Que una nueva Constitución no va a resolver los problemas actuales y de fondo, y que no será suficiente para abordar los desafíos de futuro, pero que hay que asegurar el que no nos impida o coarte la posibilidad de acordar colectivamente cómo abordarlos, de soñar en conjunto el Chile al que aspiremos para todos(as), ni de alcanzar imperio para construirlo y realizarlo, sin otro límite para ello que la conformación de sólidas e inclusivas mayorías democráticas.

No sé de detalles o precisiones de cómo podría ser una nueva Constitución para ello, pero podría iniciarse como lo hacía el proyecto de nueva Carta Fundamental que presentara la ex Presidenta Bachelet: “Nosotros, los pueblos de Chile” (Preámbulo, proyecto de nueva Constitución, marzo 2018). Y sería fantástico que, resultando ella en un texto breve, sencillo, en alguno o algunos de sus primeros artículos, pudiera leerse, por ejemplo, algo como: “Chile es una País diverso, organizado como una República Democrática, su Estado es territorialmente descentralizado y sus formas de Gobierno socialmente participativas. Son iguales en dignidad todas las personas, cualquiera sea su género y origen, y los diversos tipos de familias, culturas y territorios; correspondiendo al Estado respetar y hacer respetar sus derechos y responsabilidades, tanto individuales como colectivas, así como promover el bien común y contribuir a la felicidad de sus habitantes”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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