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Un grito en la noche Opinión

Un grito en la noche


La resistencia de una cadena se mide por la fortaleza del más delgado de sus eslabones. Y en toda sociedad el eslabón más débil y, por tanto, el menos resistente, son los niños.

Ellos están gritando. Y en Chile hay niños que gritan día y noche de dolidos, de abandonados, de violados, de martirizados, de abusados, de tristeza y desconsuelo.

Los niños, el futuro de Chile, gritan porque en vez de futuro tienen un presente miserable. Porque miserable es el Estado que en nombre de todos nosotros debería acogerlos, protegerlos, formarlos y educarlos.

Pero el Estado es miserable como tú, como yo, como usted. No se ofenda. La verdad duele, pero en este caso no puede ofender, porque las ofensas son mentiras o falsedades. Y éstas son verdades y certezas.

Gobiernos van y vienen. Ministros, directores, superintendentes, contralores, parlamentarios, profesionales, expertos, doctores y etcéteras llegan y se van.

Los niños no se protegen con los papers que producimos, no se salvan con los seminarios a los que asistimos, no se les cobija ni quiere con reformas de las reformas. Por mucha reunión, reformulación o promulgación, nada ha cambiado ni nada se ha mejorado.

Se suspenden las elecciones por la pandemia. Se suspende el trabajo por la cuarentena. Se suspenden operaciones por los contagiados. Se suspenden las clases por el Covid. Se discute si asistir o no asistir a misa.

Y de pronto en la noche se oye un grito desgarrador que en medio de todas las suspensiones nos recuerda que los niños del Sename están suspendidos de sus derechos, de los cuidados, del consuelo y del cariño.

Un grito. Sólo un grito hemos sido capaces de escuchar, a pesar de que los gritos se producen a diario, a lo largo y ancho de la patria, en todas las regiones y en todas las ciudades.

¡Paren todo! ¡Paren la pandemia y las suspensiones! ¡Paren las elecciones y las constituciones! ¡Paren la cuarentena y la semana santa! ¡Paren el país y el otoño y las fiestas clandestinas! ¡Paren las candidaturas y los discursos! ¡Paren de hablar, paren la música, paren el ruido!

Escuchemos el grito. Escuchemos los gritos desolados de los niños. Convirtamos ese dolor en nuestra energía. ¡Ya! ¡Ahora! ¡Hoy!

No hay dolor, muerte, enfermedad ni preocupación mayor para una sociedad que el grito desgarrado de un niño en representación de los miles de gritos que están siendo acallados, reprimidos, ocultados, desoídos y olvidados.

Hace casi cinco años, el 11 de abril (sí, el mismo día de las próximas elecciones) del 2016, Lissette Villa fue asesinada en el intento de acallar su grito. Chile se conmocionó con su muerte asfixiada, silenciosa.

En estos cinco años se han producido cientos y miles de reuniones y los proyectos llenan carpetas y escritorios. Pero nada ha cambiado.

Recién nos hemos vuelto a conmocionar, ahora con un grito desgarrador de otro niño del Sename. Es también el grito de Lissette que ha tardado cinco años en llegar a nuestros oídos.
Pero la conmoción del barrio, la ciudad o el país no soluciona el problema.
¡Paremos todo! Y cambiemos el dolor de esos niños del Sename por cuidado, cobijo, cariño y calor.

¿A qué costo?

Al que sea.

¿Acaso importa?

Los campeones mundiales en vacunación deberíamos ser capaces de acallar los gritos desesperados de los niños olvidados.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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