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Desmond Tutu y José Rizal Opinión

Desmond Tutu y José Rizal

Roberto Mayorga
Por : Roberto Mayorga Ex vicepresidente Comité de Inversiones Extranjeras. Doctor en Derecho Universidad de Heidelberg. Profesor Derecho U.Chile-U. San Sebastián.
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El reciente fallecimiento de Desmond Tutu, arzobispo anglicano, Premio Nobel de la Paz, personalidad insigne de la integración racial en Sudáfrica, coincide con la fecha del fusilamiento de José Rizal, en Filipinas, también figura insigne de la paz, acaecido asimismo durante una última semana de diciembre, en 1896, eventos, al terminar el año, que invitan a la meditación sobre los tiempos que se van y los tiempos que se vienen.

Ambos son apóstoles de la no violencia activa de lucha. Al respecto, es de incalculable profundidad la máxima de Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”. 

Por décadas hemos estado viviendo insertos en una cultura de la neutralidad, de indiferencia expresa o solapada ante injusticias y abusos. Cierto es que esa neutralidad puede poseer diferentes orígenes. Puede ser impuesta, cuando no se goza de libertad para rebelarse contra las injusticias, sea por temor a represalias, a la pérdida de una posición de trabajo o estatus, o voluntaria, fundada en la carencia de conciencia o en la aceptación a ser neutralizado como resultado de prebendas u ofrecimientos que implican el renunciamiento a valores y principios. 

Tanto Tutu como Rizal superaron todo tipo de neutralizaciones, ambos por la dignidad de sus pueblos, la inclusividad e integración racial el uno, la independencia de España el otro, Tutu con sus prédicas, Rizal con sus escritos, nunca apelando a vías violentas, y no obstante ambos contribuyeron decisivamente en modificar la realidad de sus respectivas naciones.

A José Rizal le costó la vida. Encarcelado por sus libros en pro de la libertad de Filipinas al caer la noche anterior a su fusilamiento, evitando la férrea vigilancia de los guardias del Fuerte Santiago, en Manila, centro de operaciones de España, logra entregar subrepticiamente a su madre, doña Teodora Alonso, que lo visitaba por última vez, copia de su memorable y póstumo poema “Mi último Adiós”, que constituye uno de los más notables testimonios de heroísmo y amor a la patria que alguna vez se hayan escrito.

Su público fusilamiento intenta ser una señal de escarmiento para quienes osaran levantarse en contra del régimen. Su martirio, sin embargo, remece el alma de miles de sus connacionales, dando inicio a un proceso que culmina poco después con el fin del dominio español sobre Filipinas. 

Cada aniversario de su inmolación Filipinas enarbola las banderas para saludar y homenajear al principal de sus héroes, médico y filósofo, políglota, de inteligencia sobresaliente, con estudios, además de Manila, en Madrid, París y Heidelberg, que dedicó su existencia a luchar por la independencia, libertad y soberanía de su nación, sin acudir jamás a la violencia, sino que al talento y fortaleza de su palabra escrita, especialmente a través de sus dos más famosas obras, Noli me Tangere (No me toques) y el Filibusterismo.

Tanto Tutu como Rizal son de aquellos héroes muy improbablemente existentes en la actualidad, esto es, capaces de ofrendarlo todo por ideales sublimes, no materiales ni económicos, sino superiores, como la libertad, la soberanía y la dignidad de la patria y de sus pueblos y han de ser un ejemplo en el mundo de hoy, en que esos valores sucumben ante el dinero, el relativismo y las vacías luchas del poder por el poder. 

La máxima de Tutu sobre la neutralidad quedará grabada por siempre, interpelando a indolentes, indiferentes y displicentes, en todos los ámbitos del acontecer social. Valga, del mismo modo, rememorar las conmovedoras estrofas de paz y de amor que Rizal redacta horas antes de su mortal ajusticiamiento, que también quedarán grabadas por siempre:

Adiós, Patria adorada, región del sol querida,

perla del mar de oriente, nuestro perdido edén,

a darte voy alegre la triste mustia vida,

y fuera más brillante, más fresca más florida,

también por ti la diera, la diera por tu bien.

Mi Patria idolatrada, dolor de mis dolores,

querida Filipinas, oye el postrer Adiós,

ahí lo dejo todo, mis padres, mis amores,

voy donde no hay esclavos, verdugos ni opresores,

donde la fe no mata, donde el que reina es Dios.

Para finalizar, no es posible dejar de mencionar en estas reflexiones a Roberto Garretón, asimismo, fallecido al finalizar el año, ejemplo en Chile de consistencia valórica desde su juventud y hasta sus últimos días en defensa de la dignidad de las personas.

Personalidades como ellos, regalos para la humanidad, son signos de esperanza de que el mundo –o al menos parte de él– superará la neutralización ante injusticias y abusos y, por la senda de la paz, cambiará la faz de la Tierra. 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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