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Rusia, Ucrania y Europa MUNDO

Rusia, Ucrania y Europa

Juan Eduardo Eguiguren
Por : Juan Eduardo Eguiguren Ex embajador en Rusia y Ucrania 2010-2016
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Aunque parezca difícil, creo sinceramente que sería posible llegar a acuerdos aceptables para Kiev, Moscú, y para los europeos. Para Kiev, asegurando la reintegración del Donbás a Ucrania y que ésta pueda fijar nuevamente la atención a su propio desarrollo como país independiente. Para Moscú, alejando de sus fronteras la amenaza que ve en la OTAN y asegurando los derechos de la minoría ruso hablante en Ucrania. Finalmente, procurando que esa seguridad también la sientan los países europeos del este, lo que tranquilizará a Europa Occidental y a Estados Unidos. Un proceso paralelo debe darse para tratar de liberarse de – o al menos disminuir – las “fobias” mutuas existentes entre Moscú y Washington. En lugar de ser parte de un escalamiento bélico de consecuencias inimaginables, hay una serie de factores que en algún momento – lamentablemente, no muy cercano aún – permitirían las condiciones para que Ucrania pueda llegar a constituirse en un puente entre Europa y Rusia, contribuyendo así a la idea de un espacio euroasiático amplio y de gran futuro.


La enorme preocupación que está causando en Washington y las capitales europeas el despliegue de tropas rusas en la frontera con Ucrania, incluyendo los ejercicios militares conjuntos en Bielorrusia, aumenta las especulaciones occidentales sobre la posibilidad de una invasión rusa – o una acción acotada – al país vecino. Pienso que ello no va a suceder, aunque siempre está el riesgo de que un escalamiento desenfrenado pueda gatillar un conflicto armado.

Habiendo sido embajador de Chile en la Federación de Rusia entre 2010 y 2016 – y concurrente en Ucrania – intento poder interpretar las visiones que se han dado entre estos dos países y también de Rusia hacia Estados Unidos y la OTAN. De partida, es importante tener presente que Moscú está visualizando dos niveles geopolíticos y estratégicos, aunque fuertemente interrelacionados. Uno es su relación con Ucrania, y el otro es el relativo a la amenaza para sus intereses que ve en la OTAN, liderada por Estados Unidos.     

Partamos por el primero. Ucrania ha tenido una significación muy especial en la historia rusa. De hecho, sus inicios están en la Rus de Kiev, y allí tiene su origen la ortodoxia rusa. En el pasado, los rusos y los ucranianos vivieron períodos de gran cercanía, así como otros de enfrentamiento, en el marco de situaciones complejas, fragmentadas y cambiantes, donde también intervinieron otros pueblos, constatándose en los últimos siglos el fuerte dominio de Moscú (y San Petersburgo) bajo el Imperio Ruso y luego la Unión Soviética. Cientos de miles de ucranianos han vivido por generaciones en territorio ruso (como rusos en Ucrania), y millones los ucranianos, rusos y de otros pueblos exsoviéticos que murieron en la Segunda Guerra Mundial, así como bajo Stalin. De hecho, muchas veces escuché a los rusos decir que los consideran sus hermanos.

Ucrania se independiza en 1991.  Era visible desde bastante antes de la crisis de 2014 el cansancio existente en la población por la corrupción que existía en el país. El interés por acercarse a Europa en gran parte se debió a que los ucranianos esperaban que la democracia y el buen gobierno pudieran asentarse en Ucrania, lo que muchos veían posible a través de una asociación con la Unión Europea (UE), a la vez que un medio efectivo para mejorar su empobrecida situación económica. 

En paralelo, Rusia lanzó una iniciativa política a principios de la década pasada para integrar de un modo más estrecho a las exrepúblicas soviéticas, lo que luego pasaría a llamarse Unión Económica Euroasiática, en el que esperaban que Ucrania fuera un participante principal. El acercamiento de esta última a la UE era visto en Moscú como un paso para insertarse en la OTAN y, de ese modo, ser parte del área de influencia de Estados Unidos. De hecho, en Rusia se decía en 2013 que tanto en Kiev como en Ereván (Armenia también estaba aproximándose a la UE), los principales propagandistas del acercamiento a la UE eran las embajadas norteamericanas en ambas capitales, además del fuerte entusiasmo en ello demostrado por Polonia y los países bálticos.  

Cuando el Presidente Yanukovich desahució el acuerdo con la UE en noviembre de ese año, se suscitó el estallido popular conocido como Maidán, el que culmina con la salida del jefe de estado ucraniano en febrero de 2014, lo que según Moscú constituyó un golpe de estado que tuvo como resultado un gobierno ilegitimo, caracterización que no es aceptada en Ucrania. La respuesta se dio a los pocos días. A través de una acción rápida en la que no se disparó una bala, y tras la realización de un referéndum de libre determinación (no aceptado por Ucrania ni por Naciones Unidas), Rusia anexó Crimea, que demográficamente es un 60% rusa. Luego, la numerosa población prorrusa de Donetsk y Luhansk se rebeló contra Kiev, iniciándose una guerra que, si bien con menor intensidad, aún no termina.

La crisis de 2014 ha ayudado en Ucrania a profundizar el sentimiento identitario, el uso del idioma ucraniano (en desmedro del ruso), el surgimiento de una iglesia ortodoxa nacional que busca eliminar la dependencia de Moscú, y su renovado interés por Europa, por dar algunas señales de lo que el distanciamiento con Rusia ha significado para su vecino. El nacionalismo ucraniano se ha robustecido, así como el ruso. 

Ahora vamos al punto más regional/global. La disolución de la Unión Soviética fue considerada por Vladimir Putin como la peor catástrofe geopolítica del siglo XX. Ello da el tono a una posición rusa que se mantiene en el tiempo. Recordemos, en todo caso, que el surgimiento de las 15 repúblicas postsoviéticas no se dio bajo el manto de graves conflictos bélicos, salvo en lugares acotados – Nagorno Karabaj (Armenia/Azerbaiyán); Transnistria (Moldavia); Osetia del Sur/Abjasia (Georgia). No es comparable con las guerras y tragedias vividas en la ex Yugoslavia en el mismo período. No sin problemas, Moscú aceptó la realidad surgida a partir de los 90, incluyendo el hecho que los Estados bálticos se unieran posteriormente a la UE y a la OTAN. 

Sin embargo, la visión geoestratégica de Rusia en relación con Occidente – algo adormecida durante los 90 – no es nueva, sino que por razones culturales e históricas viene incluso desde los tiempos del Imperio Ruso. Pero en lo que nos interesa, hay que retrotraerse al período de la Guerra Fría, en el que la Unión Soviética se enfrentó a EEUU por la preminencia a nivel mundial, y en particular en el tablero europeo, donde Moscú llegó a dominar Europa Oriental. El surgimiento de la OTAN tiene su origen en el entendimiento de la URSS como adversaria, la que crearía como contraparte el Pacto de Varsovia. Tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, dicho pacto deja de existir, no así la OTAN, a la que fueron ingresando varios miembros del fenecido pacto (en Rusia se suele recordar que habría un compromiso de que la OTAN no avanzaría hacia países que fueron cercanos). Para Moscú, la Alianza Atlántica sigue teniendo como eventual enemigo a la sucesora de la URSS, la Federación de Rusia, por más que en Washington y Bruselas puedan afirmar otra cosa y que la OTAN se haya dedicado a otros conflictos (Kosovo, terrorismo, Afganistán, Libia).

Con el escalamiento militar las posiciones se han exacerbado. EEUU y Europa se consultan y Rusia y China se han acercado aún más. En cuanto a la crisis de Ucrania, es el tiempo de la diplomacia para retomar los asuntos que quedaron pendientes desde el Acuerdo de Minsk de 2015 y otros que preocupan a las partes. El rol que pueden jugar los líderes europeos es importante. De hecho, ese fue el camino que se siguió en 2014, con el Cuarteto de Normandía, compuesto por Alemania, Francia, Rusia y Ucrania. Por otro lado, a un nivel más amplio es indispensable que se mantengan los canales abiertos entre Washington y Moscú y que se conversen las preocupaciones y expectativas mutuas y de todas las partes concernidas, teniendo como visión superior el logro de un clima de paz y seguridad para la región, y por ende para el mundo.

Aunque parezca difícil, creo sinceramente que sería posible llegar a acuerdos aceptables para Kiev, Moscú, y para los europeos. Para Kiev, asegurando la reintegración del Donbás a Ucrania y que ésta pueda fijar nuevamente la atención a su propio desarrollo como país independiente. Para Moscú, alejando de sus fronteras la amenaza que ve en la OTAN y asegurando los derechos de la minoría ruso hablante en Ucrania. Finalmente, procurando que esa seguridad también la sientan los países europeos del este, lo que tranquilizará a Europa Occidental y a Estados Unidos. Un proceso paralelo debe darse para tratar de liberarse de – o al menos disminuir – las “fobias” mutuas existentes entre Moscú y Washington. 

En lugar de ser parte de un escalamiento bélico de consecuencias inimaginables, hay una serie de factores que en algún momento – lamentablemente, no muy cercano aún – permitirían las condiciones para que Ucrania pueda llegar a constituirse en un puente entre Europa y Rusia, contribuyendo así a la idea de un espacio euroasiático amplio y de gran futuro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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