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Un Gobierno profundamente latinoamericanista Opinión

Un Gobierno profundamente latinoamericanista

Domingo Namuncura
Por : Domingo Namuncura Trabajador Social. Exdirector nacional de Conadi. Exembajador de Chile en Guatemala.
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En el primer discurso presidencial ante centenares de personas en la Plaza de la Constitución, luego de asumir oficialmente como Presidente de Chile, hay varios temas muy destacados, uno de ellos referido a los pueblos indígenas, complementado esto con el primer ceremonial espiritual en la casa presidencial al día siguiente. Esto nunca había ocurrido en ningún cambio presidencial, a pesar de haber sido sugerido en varias ocasiones antes. Lo segundo es la clara opción por el carácter “latinoamericanista” señalado por el Presidente en su primer discurso oficial. A lo que agregó: “Que la voz del sur se vuelva a escuchar firme en un mundo cambiante”.

La política internacional de Chile, desde el retorno a la democracia en 1990, es muy valorada. La comunidad internacional, muy ampliamente, fue extraordinariamente solidaria con nuestro país durante la dictadura militar. México y Suecia, entre varias naciones –en nuestro continente y en Europa– permanecen en nuestra memoria como naciones cuya generosidad con nuestros exiliados marcó profundamente nuestro afecto. En el escenario internacional Chile ha sido pródigo en sostener compromisos democráticos en favor de la paz, la justicia y los DD.HH., promoviendo y suscribiendo diversos tratados. Y se insertó en la comunidad internacional con gran acierto. Es evidente que esa política mantendrá su continuidad.

Las afirmaciones del Presidente son contribuyentes a la idea de un país –latinoamericano– que profundizará sus relaciones con las naciones hermanas no solo en el sur sino además en Centroamérica, en donde también se han desarrollado notables relaciones. Y en “un mundo cambiante”, Chile enfatizará su “voz” como parte importante de las “voces del sur” que, en un diálogo constructivo con el mundo y sus naciones, de todos los continentes, podrá ayudar a enfatizar que nuestros países –indígenas, morenos, mestizos–, como lo señaló el Papa Francisco en sus giras al continente, constituyen hoy una especial reserva en un mundo con crisis ambientales y sociales que podemos compartir desde las experiencias ancestrales que forman parte integral de la composición plurinacional de nuestras sociedades.

La Convención Constitucional está cooperando de manera relevante en relevar esta nueva dimensión de Chile, desde la voz de un pueblo que mira hacia un futuro de nuevos cambios estructurales, para que el Estado nacional valore internamente aquello que ha sido invisibilizado durante dos siglos. Y todo aquello, sumado a las voces de otros pueblos latinoamericanos, son un capital político, social, económico y cultural que pondrá a Chile en un sitial de liderazgo. Por tanto, nuestra política internacional podrá representar todo aquello y más, abriendo la dimensión plurinacional a un ámbito de relaciones diplomáticas y de expertos en interculturalidad que sean parte relevante de estas “voces del sur” y que esto implique también políticas novedosas, por ejemplo, en la formación de los nuevos cuadros profesionales de la Academia diplomática Andrés Bello, en donde lo que ha sido invisible –como por ejemplo la integración de pueblos indígenas– a partir de este nuevo ciclo político sea parte de un programa intercultural efectivo, y que las designaciones de diplomáticos indígenas no sea una excepción sino una norma que represente, hacia el futuro inmediato, que “las voces del sur”, también representadas por los pueblos ancestrales, se escuchen muy ampliamente.

Desde 1810 hasta hace poco tiempo, de un poco más de 1.540 diplomáticos nombrados por Chile, solo 22 mujeres ocuparon el sitio de embajadoras. La Presidenta Bachelet en el 2014 modificó aquello, incorporando por primera vez diez mujeres el 2014. En su primer Gobierno ya había encaminado una primera señal en relación con los pueblos indígenas, al nombrar –por primera vez– a dos mujeres mapuche como agregadas culturales, en Ecuador y Bolivia, respectivamente. Nunca había ocurrido algo semejante. A continuación, en el 2014, junto con mantener la idea de un agregado cultural indígena (en Ginebra) brindó una gran señal histórica al designar por primera vez a un mapuche como embajador, en Guatemala, hecho totalmente inédito en la historia de la diplomacia chilena: el primer indígena, embajador, en 210 años de historia republicana. El Presidente Piñera, al iniciar su segundo Gobierno, en marzo del 2018, continuó con esta tradición ya instalada y designó a un segundo embajador, mapuche, en Ecuador.

Recientemente el Presidente Boric ha dado una primera y magnífica señal al nominar como directora de protocolo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, a una gran profesional descendiente del pueblo Rapa Nui, que nos maravilló en los ceremoniales oficiales del cambio de mando con su vestimenta con ornamentos tradicionales de su pueblo. Solo en Ecuador, Guatemala y Bolivia, en ceremoniales oficiales de cambio presidencial en los últimos 15 años, la presencia activa de los pueblos indígenas estuvo marcadamente presente.

Para nosotros, los pueblos indígenas, son importantes señales políticas interculturales en un contexto de 212 años de historia republicana en un proceso de invisibilización. La Convención Constitucional abre hoy un ancho camino para hacer justicia –conforme lo señalara, hace 18 años, el informe oficial del Estado de Chile sobre Nuevo Trato con los pueblos indígenas– y reconocer y valorar a las primeras naciones como “patrimonio de la Nación chilena”.  Por cierto, hay personas que con cierta premura cuestionan estas señales y hablan de “fundamentalismo indigenista” o “influencia étnica desproporcionada” e incluso aventuran que está en riesgo “la identidad de país”. Otras personas señalan que siguiendo este rumbo habría que considerar también a los colonos, todo tipo de minorías y grupos corporativos de la sociedad como sujetos a quienes habría que privilegiar con derechos “especiales”. Digamos, al menos, que en este tipo de afirmaciones hay apreciaciones equivocadas derivadas de una carencia formativa esencial para comprender el valor de la rica pluriculturalidad de Chile, negada por dos siglos por los historiadores y gobiernos conservadores. Por tanto, el aprendizaje de nuestras culturas en los modelos educativos de Chile sigue en gran parte ausente y ello ayuda al desarrollo de esta falta de comprensión.

Pero debemos caminar hacia los nuevos tiempos, los de “un mundo cambiante”, como ha señalado el Presidente Boric. Y parte esencial de este cambio es, precisamente, la valoración, el reconocimiento y la integración de “las nuevas voces del sur” en nuestras estructurales políticas, sociales y culturales, en lo interno y en lo internacional.  El discurso del Presidente, en tal sentido, es una gran señal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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