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La polarización de artistas en el derecho de autor Opinión

La polarización de artistas en el derecho de autor

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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Las recientes “pugnas” que se han suscitado en torno al derecho de autor, particularmente entre artistas, han evidenciado cuestiones que se podrán revisar con más calma después, pero que en términos, al menos sociológicos, nos han evidenciado la precariedad simbólica —no solo material de la mayoría— en que se encuentra el campo artístico chileno. Esto ya era evidente antes, pero en la discusión del tema se ha explicitado de una manera evidente. La polarización tiene ribetes de una clara dicotomía, herencia moderna-tardía que se muestra en el preocupante individualismo que persiste desde décadas, transversalmente, en variadas generaciones. Lo preocupante es que no es solo esto, sino una suma de factores que empeoran el estado actual: una completa despolitización del arte en Chile y una gran falta de investigaciones “serias” de las y los artistas (esto último nos llevaría a la fragmentada y deficiente  educación que hay en el país).

Chile no encuentra una fuerte identidad cultural en lo que respecta a las artes contemporáneas (al menos desde fines de los 80 y principio de los 90 del siglo pasado), por multiplicidad de factores estructurales, entre ellos, el poner como “anécdota formal” procesos de memoria, criollismos, alcances temperamentales del territorio, etc. Si la mirada ha estado más de un siglo en el norte central, el retraso comparativo es preocupante, pues desde el simbolismo, las vanguardias históricas, neovanguardias, incluyendo las de principio de los 90 en Estados Unidos y Europa con respecto a la politización radical de las y los artistas en relación con las acciones de vulneración y esperanza de cambio de la realidad a través de las tecnologías, en nuestro país ha sido materia (y no en todas partes) de estudio formal, pero no ha calado en el sentido histórico de un cambio sobre los ejes procesuales y perceptivos para movilizar una “realidad hacia otro eje de realidad”.

La política tradicional, a este respecto, ha tenido su responsabilidad enorme, pues, en la ignorancia de la radical fuerza de cambio de símbolos que poseen las artes, solo la han considerado como un instrumento necesario en la “medida de lo justo”. No existe una real política de arte contemporáneo en Chile, solo un mantenimiento de un estado de cosas que a ciertos grupos les acomoda y a otros los precariza cada vez más.

Los estudios concernientes a las críticas históricas que se desprenden sobre la producción de símbolos de esta, dadas desde el sentido humanista y su fragilidad, no pueden ser tratados acá por lo extenso y porque me llevaría a otros temas. El problema es mucho más complejo y extenso de explicar; este texto es solo un esbozo en una columna breve.

En este escenario —sin poesía política— un proceso de encuentro, como debiese ser la construcción de una nueva Constitución, se ha convertido, entre un gran número de artistas, en una regresión hacia el enfrentamiento de un supuesto “enemigo atroz”. Aquí es donde se juntan, en términos generales, dos de las situaciones que mencioné al comienzo: la precarización estructural histórica del país en esta materia y los intereses individuales de una minoría, estos amparados en lo primero, pues la precarización simbólica del campo artístico genera individualidades como las que menciono. Si le agregamos el pauperismo en lo que concierne al creciente aumento de falta de estudio, se crea una bomba.

En este sentido, cuando existen las condiciones que menciono, se genera lo que históricamente ha ocurrido en muchas partes: el aferrarse a convencionalismos y seguir patrones basados en los discursos de terror. Parte de los ejemplos de esto último se pueden ver en propagandas que no apelan a argumentos contundentes, sino a la fibra y emoción rápida, y que da resultados en la inmediatez, también evidentes faltas a la verdad en materias ya sabidas y conocidas en todo el mundo. Pero, me preguntaba hace unas semanas, ¿por qué tanta cantidad de artistas entra con tanta facilidad en cosas fácilmente contrastables con evidencia contundente? Bueno, la respuesta está en la pequeña reflexión de más arriba: hay pocos privilegiados (solo económicamente) que temen perder lo que ya tienen, y el arrastre desinformativo, con mucha campaña, que absorbe una gran cantidad de sujetos con muy poco “capital” simbólico.

Las y los constituyentes también son hijas e hijos de esta historia de precarización y/o intereses (económicos o políticos) en el tema. No sé si se está reflexionando autocríticamente después del tremendo rechazo que tuvo su informe 2 en el Pleno, y no quedarse solo en las recriminaciones políticas de quienes votaron de tal o cual manera. Lo cierto es que debiesen hacerlo y realmente revisar los argumentos con bases en la realidad, no emocionalidades sobre el miedo e informaciones fácilmente rebatibles solo revisando un poco datos nacionales e internacionales. No ahondaré en lo que ya he mencionado en distintas columnas, pero mínimo es revisar, por ejemplo, la Declaración Universal de Derechos Humanos, Convenio de Berna, Convenio de París, administrados por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, y así seguir y seguir. Personalmente puedo no estar de acuerdo con la última organización en muchas materias, tampoco estarlo en los convenios por ciertos anacronismo en lo que respecta a nuestra “era digital», pero es lo mínimo a lo cual se apela y que no se está considerando en el tema específico del derecho de autor, el que no fue aceptado, repito, en el Pleno.

Mi invitación “columnística” es a intentar basarse en hechos; no pocas personas siempre estaremos muy dispuestas a entregarles evidencia y datos históricos para que artistas y constituyentes saquen sus propias conclusiones, pero deben leerlas, pues –según lo que se ha visto en redes sociales– al menos no pareciera que lo hagan, tanto las normas como de los artículos; o quizá es querer ver lo que se quiere ver, siguiendo la emotividad desinformante y poco confiable de propagandas realizadas por quienes no quieren perder el monopolio de sus negocios y por el menos del 5% de los artistas nacionales que cuidan sus privilegios personalistas.

Aquí es donde, extrañamente, casi ningún artista o creador vio que las partes más delicadas del artículo rechazado concedían titularidad a las entidades de gestión (que en realidad funcionan como industrias) y propiedad material. Esto último puede ser más técnico, pero al parecer se evidenció y tendrá que cambiarse. Ahora, en los derechos conexos hay que poner mucha atención, pues es ahí donde pueden entrar resquicios jurídicos análogos a lo mismo que ya se rechazó.   

Es de esperar que prime la razón y la revisión clara de los conceptos, y de qué manera se conjugan en este y otros temas tan importantes para todos y todas.        

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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