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Ahora sí, don Rogelio Opinión

Ahora sí, don Rogelio

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René Solís de Ovando Segovia
Por : René Solís de Ovando Segovia Centro Iberoamericano de Estudios Sociales – CIBES
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Don Rogelio Calderón nació en Taltal en 1937, hijo de padre sureño trasladado a las oficinas salitreras desde Talca; su madre trabajaba haciendo comidas para los obreros del salitre. Don Rogelio pertenecía a una familia humilde, pero lo hizo todo bien: a los 12 años, viviendo ya en Iquique, entra en una Escuela Normal, siendo su ilusión más grande ser profesor y enseñar a niños y niñas en una escuela de su tierra, de su norte querido. A los 18 años obtiene su título de profesor primario (normalista) y a esa edad comenzó a trabajar. Fue maestro durante 40 años, participó en la educación de centenares de niños y niñas del norte de Chile. Hoy, don Rogelio cobra 250.000 pesos y la pensión no le alcanza para vivir dignamente. Y cobra tan poco, sencillamente, porque no tiene derecho a una pensión de jubilación suficiente.

Cuando, en 1957, don Rogelio comenzó a trabajar, fue contratado por el Ministerio de Educación y recibía un sueldo modesto pero digno. Pudo formar una familia, tener cuatro hijos y aportar durante muchos años a la Caja de Previsión de los profesores de entonces. Con el tiempo, si todo seguía con normalidad, alcanzaría las cotizaciones necesarias para poder retirarse decorosamente.

Pero en el año 1981 todo cambió. El Gobierno de entonces decide modificar la forma de previsión existente, constituyendo un sistema de capitalización individual obligatorio, según el cual todos los trabajadores deben depositar una parte de su sueldo en una cuenta personal de una Administradora de Fondos de Pensiones (AFP). De más está decir que don Rogelio recibió múltiples presiones para que se cambiara del sistema de reparto (Caja de Previsión) al nuevo modelo de capitalización individual, lo que termina por hacer. Él, como muchísimos trabajadores y trabajadoras de Chile, sin ser conscientes de ello, acababa de perder el derecho a una pensión digna, enriqueciendo, de paso, a entidades financieras a las que se permite, por Ley, que se lucren con algo tan sagrado como son las pensiones de jubilación.

La situación de don Rogelio no es única, existen cientos de miles de chilenos y chilenas que han trabajado decenas de años y reciben pensiones escandalosamente bajas. Está claro que el sistema no funciona, que ha arruinado la vejez de generaciones y que nadie en Chile puede aspirar a una pensión de jubilación, asistencial o de incapacidad garantizada y digna, simplemente porque no tienen derecho, porque no existe una norma superior que garantice derechos sociales y que prohíba que se especule con los ahorros de quienes ya no pueden o no deben trabajar.

No es cuestión de que los salarios sean bajos o que los trabajadores ahorren poco (explicación “técnica” para justificar lo injustificable), sino que el ahorro obligatorio –capitalización– está concebido en un marco normativo que promueve la especulación y el beneficio de terceros. Haga lo que haga un trabajador o trabajadora con un salario modesto o medio, su pensión, al cabo de 30 o 40 años, será insuficiente y no estará garantizada.

Personas como don Rogelio, que trabajaron honestamente durante 40 años, que llevaron una vida sencilla y sin grandes aspiraciones, que sacaron a sus hijos adelante con esfuerzo, que, como hemos dicho, lo hicieron todo bien, hoy pasan necesidades y deben pedir ayuda caritativa, cuando debían disfrutar de un derecho que un país como Chile puede y debe garantizar. Por eso, cuando uno conversa con don Rogelio, dentro de su simpatía y sentido del humor innatos, deja traslucir cierto fatalismo: “Chile no tiene remedio, no importa lo que hagas, siempre serás perjudicado si solo cuentas con tu trabajo y eres honrado”. Y termina sentenciando con su estilo de profesor de escuela: “Yo hice lo que me correspondía y tengo una pensión miserable, ojalá que mis nietos vivan en una sociedad más justa y solidaria, con derechos garantizados que no dependan de los intereses de unos pocos o de la buena voluntad de alguien, sino del cumplimiento de lo indicado en la Constitución del Estado”.

La oportunidad de aprobar una nueva Constitución ocurre muy pocas veces en la historia de un país; Chile ha tenido, por la presión de la gente, esa oportunidad única y ha elaborado un proyecto de Constitución a través de una asamblea democrática y muy representativa. Esta nueva Constitución será uno de los hitos más importantes en la Historia –con mayúsculas– de Chile, y ejemplo para América Latina. Rechazarla solo es entendible desde el egoísmo o la ignorancia, aprobarla es decirle a don Rogelio que existe la esperanza, que sus nietos serán mejor tratados por Chile y que su esfuerzo por darles una vida digna no fueron en vano.

Ahora sí, don Rogelio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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