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Grandeza por todo Chile en el plebiscito Opinión

Grandeza por todo Chile en el plebiscito

Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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Los días de elecciones tienen mucho dramatismo. Cuando se sabe el resultado, la sede de la opción ganadora se llena de discursos, risas, challas y champaña. Llegan desconocidos que no se vieron en la batalla que quieren pasar por vencedores y llevarse parte del botín. Todos como luciérnagas buscan luces y micrófonos. Quieren hablar y hacen fila para ello. Es la hora de la gloria.

En la sede de la opción derrotada, en cambio, todos se van, suenan los ecos del vacío, se desarman las tarimas y se retiran las sillas. No llega nadie y, si hay alguien adentro, prefiere no salir y que no lo vean. No hay quien quiera hablar. Desaparecen los canapés y espumantes destinados al festín de la victoria que no fue. Siempre me pregunto qué será de este cóctel, quién se lo llevará y disfrutará. Porque la derrota tiene un sabor amargo. El perdedor podría atragantarse con el canapé y no sentir el dulzor de la champaña.

Napoleón decía que la victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana. Kennedy lo copió y dijo algo parecido. Tenían razón.

¿Pero cómo deberían ser el ganador y el perdedor? El vencedor debe tener grandeza de alma y tratar bien al vencido. Magnánimos son los grandes de alma (magna-animus). De allí el “magnánimos en la victoria” desde Churchill hasta los comentaristas deportivos. El vencido en cambio, debe ser honorable y digno para saber perder y reconocer la derrota.

Los magnánimos en la victoria son generosos, no son revanchistas, tampoco orgullosos ni vanidosos. Tienen empatía con la frustración de los vencidos.

Los derrotados deben ser dignos y honrados, por su lado. Son los que dan la cara, reconocen y respetan los resultados, felicitan al vencedor y le ofrecen colaborar en lo que sea necesario.

Ver esos gestos nobles nos gratifican y dignifican a todos. También en la política.

Serán especialmente necesarios el día del plebiscito y los que sigan, porque paradójicamente ganadores y perdedores deberán trabajar amistosamente, codo a codo, desde esa misma noche para llegar a acuerdos transversales. El desafío que tendrán vencedores y vencidos desde entonces será común, pero a partir de una de las opciones. Deberán superar sus divisiones, reforzar la democracia y mantener la gobernabilidad. También dar curso a una buena continuidad constituyente, ya sea que gane el Apruebo o el Rechazo.

Churchill aprendió de la importancia de ser “magnánimos en la victoria” a partir del error que cometieron con Alemania cuando esta fue vencida en la Primera Guerra Mundial, en 1918. No la dejaron participar en las negociaciones de los tratados, le achicaron y dividieron el territorio, le impusieron indemnizaciones de guerra que no podría pagar. Fue prácticamente una rendición incondicional. La humillación de la derrota y la gran crisis social fueron luego los detonadores del populismo y el nacionalismo en Alemania. Hitler y los nazis empezaron a crecer como la espuma, también el ansia alemana de volver a ser grande y dominar a toda Europa. Hasta que en 1941 Alemania y Hitler desataron la Segunda Guerra Mundial. Cuando terminó, esta vez Churchill ya había aprendido la lección y sabía que debían ser magnánimos con el vencido.

Grandeza en la victoria y dignidad en la derrota también se vio en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Hitler era dictador y las olimpíadas eran una publicidad para él y dar a conocer al mundo el nuevo poderío de Alemania, que había sido humillada después de la Primera Guerra Mundial. Construyeron un estadio impresionante y por arriba se paseaba el enorme dirigible Hindenburg. Llegaba el führer y sonaba un aterrador saludo fascista de setenta mil personas, como una sola voz: ¡Heil Hitler!

Los nazis también querían demostrar en la olimpíada la superioridad alemana o de la raza “aria”.   

EE.UU. mandó a varios atletas de color, entre ellos, a Jesse Owens, un velocista increíble. Hitler consideraba a los negros una raza inferior. Pero en la prueba del salto largo sucedió lo inesperado. Owens estuvo a punto de ser descalificado. Su adversario era el alemán Ludwid Long, un “ario” prototipo. En ese contexto, el alemán fue magnánimo y ayudó al negro para no ser descalificado. Owens hizo un salto espectacular y se acercó a Long para darle infinitas gracias. En la final, Owens le ganó al alemán, llevándose la medalla de oro. Long fue el primero en felicitar a Owens y lo tomó del brazo para dar juntos la vuelta olímpica. Grandeza inimaginable en ese contexto. Se hicieron grandes amigos. Owens decía que ganó esa medalla gracias a Long. El negro ganó otras tres medallas de oro en esa olimpíada, para infortunio de Hitler y los alemanes, pero siempre fue magnánimo con estos.

Como vemos, la pequeñez del vencedor sobre el vencido, como ocurrió en la Primera Guerra Mundial, puede tener muchos costos. En cambio, a los magnánimos como Owens y Long, se les recuerda y alaba para siempre.

Usted y yo tenemos una gran oportunidad este 4 y 5 de septiembre. Podemos tener grandeza y dignidad. Una vez conocido el resultado del plebiscito, mandemos cada uno un mensaje magnánimo y “buena onda” a alguien del bando contrario. Quizás se multiplica por todo Chile, como si fuera desierto, bosque y cordillera. Como diría Serrat, “sería todo un detalle, todo un síntoma de urbanidad”. Dígale que “sería fantástico que gane el mejor y que la fuerza no fuera la razón”… que coincidiéramos y fuera tal como es, tan noble como tú lo has imaginado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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