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Terapia no farmacológica para la enfermedad de Alzheimer como garantía de derechos humanos Opinión

Terapia no farmacológica para la enfermedad de Alzheimer como garantía de derechos humanos

Kurt Scheel
Por : Kurt Scheel Derecho UDP
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El tratamiento farmacológico para hacer frente a la enfermedad de Alzheimer se ha abierto paso en falso a medida que la epidemiología de esta enfermedad se dispara en nuestro país, donde algunas cifras indican que, para el 2050, más de 600 mil personas tendrán esta enfermedad.

Desde 1996 a la fecha, la Administración de Alimentos y Fármacos de los Estados Unidos (FDA) ha aprobado seis fármacos para la enfermedad de Alzheimer. Más allá de la farmacología y su efectividad, este tratamiento ha ignorado absolutamente el derecho a la autonomía de la persona como sujeto activo en la intervención del tratamiento de su enfermedad por encima de un mero receptáculo de pastillas que deben tomarse todos los días a la misma hora.

¿Por qué esto cobra tanta relevancia en la enfermedad de Alzheimer? Pese a que cada caso comparte la misma sintomatología, especialmente en materia cognitiva, un enfoque centrado en la persona logra representar una forma efectiva de maximizar la eficacia terapéutica para cada persona en particular. Ya lo sugería el Dr. Thomas Kitwood, un entorno social invalidante y deshumanizante puede entrar en interacción con la fisiopatología cerebral para producir la conducta y la función que finalmente son observadas en las personas afectadas por la enfermedad de Alzheimer. En esa línea, sostiene que este entorno puede incrementar la progresión de los cambios neuropatológicos formando una espiral de declinación y degeneración.

Al menos en el punto de la correlación entre la enfermedad de Alzheimer y el entorno, Kitwood golpea la mesa con el gran rol que desempeña la interacción fenotípica (actualmente, se descarta que la enfermedad de Alzheimer sea exclusivamente genética) en el deterioro cognitivo del sujeto. El genotipo y el ambiente confluyen en la manera en que el reloj de la enfermedad de Alzheimer progresa en el cuerpo físico y la psiquis de la persona afectada por esta enfermedad. La autonomía de la persona afectada por esta enfermedad, entonces, en su propio trabajo terapéutico se vuelve fundamental, porque permite combatir precisamente el espacio donde interactúan los genes con el ambiente.

En el año 2011, persistiendo también en la autonomía del sujeto, la bioquímica Elizabeth Blackburn, descubridora de la telomerasa y ganadora del Premio Nobel de Fisiología o Medicina, en un paper titulado “Intensive meditation training, immune cell telomerase activity, and psychological mediators”, comprobó en un estudio único en su especie que las prácticas meditativas y de contemplación, como el Mindfullness y otras de meditación budistas aumentan la actividad de la telomerasa. En sencillo, demostró que meditar favorece el alargamiento de los telómeros y, por ende, permite mantener la juventud biológica de las células de nuestro organismo.

Así las cosas, especialmente en una enfermedad neurodegenerativa como lo es la enfermedad de Alzheimer, nuestro país y el mundo entero deberían mirar hacia el tratamiento no farmacológico de esta enfermedad, generando que las personas afectadas por esta enfermedad pasen de ser sujetos pasivos que solamente consumen pastillas a agentes activos de intervención en su propia vida y salud.

Sobrada evidencia existe acerca de trasladar el foco a intervenciones individualizadas que favorezcan esta autonomía, muy por el contrario de los negativos resultados que ha dado la administración de fármacos. Así, la terapia de reminiscencia, musicoterapia, terapia asistida con animales o la estimulación multisensorial (EMS o Snoezelen), entre otras, se abren como un abanico de posibilidades que permiten el libre ejercicio del derecho de autonomía de las personas afectadas por Alzheimer y otras demencias, en conjunto con su derecho a participación y un efectivo acceso a la salud.

El estigma médico asociado a las prácticas de meditación y visualización como terapias carentes de toda ciencia debe abandonarse. Esto se vuelve especialmente relevante desde que en Chile no existen pacientes institucionalizados, tanto en hospitales como residencias de larga estadía, que tengan acceso a esta gama de terapias. La brecha sigue siendo grande y exige una urgente intervención de agentes públicos y privados, permitiendo que sean las propias personas afectadas por esta enfermedad, en un enfoque centrado precisamente en ellas, quienes lleven la delantera en el desarrollo de su propia vida y salud.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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