
BALALAIKA
No es la primera vez que los usan en Ucrania. Imagínese, usted está viendo la teleserie turca y le entra ese regalito del Kremlin por el techo del comedor. Rusia no asesina civiles, dice Makogonov, son los ucranios quienes ponen sus baterías antiaéreas en los conjuntos habitacionales urbanos, por eso la guerra ha causado tantas bajas civiles. ¿Son los ucranios los que exterminan a su población?, pregunta un periodista. Así es, responde Makogonov sin pestañar, si fuera por Rusia no habría prácticamente civiles muertos. Enseguida, el elegante diplomático refrenda las declaraciones de Serguei Lavrov, el plenipotenciario ministro de relaciones exteriores del nuevo Zar que, con la voz aguardentosa y monocorde del apparatchik surgido del frío, ha declarado esa misma mañana en Moscú que Rusia es víctima de una «solución final», una nueva «shoa» orquestada por Occidente para borrarla de la faz de la tierra.
París, miércoles 18 de enero, 21h30. En BFM-TV, tres periodistas conversan con Alexander Makogonov, ministro consejero de la embajada rusa en París, o sea, uno de los portavoces de Putin en Europa. Makogonov –unos cuarenta años, terno azul, corbata ídem, camisa celeste, expresándose en un francés impecable, lo que recuerda que el KGB o, ahora, el FSB, es la mejor escuela de idiomas del mundo– comenta el bombardeo de Dnipro, Ucrania. Allí, hace unos días, un misil ruso, el KH-22 –bomba de 950 Kg, diseñada para destruir portaviones– partió literalmente en dos un edificio de nueve pisos.
No es la primera vez que los usan en Ucrania. Imagínese, usted está viendo la teleserie turca y le entra ese regalito del Kremlin por el techo del comedor. Rusia no asesina civiles, dice Makogonov, son los ucranios quienes ponen sus baterías antiaéreas en los conjuntos habitacionales urbanos, por eso la guerra ha causado tantas bajas civiles. ¿Son los ucranios los que exterminan a su población?, pregunta un periodista. Así es, responde Makogonov sin pestañar, si fuera por Rusia no habría prácticamente civiles muertos. Enseguida, el elegante diplomático refrenda las declaraciones de Serguei Lavrov, el plenipotenciario ministro de relaciones exteriores del nuevo Zar que, con la voz aguardentosa y monocorde del apparatchik surgido del frío, ha declarado esa misma mañana en Moscú que Rusia es víctima de una «solución final», una nueva «shoa» orquestada por Occidente para borrarla de la faz de la tierra. Makogonov repite la partitura a la perfección: así como Europa occidental se unió tras Napoleón para acabar con Rusia y luego se alineó detrás de Hitler para acabar con la Unión Soviética, ahora Occidente, amparándose en la defensa del régimen criminal de Ucrania, se une en la agresión bélica más extraordinaria desde la Segunda Guerra Mundial para aniquilar a Rusia. Una de las periodistas le dice entonces a Makogonov que el que firmó un pacto de no agresión con Hitler no fue ningún país europeo, sino Stalin y le recuerda que las democracias occidentales no han desestabilizado a Rusia, pero el Kremlin, en cambio, financia todos los partidos de ultraderecha europeos (yo agregaría: y los de ultraizquierda latinoamericanos). El funcionario ruso, molesto, barre de un revés de la mano ese argumento e insiste: Europa occidental y la OTAN son el nuevo Tercer Reich y buscan la destrucción de Rusia. No lo dice así, pero se escucha clarito: de la Santa Rusia.
Volodomir Zelenski, el Presidente de Ucrania, se ha expresado ante los parlamentos de la mayoría de los países occidentales, solicitando apoyo, político y bélico, para su pueblo. En Chile, en cambio, el Partido Comunista y sectores del Frente Amplio se han negado a escucharlo. ¡Y tienen razón! En vez de escuchar a Zelenski deberíamos escuchar a Putin, quizás así nos daríamos cuenta del avispero en el que estamos metidos. En la televisión francesa, la última pregunta para Makogonov fue: ¿Qué pasaría si Rusia tuviera que retirarse de Ucrania? El ruso, lívido, respondió: antes que eso ocurra, caería sobre Occidente toda la potencia de fuego nuclear ruso, usted no se ha dado cuenta, pero quizás estemos viviendo las últimas semanas antes de la guerra nuclear. Yo digo, ¿por qué no escuchar a Putin en el parlamento, es más, por qué no proponerle que en caso de que se tengan que retirar de Ucrania, él, Lavrov y todos los Makogonov del régimen se vengan a Chile? Después de todo, si acogimos a Hoenecker perfectamente podríamos recibir a Putin y su séquito. Putin y Lavrov estarían de maravillas, por ejemplo, en Tunquén. El resto, repartido entre Caburga y el barrio Yungay. Sería toda una contribución a la paz mundial, ¿no le parece?
Zdorov’ye tovarischi, salud compañeros, disfruten del verano…
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.