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Eros de primavera: Safo de Lesbos en el banquete de amor de mujeres antiguas (II) Opinión

Eros de primavera: Safo de Lesbos en el banquete de amor de mujeres antiguas (II)

Alejandro Reyes Vergara
Por : Alejandro Reyes Vergara Abogado y consultor
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Volvamos con Safo de Lesbos a nuestro Banquete del Amor con Mujeres Antiguas. Era su turno para que nos hablara del amor y lo que había escrito 27 siglos atrás sobre ello. Vestía de manera sencilla con sus paños de lino blanco cruzados hasta los tobillos. Traía una lira, parecida a un arpa pequeña, con solo 5 o 7 cuerdas musicales. Safo era una poeta lírica, sus poemas los cantaba tocando la lira, expresando sentimientos y emociones personales y profundas.

Safo tomó su lira, se puso de pie y mientras tocaba nos contó algo personal. – Me molesta que por tantos siglos me hayan descalificado de manera absurda e injustificada por mi bisexualidad y lesbianismo. ¡Qué importa eso! Se han concentrado en esa chismografía barata y no en mi poesía, que fue tan reconocida por muchos incluyendo a Platón que me declaró la décima Musa.  ¿Y por qué tengo que ser yo la ícono del lesbianismo, si en realidad yo era bisexual? Podía practicar el lesbianismo y lo hice mucho, como la heterosexualidad. Pero eso ha distraído de mi obra poética. ¿Y Sócrates? -preguntó- ¿por qué no transformaron entonces a Sócrates en el ícono de los homosexuales? Él también era bisexual y practicaba la homosexualidad. Más aun, el pueblo de Atenas lo llevó a juicio acusándolo entre otras cosas de “corromper a los jóvenes” e impiedad, y reunidos alrededor de 500 atenienses libres lo condenaron a muerte. Pienso que quizás también a Sócrates lo condenaron en el fondo por envidia y porque usaba la ironía que afectaba a los que se creían sabios.

En ese instante de la conversación, Aspasia, que estaba presente en el banquete, detuvo a Safo y le dijo:

– ¡Por favor Safo, no te metas con Sócrates! Yo fui quien le enseñó a Sócrates sobre el amor cuando él aun era muy joven, y ya tendré mi turno para hablar y explicar ese pensamiento sobre el amor. ¡Pero tú no te metas con él, ni lo conociste!  Entiendo tu rabia Safo, -agrego Aspasia- pero si con Sócrates hubiera pasado lo mismo que pasó contigo, probablemente los chismes, sus amores y prácticas homosexuales con sus amantes hombres jóvenes habrían superado y opacado toda la grandeza de la filosofía del gran Sócrates.

Enheduanna, la más antigua, miraba esta discusión entre Safo y Aspasia sin inmutarse. Quiso calmar los ánimos, apenas insinuó levantar su mano izquierda y todas se callaron. Dijo Enheduanna –Yo no he venido desde hace 4.300 años a este Banquete de Amor con Mujeres Antiguas, para presenciar disputas intrascendentes entre mujeres notables. Si ustedes quieren que las mujeres ocupemos el sitial que aspiramos y merecemos tener, debemos mantenernos unidas e ir a lo sustancial que podemos aportar. Luego puso delicadamente su mano derecha sobre la de Safo por unos instantes, sin decir palabra, y Safo se llenó de paz.

Safo continuó, pero con voz tranquila. -¿Sabes lo que pasa Enheduanna? Desde que yo escribí mis poemas y se reunieron en nueve libros hace 27 siglos, pasaron nada menos que 1.600 años desde entonces, y en el año 1.050 d.C  el Papa Gregorio VII al parecer recién se enteró que yo era bisexual y practicaba por tanto el lesbianismo. ¿Y sabes qué hizo? ¡El Papa mandó a quemar toda mi obra! ¡Los nueve libros! ¡completos! Por eso lo que se conoce hoy de mi poesía son apenas fragmentos, líneas, palabras, y un par de poemas completos. Enheduanna exclamó: ¡Qué barbaridad, por todos los dioses! Y luego Safo agregó: – ¿Te imaginas si Gregorio VII hubiera aplicado la misma regla a todos aquellos libros escritos por filósofos, teólogos, poetas, escritores, monjes, científicos, religiosos y religiosas vinculados a la Iglesia católica, que  fueron homosexuales, lesbianas o bisexuales, cuyos libros están en la Biblioteca Vaticana? ¡Quizás tendría que haber quemado la mitad de la biblioteca! Yo no hubiera querido eso jamás, ni lo justifico, lo consideraría una barbarie, lo condenaría. Pero si Gregorio VII hubiera aplicado la misma vara, es lo que debiera hacer hecho.

-¡Qué terrible final de tu obra Safo! Le dije yo, para calmarla. -Es conmovedor cuando uno escucha recitar actualmente tu poesía. Apenas es una línea, dos palabras separadas por puntos suspensivos, un párrafo pequeño, pese a lo cual son grandiosas, realmente bellísimas, cada palabra o línea por si misma tienen una enorme profundidad. También creo que hay algo muy injusto en lo que te sucedió, porque la gran mayoría de los filósofos y poetas de la antigüedad griega y romana eran bisexuales o exclusivamente homosexuales. Era una práctica absolutamente común, normal. Sus enamorados eran hombres jóvenes, a su vez tenían a sus señoras encerradas en su casa y también tenían amantes mujeres fuera de ellas. O sea, en esos tiempos de gloria de la filosofía, la ética, la política y la poesía, cada griego a lo menos tenía un ménage à trois.

¡Pero queremos escuchar tu poesía sobre el amor!

Safo tomó su lira de nuevo diciendo “¡Ea, lira divina…sonora…!” y tocaba una música delicada con la punta de sus dedos. Lo primero que dijo fue: -“Lo más hermoso es lo que uno ama”. – Originalmente no lo dije así directamente –agregó- sino en una poesía comparándolo con la belleza de los asuntos militares y navales, que se consideraban en ese tiempo muy hermosos. Mi declaración de que “lo más hermoso es lo que uno ama”, fue una idea principal mía que marcó una diferencia con respecto a muchos otros pensadores y poetas de la antigüedad. Existía un afán en esa época por determinar qué era lo más hermoso, o lo mejor. Algunos dijeron que era lo justo, otros la felicidad, o el bien, unos insólitos como Píndaro dijeron que era el agua, y otro que lo mejor, habría sido no haber nacido.  -Para mí, en cambio, “Lo más hermoso es lo que uno ama.”

Y siguió cantando su inmortal Oda a Afrodita, que es un ruego de  Safo para que la diosa la ayude a conquistar un amor esquivo y Afrodita le contesta. Nos cantó la parte final del poema  cuando Afrodita le responde:

“…y tú, diosa feliz sonriendo con tu rostro inmortal me preguntabas qué me sucedía y para qué otra vez te llamo / y qué es lo que en mi loco corazón más quiero que me ocurra:”

Afrodita le contesta:  “¿Arde de nuevo tu corazón inquieto? ¿A quién muevo esta vez a sujetarse a tu cariño? Safo, ¿quién es la que te agravia? /Si ha huido de ti, pronto vendrá a buscarte; si no acepta regalos, los dará; si no te ama, bien pronto te amará aunque no lo quiera, y cuando tú esquives el ardiente beso, /ella querrá besarte”.

¡Espectacular! Esa poesía podría ser del siglo XX. Habiendo pasado 27 siglos de evolución y crecimiento de la poesía, poco o nada tiene que envidiarle Safo a nuestros Neruda o Mistral. ¿Y ves que padecer de un amor no correspondido ha sido drama de todos los tiempos, incluida Safo, una experta en amor y en seducción.

Luego Safo nos cantó otro poema en que cuenta cómo ella también sucumbió al amor de un hombre joven y éste le causó la “enfermedad del amor” que solo le permitía concentrarse en eso: “Dulce madre mía, no puedo trabajar, / el huso se me cae de entre los dedos / Afrodita ha llenado mi corazón / de amor a un bello adolescente / y yo sucumbo a ese amor.”  Y luego cantó de la enfermedad agridulce del deseo: “De nuevo Eros que desata los miembros me hace estremecerme, esa pequeña bestia dulce y amarga, contra la que no hay quien se defienda.”

Para terminar, Safo nos confesó que ella sentía tan intensamente el amor, que le llegaba a doler físicamente. Y cantó con su lira: “Me parece semejante a los dioses ese hombre que está sentado frente a tí y te escucha mientras le hablas dulcemente…y mientras ríes con amor. Ello en verdad ha hecho desmayar mi corazón dentro del pecho: pues si te miro un punto, mi voz no me obedece, / mi lengua queda rota, un suave fuego corre bajo mi piel, nada veo con mis ojos, me zumban los oídos, …brota de mí el sudor, un temblor se apodera de mi toda, pálida cual hierba me quedo y a punto de morir me veo a mi misma./ Pero hay que sufrir todas las cosas…”

¡Uf! ¡Qué maravilla! Si tú recibieras de Safo o de una amiga un poema como ese, ¿qué te sucedería? ¡Creo que sentirías casi lo mismo que Safo describe allí y quedarías a punto de morir!   

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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