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Yo no hago medicina Opinión

Yo no hago medicina

Andrea Von Hoveling
Por : Andrea Von Hoveling Miembro de la Agrupación Ginecólogas Chile
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Quienes no quieren tener hijos no deberían tener actividad sexual, me dice. Es la única forma de evitar embarazos sin interferir la función de los órganos genitales internos. Nuevamente, los protagonistas son los órganos. No la mujer. Y la autonomía es algo que ni siquiera entra en esta reflexión… Solo puedo imaginarme el diálogo que debe ocurrir en la intimidad de su box de atención: “Doctor, vengo porque estoy sexualmente activa y no me quiero embarazar”, “entonces vuélvase sexualmente inactiva”. Flor.


“Lo que tú haces no es medicina”, me dice un colega. “Tiene que ver con esto de los derechos de las mujeres, de las diversidades. Pero no es medicina. La medicina se trata de sanar órganos enfermos, salvar vidas. Nada que ver con los derechos sexuales”. Yo lo miro. Es hombre. Es viejo. Tal vez no es tan viejo en realidad, pero es viejo.

Sé que es un diálogo que no voy a seguir y me limito, por tanto, a mirarlo. Y él sigue hablando. Lo miro con paciencia, indiferencia y lástima. La paciencia, porque la he entrenado. La indiferencia, porque es la manera que he encontrado de reemplazar a la rabia y no responder a provocaciones. Y lástima porque… ¿Cuántas cosas de la vida y la profesión se está perdiendo este hombre? ¿Se olvidó del ser humano por tanto relevar a los órganos internos? ¿Cuánta humanidad estará dejando de lado en su corta vida humana?

Evitar un embarazo implica interferir con la función de ovarios y útero sanos, me dice. Que el embarazo no deseado aumenta la morbimortalidad de la madre y su(s) hijos(as), particularmente en la adolescencia, es un dato que ignora o decide ignorar. Que la anticoncepción es, junto con la penicilina, lo que ha reducido en mayor número las muertes de las madres en Chile, también queda fuera de su monólogo. Lo relevante es la acción del útero y los ovarios, no la elección ni la salud de la persona que tiene esos órganos en la pelvis. Una moderna perpetuación del hecho de ver a la mujer como un animal de cría.

Quienes no quieren tener hijos no deberían tener actividad sexual, me dice. Es la única forma de evitar embarazos sin interferir la función de los órganos genitales internos. Nuevamente, los protagonistas son los órganos. No la mujer. Y la autonomía es algo que ni siquiera entra en esta reflexión… Solo puedo imaginarme el diálogo que debe ocurrir en la intimidad de su box de atención: “Doctor, vengo porque estoy sexualmente activa y no me quiero embarazar”, “entonces vuélvase sexualmente inactiva”. Flor.

Esto de la diversidad sexual es una moda y es política, me dice. No creo que se pregunte por qué en décadas de practica profesional no ha visto ninguna paciente lesbiana o bisexual. Ninguna. “¿Será que no existen? ¿No vienen al ginecólogo? ¿Disimularan su orientación sexual al conocerme porque perciben algo en mí que las hace desconfiar?”. Preguntas que nunca serán contestadas, porque nunca han sido efectuadas.

“Las personas trans viven décadas menos que las personas que no lo son”. Me toca hablar a mí. Pero no lo dije. Es que a estas alturas ya no quiero escuchar. Se me acabaron la paciencia y la indiferencia. Me queda algo de lástima, por su limitado pensamiento y lo que implica en la medicina actual. Por su nula empatía con cualquiera que piense diferente. Y, sobre todo, por saber que no es el único. Que hay tantos, y tantas. Que la deuda en salud con respecto a la mujer y a las diversidades está lejos, lejos, de ser superada.

Mañana será otro día. Espero encontrarme con otra persona mientras me tomo mi café descafeinado de media tarde.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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