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El cartel político de los Colorados en Paraguay Opinión

El cartel político de los Colorados en Paraguay

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Eda Cleary
Por : Eda Cleary Socióloga, doctorada en ciencias políticas y económicas en la Universidad de Aachen de Alemania Federal.
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A partir de este cuadro es que tanto Chile como Paraguay asisten al surgimiento de partidos antisistémicos de ultraderecha capaces de conquistar a los que están hartos del abuso y no saben qué camino tomar. En Chile con el Partido Republicano, liderado por José Antonio Kast, y en Paraguay con “Cruzada Nacional”, liderada por un excolorado como Paraguayo Cubas.


No sorprende la arrolladora victoria del Partido Colorado en las últimas elecciones presidenciales de Paraguay el 30 de abril de este año. Su candidato, Santiago Peña, ha obtenido 42 % de los votos. Su gobierno contará además con la mayoría en el Senado y el Parlamento y con 15 de las 17 gobernaciones del país. Peña reemplazará a otro colorado, Mario Abdo, quien es el representante de otra fracción política dentro de los colorados. De esta manera se hace realidad una alternancia política entre colorados, lo que permite que el partido funcione tanto como partido de gobierno como de oposición.

Históricamente, el Partido Colorado constituye un claro ejemplo de cómo un partido político se transforma en un “cartel” capaz de dominar a toda una sociedad en forma eficaz y duradera, eliminando cualquier posibilidad de ser reemplazados por otras fuerzas externas. El Partido Colorado ha gobernado Paraguay desde 1947, permaneciendo en el poder por casi 76 años seguidos con la sola excepción del gobierno del exobispo progresista Fernando Lugo (2008-2012), quien fue destituido por un procedimiento parlamentario “exprés” plagado de irregularidades. Cabe recordar que el candidato liberal Efraín Alegre, principal contendor de Peña, y representante de la segunda candidatura más votada en las recientes elecciones (27%), concurrió con su voto en 2012 para desbancar junto a los colorados al gobierno de Lugo.

Asimismo el Partido Colorado fue soporte político fundamental de la dictadura de Stroessner entre 1954 y 1989, para luego adquirir “credenciales democráticas” durante la transición. Su característica fundamental es que funciona a la manera de un partido “agárralo-todo” (catch-all party) según la definición del politólogo Otto Kirchheimer. Esto significa que el partido integra en sus filas a sujetos dispuestos a poner al Estado al servicio del partido sin tener objetivos políticos específicos ni algún tipo de utopía ideológica. El “agarrar todo” consiste en llegar a acuerdos con cualquier competidor político que pudiera poner en peligro esta supremacía y lograr un reordenamiento del botín del Estado sin cambiar el statu quo.

Las distintas fracciones internas del Partido Colorado actúan con una gran flexibilidad, adaptándose constantemente tanto a los juegos internos del partido como a las necesarias “coaliciones” con otras fuerzas para mantenerse en el poder. No tienen ellos a un “sujeto” político de carácter revolucionario como las izquierdas, tal como la clase obrera o el campesinado, sino que su reclutamiento es aglutinador e integrador sin discriminación de clase. Lo fundamental es alimentar al “cartel” con la mayor cantidad de miembros que sea posible, ya sean profesionales, obreros, empleados, dueñas de casa, latifundistas, grandes empresarios o sencillamente caudillos con dotes de mando local.

El “cartel colorado” es autoritario en el sentido de tener siempre la razón y, en caso necesario, imponerlo a la fuerza. Es estatista porque se financia fundamentalmente con recursos públicos y es conciliador de múltiples alianzas políticas tanto entre las fracciones internas del partido como hacia afuera, trasformando a las demás fuerzas políticas de izquierda, centro o derecha, en potenciales colaboradores u opositores, pero siempre permaneciendo en el centro del poder. En resumen: el Partido Colorado y su fracción triunfante de turno es el centro y todas las demás fuerzas políticas tanto internas como externas se ven compelidas a funcionar como satélites en torno a las posturas del partido.

La característica común en todo el espectro político partidario paraguayo es su profundo machismo y misoginia. No debe olvidarse que las mujeres paraguayas lograron conquistar el derecho a voto recién en 1961. De hecho, de un total de 9095 candidatos al Senado, diputados, gobernadores y de juntas gubernamentales, solo 2997 fueron mujeres.

Paraguay ha sido un país bastante desconocido para los chilenos. Sin embargo, su desarrollo político tiene importantes similitudes con el nuestro. Los dos países sufrieron dictaduras criminales (Chile entre 1973-1989 y Paraguay entre 1954-1989) que instalaron un modelo político “tutelado” por fuerzas políticas aliadas con los militares que dieron lugar a sociedades con altos niveles de desigualdad, corrupción y concentración de la riqueza en pocas manos. En los dos casos, las fuerzas que sirvieron de soporte a las dictaduras fueron capaces de reinventarse en la transición a la democracia. En el caso del Paraguay, incluso sin siquiera cambiar su nombre, y en el caso de Chile conformando un bloque conservador y negacionista de los crímenes y del saqueo económico con nuevos partidos políticos. En ambos casos, estas fuerzas lograron constituirse en mayoritarias, pero ahora con el voto de las grandes mayorías en procesos electorales democráticos.

El caso de Chile se caracterizó por una gran convergencia ideológica entre los gobiernos de centroizquierda y los partidos de la derecha, que permitió conservar el modelo económico impuesto por la dictadura y darle una legitimidad democrática que antes no tenía. En materia de “ocupación” del Estado por estas fuerzas políticas, su proceso de cartelización se plasmó en una conquista total de los recursos estatales y, cuando no alcanzaba, se recurría al financiamiento irregular de la política, que dio lugar a leyes dictadas desde los directorios de las grandes empresas a los parlamentarios y senadores en la más completa impunidad.

En el caso del Paraguay, este trabajo de convergencia política con la oposición no fue necesario, porque el stroessnerismo nunca dejó de palpitar fuerte en el Partido Colorado aunque al principio de la transición no se expresara abiertamente.  Incluso el futuro presidente del Paraguay, Santiago Peña, elogió en una entrevista a Stroessner diciendo que “fue responsable de más de cincuenta anos de estabilidad en el Paraguay”.

La pregunta que surge en este contexto es cómo estas fuerzas políticas logran ganar la voluntad y el voto de la gente a pesar de las grandes desigualdades sociales que provocaron y que luego naturalizaron en nombre del “mérito”. De un día para otro, solo se hablaba de los aportes de los empresarios al desarrollo de los países, y el ciudadano de a pie aparecía como una carga para el Estado, por lo que se pasó a privatizar prácticamente todos los servicios sociales que antes proveía el Estado. De allí la gran pauperización de grandes contingentes de población, que, contrariamente a lo que se podría pensar, constituyen una plataforma de apoyo a las fuerzas que los condenan a la pobreza.

Actualmente nadie puede plantear que la población es manipulada políticamente, sino que los votantes ejercen su derecho según el estado de ánimo momentáneo y, sobre todo, según la ilusión de alguna vez en su vida tener acceso al “privilegio de la impunidad de los amos”, como lo planteó la filósofa chilena Lucy Oporto.

Mientras más caos, abusos y saqueos, más grande la convicción de que esa es la única manera posible de vivir y que la única alternativa consiste en luchar para ser parte de ese juego y sacar una tajada, por modesta que sea. Surge así un verdadero odio a las normas sociales y se opta por la “alegría” del consumo, ya sea con recursos propios o bien ingresando al mundo del crimen y del delito. Campean así los campamentos ilegales en las periferias de las ciudades por parte de los olvidados del sistema, el narcotráfico, la delincuencia, el comercio ambulante y la continua fiesta de la música a todo volumen al ritmo del reguetón. La pobreza ya no es el tema, ni menos la justicia. Lo interesante es lo conveniente para cada cual, lo que importa es, al menos, sentirse parte de los “triunfadores”.

A partir de este cuadro es que tanto Chile como Paraguay asisten al surgimiento de partidos antisistémicos de ultraderecha capaces de conquistar a los que están hartos del abuso y no saben qué camino tomar. En Chile con el Partido Republicano, liderado por José Antonio Kast, y en Paraguay con “Cruzada Nacional”, liderada por un excolorado como Paraguayo Cubas.

Lo interesante de estos procesos es que ni el colorado Santiago Peña, apoyado por un expresidente acusado de corrupción por EE.UU., ni el presidente izquierdista de Chile, Gabriel Boric, tienen la fuerza necesaria para conducir un cambio cultural en sus sociedades. Las raíces de la decadencia emanada de la tan mentada “libertad de elegir”, comprendida como la capacidad de hacer lo que a cada uno se le da la reverenda gana, tiene y tendrá una fuerza social tan aplastante que incluso los carteles políticos se verán obligados a acelerar cada vez más los turnos de rotación de las fracciones vencedoras para poder mantenerse en el poder.

Según el profesor alemán Rainer Mausfeld, autor del bestseller (2018) ¿Por qué callan los corderos? (Warum schweigen die Lämmer?), estos procesos políticos corresponden a la oligarquización y corrupción de la política en democracia. Por ello las victorias o las derrotas políticas pierden relevancia ante las fuertes estructuras monopólicas de la tenencia del poder.

En este sentido, la arrolladora victoria de Santiago Peña es solo un capítulo más de esta historia. Tal cual está siendo el actual gobierno de izquierda de Gabriel Boric en Chile. Nada nuevo en el horizonte. Este es el momento en que las personas críticas tendrán que reflexionar y dilucidar cómo salir de este laberinto de cara a la brutal realidad que estamos viviendo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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