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Patricio Bañados: y después supe de tu partida Opinión

Patricio Bañados: y después supe de tu partida

De curiosidad insaciable, un comunicador por excelencia, un maestro, era tan evidente el placer (casi contagioso) que sentías al compartir tu oficio, con fineza y generosidad.


Ni siquiera sé cómo decirte. Patricio. Pato. Don Patricio. Don Pato. ¿Puedo tutearte o me apego al usted? Optaré por lo primero, cultivo la fantasía de haber sido tu amiga, aunque solo nos cruzamos un par de veces. Te seguía, claro, como casi todo el país, por la radio, la televisión.

Nunca habría querido escribirte esta columna. Yo pensaba que vivirías para siempre. Jamás pensé que partirías sin aviso, dejándonos solos, y en el peor momento de ese domingo 7, ese domingo negro, que le puso candado a la esperanza. Partiste y algo mío partió contigo. Había algo en ti que, cuando te escuchaba o te miraba, tenía la sensación de que todo estaría bien. Everything’s going to be all right, como dicen los gringos. Y fue todo al revés. Nada está bien, todo es incierto, el mundo al revés, el país al revés, el desamparo, una tristeza profunda que me pica la piel. Como decía mi querido amigo y colega Guillermo Blanco, tengo el alma crespa. Me siento encerrada en un clóset oscuro y alguien se llevó la llave.

Fuiste un hombre culto, afable y cordial, de alma elegante. Imposible medir los límites, que probablemente los tenías, de tu cultura. Hablabas idiomas, te paseabas por la historia, la música, el deporte, el cine, el teatro, la pintura, la gastronomía, los vinos, la geografía de Chile y el mundo. Sin aspavientos, más bien con una humildad apabullante. De curiosidad insaciable, un comunicador por excelencia, un maestro. Resultaba tan evidente el placer (casi contagioso) que sentías al compartir tu oficio, con fineza y generosidad, un humor desbordante, la ceja arqueada, la palabra amable. Lejos de la mediocridad y la arrogancia.

Estamos en la primera fila, nos toca morirnos. Se van los símbolos, los íconos, los que representaron distintas cosas para distinta gente. Tú encarnabas la tolerancia, la decencia, la integridad. Un hombre de muchas capas, complejo, reservado. Sobrio, reacio al alboroto, a las aglomeraciones, a firmar autógrafos. De celebrity no tenías nada. Amigo de tus amigos, amante de las ostras, la champaña, los vinos (de cualquier color).

El rostro de la llamada franja del NO para el plebiscito del 88. El que enterró las aspiraciones delirantes de Pinochet de perpetuarse en el poder, el que anunció que la alegría ya viene y para muchos no llegó nunca. Volvías a la televisión, tras ser marginado durante años. ¡Y qué regreso! Durante 30 noches le enrostraste al dictador y a la derecha toda la pesadilla vivida durante la larga y cruenta dictadura. Pero también nos hablaste a nosotros, en la otra vereda, nos instaste a recuperar la patria y a botar el miedo. Nosotros, los que durante casi dos décadas no nos habíamos reconocido en nuestras miserias y dolores, de pronto existíamos en la pantalla a todo color, flanqueados por un arcoíris. Fue como mirarse en el espejo, tanto tiempo empavonado.

Más tarde, contarías que participar en esta hazaña fue “alucinante”. “Lo pensé mucho, pero lo quería hacer porque para mí la dictadura en Chile era un sufrimiento personal”. Un salto al vacío, ni el primero ni el último, que tuvo un alto costo. Apareciste como el hombre talentoso, de una rigurosa ética, “que pisó el palito”, como dijiste tú mismo. Te abandonaron, te castigaron y, con razón, quedaste muy dolido. Al día siguiente del plebiscito, recordaste, “nadie de la Concertación me llamó por teléfono, ni ese día ni al día siguiente, ni nunca más”. Se dijo que estabas “quemado”, muy “teñido”. Inhabilitado. “Como ha sucedido cada vez que he tenido que tomar una decisión trascendente, más que por cálculos o análisis de dificultades y ventajas hice lo que me brotó espontáneamente”, remataste. 

Tu currículum podría ocupar al resto de esta columna. Brillaste en la televisión, la radio, dentro y fuera de Chile. Fuiste pionero de programas estelares nacionales y figura reconocida en el exterior. Con hambre de mundo, viviste años en Europa, te la conocías como la palma de tu mano, dijiste. Trabajaste en los medios internacionales soñados para cualquier periodista: Radio Netherland en Holanda, la BBC en Inglaterra, la televisión española, la agencia informativa en Washington, D.C., la Deutsche Welle en Alemania, CNN, el diario La Nación, la revista Time, Radio Suiza Internacional

Entrevistaste a Los Beatles y a Pelé, reporteaste ventre muchos otros sucesosv la Guerra del Golfo, los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, fuiste el primer presentador de una sesión del Congreso pleno y de una parada militar en nuestro país, el primer partido de fútbol y de tenis en Chile, cubriste los principales torneos deportivos, incluido el Mundial de Fútbol del 62. Conociste Alaska, la Antártica, Australia, Nueva Zelandia, Sudáfrica y muchas otras tierras. Constataste que el mundo es adictivo.

Pero todo esto fue hace tanto tiempo. A quién le importa ya. Chile es, ciertamente, otro país. Y tú ya ni siquiera estás. Quizás es mejor que no te hayas enterado de la hecatombe y el tsunami republicano.

Desde las seis de la mañana del lunes 8 pasado, Radio Beethoven emitió una programación especial en homenaje a ti. Durante todo el día (ahora se dice “jornada”), escuchamos tus obras preferidas y también algunos de tus históricos programas. No podría haber sido de otra manera: era tu casa, allí estuviste casi cuatro décadas, fuiste el corazón palpitante de la radio, el conductor y locutor omnipresente, con tu inconfundible estilo, tu voz ronca, seductora, tu lenguaje impecable, sin cursilerías ni muletillas. El amigo que nunca falló, que los colmó de historias y anécdotas, los acompañó, les enseñó tantas cosas, les abrió las puertas del mundo. Con el afán permanente de acercar la música clásica a los más amplios y diversos públicos. Te gustaba decir que “el conocimiento de la música es una necesidad absoluta”.

Dicen que habías grabado el jueves anterior en los estudios de la radio. Un día más, el último. ¿Qué pensaste, al cerrar la puerta de tu oficina? ¿Te despediste de alguien en silencio? ¿Pensabas en las elecciones del domingo? ¿Irías a votar?

Quisiera creer, Pato v¿te puedo decir Pato?v que entre los miles de auditores que escuchamos ese espacio el lunes estabas tú, echado hacia atrás en tu sillón preferido, con tu mano derecha acariciándote el mentón en ese gesto tan tuyo, con los ojos semiabiertos, la sonrisa amplia. Y, ojalá, con tu alma en paz. Quisiera creer que partiste con la certeza de que fuiste muy querido y admirado en muchos rincones de esta patria esquiva, mezquina en abrazos y palabras de consuelo. Muchos habríamos querido agradecerte y hoy sentimos una deuda pendiente contigo frente a tu tremendo aporte. No son pocos los que sostienen que no recibiste el reconocimiento que merecías. El pago de Chile es el estribillo conocido.  

Férreo defensor de tu independencia, nunca militaste en un partido político. Te opusiste a la Unidad Popular (“Nunca fui allendista. El gobierno de Allende fue uno de los grandes errores históricos de Chile”) y a la dictadura. Hace más de dos décadas eras muy crítico de cómo se había desenvuelto la transición y todo lo que vendría después. Lo que no quiere decir que fueras ambiguo ni de medias tintas. El canal de la Universidad de Chile te contrató en dictadura para que leyeras su noticiario central, y te despidió después que te negaras a leer una crónica sobre el acto del Caupolicán en la previa al plebiscito de 1980. En el texto se injuriaba a Frei Montalva, principal orador en ese acto. “Esto no puedo leerlo”, dijiste, “porque es mentira”. Estuviste cinco años en la lista negra.

Para qué seguir, todos te conocían. En realidad, no hacía falta conocerte. Tendías puentes con solo mirar a la cámara o prender el micrófono. Nunca estridente, de gran honestidad profesional. Un duro contraste con lo que se ve hoy en la tele y radio chilensis. Lo cierto es que en los últimos tiempos te fuiste replegando, se te veía desencantado con lo que estaba sucediendo en Chile. En una entrevista a The Clinic, dijiste, con tu clásica lucidez: “Es una vergüenza, después de 40 años, tener todavía la Constitución fulera, llena de trampas, de un asesino y torturador que además se robó millones de dólares. ¡Por Dios, qué vergüenza!”.

Pensé lo mismo que tú, Pato, el domingo 7, una vez que nos bañó el tsunami. Y después supe de tu partida.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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