A cincuenta años del golpe, la derecha actúa peor que antaño, porque lo hace sabiendo objetivamente todo aquello que sucedió y decide negarlo. Pero ¿cómo puede lograrse tamaña canallada? Solo de una manera: recurrir al vandalismo ideológico que consiste en relativizar, justificar y banalizar los crímenes, ahora con la relectura de un documento, pretendiendo otorgar a los crímenes legitimación política. Es la práctica política de mentir tanto hasta que se transforme en verdad.
El concepto de “pulsión de muerte” fue desarrollado por Sigmund Freud para explicar los fenómenos agresivos en la vida mental de los seres humanos. Nadie se salva de distintos tipos de pulsiones, pero la de la muerte es tóxica hacia sí mismo y hacia los demás. Esta pulsión se contrapone a la vida, pues fomenta la disolución de las conexiones en la convivencia humana y crea una tensión de destrucción, de aniquilamiento, de desunión y de desolación social. En las naciones civilizadas, esta pulsión de muerte que puja por salir a la superficie se previene, se regula con la ley, la moral, las normas de convivencia pacífica y, en el plano político, con la democracia.
Chile Vamos, El Partido Republicano y Demócratas hicieron gala de su auténtica “pulsión de muerte” cuando 62 de sus representantes parlamentarios votaron en contra de rechazar la Declaración del Parlamento del 22 de agosto de 1973, que sentó las bases políticas de legitimación para la dictadura cívico-militar más criminal y ladrona de la historia de Chile a cincuenta años del golpe. Según la Comisión Valech (2011), el resultado del golpe fueron 40.018 detenidos por motivos políticos y 3.065 personas muertas por tortura, degollamientos, ejecuciones extrajudiciales y desaparición forzada. Ni hablar del exilio, las relegaciones, los despidos ilegales y la inmensa pobreza que le siguieron. No se olvide que la Concertación en 1990 recibió un país con un ingreso per cápita bajo los US$ 3.000.
Como el super yo político de la derecha chilena le impide reconocer abiertamente su amor directo a la muerte, la eliminación del otro y la tortura, fomentan acciones arteras como la relectura del acuerdo entre la DC y el PN de la época en que declaraba inconstitucional al gobierno de Salvador Allende, el 22 de agosto de 1973, tan solo unas semanas antes del golpe. No se olvide que la “pulsión de muerte” de la derecha cívica la hizo por encargo a los militares. Ellos no se ensuciaron las manos. En esos días solo se limitaron a realizar fiestas para celebrar su “triunfo”, o bien poner sus predios a disposición para que otros mataran a sus “enemigos”.
La solicitud de relectura en agosto de 2023 por parte de Chile Vamos declaraba su más ”absoluto respaldo jurídico y político” a ese documento. Pero ¿qué se esconde detrás de esta maniobra política? Es el intento de justificar otra vez más su actuar criminal, haciendo caso omiso de que la DC se arrepintió y luchó posteriormente contra la dictadura. Tanto fue así, que el ex Presidente Frei Montalva fue asesinado a manos de agentes del Estado y Bernardo Leighton sobrevivió a un atentado con bomba contra él y su señora, Anita Fresno, ordenado por Pinochet.
La relectura es una operación política que responde a una sola tensión: complacer la infinita nostalgia de la derecha de aquellos tiempos dictatoriales en que tenían los superpoderes sobre la vida y los bienes de otros, y por supuesto la época de los amarres que les dio en la transición una mayoría para su sector arrancada a punta de arbitrariedades. Son la impotencia, la rabia y la desesperación por el avance de la verdad que sale con toda su brutalidad cada aniversario de la barbarie y que les han transmitido a sus sucesores que buscan la aprobación superando el odio de sus profesores.
En este marco, la “pulsión de muerte” no basta, se requiere aún más violencia, frialdad e inquina contra las víctimas de la tortura. Cuando el Frente Amplio presentó días después la solicitud al Parlamento para condenar la violencia sexual ejercida por agentes del Estado contra mujeres detenidas en centros clandestinos de tortura durante el régimen pinochetista, Chile Vamos arremetió y 35 de sus parlamentarios(as) se abstuvieron de condenar estas atrocidades, mientras 15 republicanos rechazaron la solicitud. La violación de mujeres con perros y ratas, la introducción de objetos en la vagina, los golpes de electricidad en los senos y la penetración de las detenidas por equipos completos de torturadores, de las cuales algunas no sobrevivieron, son para estos 50 chilenos y chilenas un asunto “ideológico”, de “comunistas”, susceptible de “interpretar” por el contexto. Afortunadamente, en este paso aún más siniestro, no pudieron alcanzar la mayoría, porque la decencia primó en la voluntad de 71 parlamentarios de diferentes corrientes políticas que votaron a favor. Es, al menos, una luz de esperanza.
A cincuenta años del golpe, la derecha actúa peor que antaño, porque lo hace sabiendo objetivamente todo aquello que sucedió y decide negarlo. Pero ¿cómo puede lograrse tamaña canallada? Solo de una manera: recurrir al vandalismo ideológico que consiste en relativizar, justificar y banalizar los crímenes, ahora con la relectura de un documento, pretendiendo otorgar a los crímenes legitimación política. Es la práctica política de mentir tanto hasta que se transforme en verdad.
Según Milan Kundera, los “vándalos” más peligrosos no son aquellos que cometen desórdenes y actos asociales en las calles, sino que son los que están contentos consigo mismos y gozan de una posición material bastante buena, como es el caso de estos parlamentarios chilenos. En un discurso pronunciado en 1967 ante el Congreso de los Escritores Checoslovacos, un año antes de la invasión del Pacto de Varsovia, Kundera se refirió así a los verdaderos vándalos: “El vándalo es la orgullosa estrechez de espíritu que se basta a sí misma y que está dispuesta a reclamar sus derechos en cualquier momento. Esa orgullosa estrechez de espíritu cree que el poder de adaptar el mundo a su imagen forma parte de sus derechos inalienables, y, dado que el mundo se compone mayoritariamente de todo lo que la excede, adapta el mundo a su imagen destruyéndolo”.
Esta sabia reflexión de Kundera nos ayuda a desenmascarar a la derecha chilena que, con su odio desmedido y patológico contra todo lo que no quepa en su mundo, se ha puesto fuera de toda racionalidad civilizatoria. Su inquina, saña y encono los proyectan sistemáticamente contra el gobierno del Presidente Boric. Nada los detiene: ni la tortura, ni los degollamientos, ni los acuchillamientos, ni las violaciones, ni los robos, ni los 500 ojos reventados durante las protestas, porque para ellos el estallido no existió, era solo una jugada del comunismo internacional. Son auténticos vándalos ideológicos y, por eso mismo, enemigos declarados de la razón civilizatoria.
Y así estamos en Chile medio siglo después de la barbarie (1973-1990). La gran pregunta es si Chile, en estas circunstancias, con una derecha resistente a aprender algo de lo sucedido, tendrá chance de desarrollarse como una nación próspera, sensible, culta y moderna. Por ahora, estamos lejos de ese sueño. La “pulsión de muerte” de la derecha y sus aliados sigue latiendo fuerte.