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¿Qué nos pasó?  Estancamiento en las relaciones con Argentina Opinión

¿Qué nos pasó? Estancamiento en las relaciones con Argentina

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Cristián Fuentes Vera
Por : Cristián Fuentes Vera Académico Escuela de Gobierno, U.Central
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Debemos reemplazar la lógica del statu quo por una de superación de obstáculos y de etapas que ya han cumplido su ciclo útil.


Los acuerdos de 1991 entre los presidentes Carlos Menem y Patricio Aylwin abrieron un período inédito en las relaciones entre Chile y Argentina que contrasta con la rutinización, el lento paso burocrático y un inmovilismo reticente a la innovación que caracteriza en la actualidad a los vínculos formales con nuestro mayor vecino, aunque se mantiene una política de Estado favorable a la concordancia en ambos lados de la cordillera, lo que hace todavía más paradójica la situación imperante, o sea, estamos de acuerdo prácticamente en todo, pero no avanzamos: ¿por qué?

La pregunta es pertinente si queremos reflexionar sobre lo mucho que progresamos en la relación con Argentina y explorar en las causas del estancamiento que vivimos. Ejemplo de aquello es que ninguna de las iniciativas sobre túneles en el macizo andino se ha concretado en 32 años (Agua Negra y Las Leñas), y tampoco se ha propuesto alternativa alguna ni se sabe cuándo comenzarán las obras. 

Tampoco existen análisis exhaustivos acerca de organismos como el EBITAN (Ente Binacional Túnel de Agua Negra) y el EBILEÑAS (Ente Binacional Túnel de Las Leñas), cuyos objetivos no solo son técnicos, sino que tienen mandato para elaborar las bases de las licitaciones, convocarlas y adjudicarlas, y ejercer el control, la regulación y la supervisión del contrato. Tales estructuras, junto a la Brigada Cruz del Sur, contienen algunos elementos que constituyen un aporte sustancial a la integración y que, por tanto, requieren ser examinados con mayor profundidad para mejorar su funcionamiento y darles la proyección política que merecen.  

Se han construido nuevos edificios en los complejos fronterizos y los trámites se realizan en un solo recinto, pero persiste el papeleo inútil, por duplicado y en ventanillas de ambas naciones, porque no se ha podido desconcentrar su aplicación fuera de las áreas limítrofes, falta tecnología y las agencias involucradas no comparten datos. Las obras de infraestructura de interconexión han avanzado en lo que se refiere a la pavimentación de los pasos limítrofes más importantes, aunque todavía debemos soportar el corte por nieve en invierno de la mayoría de ellos y no se ha habilitado ningún corredor bioceánico. 

Hace tiempo que no se concretan iniciativas que faciliten la libre circulación de personas, a pesar de haber convenido la constitución de un Grupo de Trabajo Especial para la adopción de un Acuerdo General sobre este tema. La frase de un antiguo diplomático argentino es muy ilustradora de la situación existente: “Cuando llego a Santiago en avión me parece estar en el primer mundo, pero cuando ingreso por tierra pareciera ser un país en guerra”. Los diagnósticos son claros, faltan las soluciones. 

Aún se encuentra pendiente la solución al diferendo de Campos de Hielo Sur y se han agregado la plataforma continental extendida argentina al sur del punto F y chilena al este, si bien ambas naciones han acordado hacer uso de los canales de solución pacífica disponibles. No obstante, la aparición de nuevas diferencias territoriales en el extremo sur del continente americano potencia a sectores ultranacionalistas que no buscan solucionar legítimas diferencias, sino oponerse al otro para fortalecerse a sí mismos, estimulan el regreso al delirio de los mapas e impulsan una geopolítica boba que renuncia a vigorizar la complementariedad bilateral para hacer viable un proyecto de desarrollo común.

Contamos con un camino trazado para retomar la iniciativa. Recordemos la concurrencia de múltiples esquemas de diálogo, cooperación y concertación construidos en estos años, medidas de confianza mutua, instancias como las Reuniones de Estados Mayores de ambas Fuerzas Armadas, el Comité Permanente de Seguridad (COMPERSEG), las Reuniones 2+2 (cancilleres y ministros de Defensa), las hipótesis de conflicto desactivadas y la Brigada Cruz del Sur que espera realizar por fin alguna misión.

Algo parecido sucede con los Comités de Integración, instancias que reúnen a los gobiernos centrales, provinciales, regionales y locales, y a las sociedades civiles de territorios binacionales contiguos, que merecen ser fortalecidos con más poder para resolver problemas concretos. Asimismo, la ZICOSUR (Zona de Integración del Centro Oeste de América del Sur) demanda mayor atención, pues es el único espacio transfronterizo que contiene no solo a los dos países, sino también a Bolivia, Paraguay y Brasil. 

Tenemos una alianza estratégica desde el año 2000 y un Tratado que establece un sistema institucional binacional autónomo (Maipú, 2009), el cual define un destino, valores y una cultura de vecindad compartidas, consignando todas las instancias vigentes, así como formaliza los Encuentros Presidenciales, un Sistema de Consultas Permanentes entre Ministros de RREE, el Consejo Empresarial Binacional, una Red de Coordinación y diversos Protocolos Complementarios. 

El comercio bilateral totaliza US$ 6.950 millones, de los cuales solo US$ 909 millones son exportaciones de Chile (Subrei, 2022). El marcado saldo positivo para Argentina se debe a las fuertes importaciones chilenas de gas, petróleo y productos agrícolas, montos que lo hacen ser el cuarto destino de las exportaciones argentinas, luego de Brasil, China y los Estados Unidos (El Economista, 1 agosto, 2023). La balanza deficitaria debiera ser un importante desafío a enfrentar, ya que contamos con los acuerdos económicos necesarios para encontrar un equilibrio más virtuoso.   

Con la densa trama de interrelaciones que hemos apenas insinuado, ¿cómo se explica la situación existente? Quizás, podríamos afirmar que se han perdido confianzas desde la crisis del gas de 2004, que no resultó el Tratado Minero, que ha habido diferencias políticas entre nuestros gobiernos y problemas económicos graves en Argentina, o que no supimos enfrentar juntos la pandemia y el cierre de fronteras nos separó todavía más. 

Pareciera que el problema es el debilitamiento de la voluntad política y un cansancio estratégico que impide acordar un diseño común que guíe a corto, mediano y largo plazo las relaciones bilaterales, tal como surgió en los años 90 del siglo XX y se prolongó hasta la primera década del siglo XXI. Ello es un reto a nuestra política exterior y, por cierto, también a la de Argentina. 5.308 kilómetros de frontera (la tercera más larga del mundo) incita a identificar dónde estamos y qué queremos lograr en un horizonte razonable de tiempo.

Hay que ratificar objetivos con las autoridades que surjan de los actuales procesos eleccionarios argentinos y ponernos de acuerdo en una hoja de ruta pragmática, que contemple intensificar de manera sustantiva el comercio y las inversiones, así como una lista de actividades y de los medios para concretarlas, con un trabajo sistémico de seguimiento y atención política, junto a una coordinación multinivel que incluya a los gobiernos nacionales, iniciativas tanto públicas como privadas y gobiernos subestatales (Regiones, Provincias y Municipios). 

Debemos reemplazar la lógica del statu quo por una de superación de obstáculos y de etapas que ya han cumplido su ciclo útil. Los Comités de Integración son experiencias sobresalientes de interrelación binacional, aunque falta dotarlos de mayor poder de decisión, transformándolos en Macrorregiones. Aquello implica grados crecientes de autonomía para solucionar sus propios problemas, en el marco de políticas descentralizadas que reconozcan identidades e intereses locales, fomentando la cooperación internacional, proyectos específicos de desarrollo, asociaciones específicas y mercados subnacionales.     

Podríamos concluir que zonas como el Norte Grande de Chile, al involucrar a nuestros tres vecinos (Argentina, Perú y Bolivia) y el territorio sur-austral limítrofe con Argentina, constituyen oportunidades geográficas disponibles para construir plataformas de servicios como puertos, carreteras y vías férreas (infraestructura de interconexión), que faciliten las exportaciones a las dinámicas economías asiáticas y abran perspectivas de progreso conjunto que convengan por igual a nuestros países.  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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