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Educación: hay un mar de diferencia entre Atacama y Rapa Nui Opinión

Educación: hay un mar de diferencia entre Atacama y Rapa Nui

Paula Schmidt
Por : Paula Schmidt Periodista y licenciada en Historia
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Si bien es cierto que la profesión docente no es suficientemente valorada en nuestro país, también lo es que los graves problemas de gestión, sumados a los llamados a paro por algunos educadores (mal) empoderados, han agudizado una crisis educacional.


En Atacama, la segunda región de Chile con la mayor tasa de pobreza multidimensional, hay más de 30 mil niños que viven en una especie de eterno presente desde que se inició el paro de profesores en la zona. Ahora que estamos en época de graduaciones y festejos, poco y nada de eso existe en Copiapó, Caldera, Tierra Amarilla, Diego de Almagro y Chañaral, las comunas que concentran los establecimientos vacíos desde que cesaran sus actividades hace más de 50 días. El arrojo docente, de dejar de lado a sus alumnos y sus familias, se debe dicen a la precariedad de infraestructura, pero también a la presunta malversación de fondos en el SLEP (Servicio Local de Educación Pública).

Es así, entonces, que mientras hay escolares en el Norte Grande que esperan para que alguien haga algo por devolverles la esperanza (y futuro), a más de 3 mil 800 kilómetros de distancia existen otros niños que sí pueden celebrar en torno a la buena educación gracias a Geisha Bonilla, directora del colegio municipal Lorenzo Baeza Vega de Rapa Nui, y la primera chilena y única latinoamericana nominada este año entre los 10 profesores más destacados del mundo, candidatos al Global Teacher Prize, mejor conocido internacionalmente como el “Nobel de la Educación”.

Es por eso que no hay que ser experto para intuir el desarrollo y oportunidades que se abren en el colegio municipal de Rapa Nui, pero que nunca llegarán a abrirse del todo en Atacama, porque ahí la calidad y tiempo destinados a la educación se han visto postergados.

Del total de colegios que reciben financiamiento estatal en Chile, el 83,9% son gratuitos y del conjunto de sus alumnos solo un puñado tendrá acceso a un educador como Bonilla, convirtiéndose en la excepción, ya que, más allá de una buena infraestructura, enseñar requiere de creatividad, capacidad para innovar y mucha, pero mucha vocación. Es que nadie dijo que era fácil, todo lo contrario, educar debe ser de las ciencias más difíciles de dominar, no solo porque el ser humano es complejo, sino porque no siempre están las condiciones más idóneas para traspasar conocimiento.

Tal ha sido el caso de Bonilla y otros docentes chilenos, como Paulino Pérez en Aysén o Cristián Contreras en Biobío, cuyos prestigios se adhieren al de la candidata de Rapa Nui, siendo ambos profesores rurales reconocidos por su talento, dedicación y excelencia académica, a pesar de las adversidades, dando fe de que un buen profesor hace lo imposible por cambiarle la vida a un alumno para que su destino no permanezca sellado para siempre.

¿Pero qué es lo que sucede cuando se le impone a la fuerza a un niño o joven un paréntesis a las etapas de su desarrollo como en Atacama? Además de injusticia, se le quiebra el alma, porque la buena educación no solo es conocimiento, también es humanidad y fortalecer el sentido de pertenecer a una comunidad. De ese “nosotros” que debe imperar a nivel social para resolver problemas y comenzar a pensar en plural, porque traspasar obstáculos requiere de compromiso, solidaridad y la fusión de voluntades.

Si bien es cierto que la profesión docente no es suficientemente valorada en nuestro país, también lo es que los graves problemas de gestión, sumados a los llamados a paro por algunos educadores (mal) empoderados, han agudizado una crisis educacional que afecta en primer término a quienes más necesitan de mejores oportunidades para progresar: los alumnos y las alumnas del sistema estatal.

Nuestra Gabriela Mistral, poeta, activista y maestra, es, sin duda, nuestra educadora por antonomasia, una gigante de la pedagogía por cómo enalteció el oficio, pero también porque profesaba que “los días más felices son aquellos que nos hacen sabios”, y sabiduría es precisamente lo que hace falta en Atacama para que sus estudiantes recuperen la alegría y algo de estabilidad.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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