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¿Y ahora qué? Opinión

¿Y ahora qué?

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Javiera Estrada Cortés
Por : Javiera Estrada Cortés estudiante de Derecho Universidad de Valparaíso e integrante del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de Valparaíso (CEPCV).
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Entre las reflexiones que deben realizar las facciones más progresistas de la política nacional, está en gran parte preguntarse: ¿la propuesta del 2022 no le hizo sentido a la ciudadanía o no supimos llegar a los sectores más populares para bajar su contenido?


Luego de los resultados del pasado plebiscito queda preguntarnos: ¿y ahora qué? Hemos atravesado diversas discusiones relativas a un cambio constitucional en los últimos 4 años, y da la sensación de que hemos quedado en el punto de partida. 

¿Es realmente así? Me atrevería a mirar el escenario desde una perspectiva más optimista, entendiendo que, a pesar de que seguimos con la Constitución de 1980, no solo se instaló en la palestra política la discusión por una nueva Carta Fundamental, sino que también se han elaborado insumos de gran valor para el futuro. En particular, vale la pena detenerse en la primera propuesta constituyente, la cual está dotada de una legitimidad popular innegable. 

La discusión por un cambio de Constitución no empezó el 2019, ni el 2015 o el 2009, pues un sector de la población viene levantando dicha demanda desde la entrada en vigor de la carta actual por su falta de legitimidad y transparencia en el proceso. A pesar de la larga data de aquel sentir ciudadano, ciertamente han sido estos últimos 4 años lo más cerca que hemos estado de lograrlo, pero, aun así, no considero que este sea el punto cúlmine del proceso, como lo intentó transmitir la derecha en la campaña por el “A favor”, ni mucho menos creo que el resultado de este plebiscito demuestre que Chile valida y valora la Constitución actual, como lo sostiene la secretaria general de la UDI, María José Hoffmann.  

La izquierda debe generar una constante autocrítica para poder enfrentarse a este proceso que aún no termina, porque si bien la población al día de hoy está fatigada y cansada de esta seguidilla de plebiscitos, en unos años más esta discusión se va a volver a retomar, y ahora no a partir de cero, porque tenemos más experiencia y una propuesta vanguardista que servirá de antecedente para el futuro. 

Entre las reflexiones que deben realizar las facciones más progresistas de la política nacional, está en gran parte preguntarse: ¿la propuesta del 2022 no le hizo sentido a la ciudadanía o no supimos llegar a los sectores más populares para bajar su contenido? Definitivamente no hay una sola explicación para entender el motivo del rechazo de esta propuesta. La crisis de confianza hacia la política y los políticos es un factor relevante, por otro lado, puede ser que las lecturas de lo que Chile necesita no sean las mismas entre la izquierda pequeñoburguesa y la población, ¿cómo conectar las reales visiones de la población cuando existe un rechazo al hablar de política?

El escenario no es sencillo, pero me atrevo a asegurar que Chile sí quiere cambios profundos. Los votos del Rechazo en el 2022 no fueron en su mayoría porque este sea un país que se contente con la Carta de 1980, como señala Hoffmann, y el resultado del domingo 17 tampoco refleja aquello. Este es un país fatigado y necesita un descanso para que el día de mañana se levante nuevamente esta discusión sobre los cimientos que dejó la Convención Constitucional. 

El rol de la izquierda es abrazar este proceso que aún no termina, debemos seguir estudiándolo y proyectando para los próximos años, mientras abordamos la titánica tarea de conectar con las demandas de la población, entendiéndonos como parte de él y no como un agente externo. Vale la pena, además, reflexionar sobre la distinción entre el “pueblo” y la “población”, entendiendo al pueblo como aquel grupo popular que tiene conciencia de clase e impulsa la idea de terminar con las lógicas que impone el sistema neoliberal, independientemente de si tiene una militancia institucionalizada o no, y por otro lado, tenemos a la “población”, la que se percibe como aquel grupo popular que no sabe ni le interesa saber, ni mucho involucrarse, en las demandas sociales que levanta el pueblo y que le atañan con la misma intensidad.

Bajo esta categorización, me atrevo a decir que fue la población la que rechazó la primera propuesta, y que la izquierda cayó en el regocijo que le otorgó el pueblo durante la campaña, pues, naturalmente, el pueblo está mucho más presente en el escenario político, mientras que la población no participa, se encuentra en las sombras y tiene un voto silencioso que se ha visto obligado a manifestarse por la aplicación del voto obligatorio. Aun así, la población también tiene un sentir político no identificado, que se expresa en frases como “da igual quien gané, igual tengo que salir a trabajar mañana” o “al final son los mismos de siempre llenándose los bolsillos” y dejan entrever, en cada oportunidad que se da, su desconfianza hacía la clase política. Aunque ciertamente estos reproches no siempre son cómodos de escuchar para quienes salen a hacer campaña en periodos de elecciones, también son una manifestación y una postura política de la cual la izquierda debe hacerse cargo si es que aspira a llegar a ese nicho para retomar la discusión constituyente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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