Publicidad
La carencia de un proyecto nacional Opinión

La carencia de un proyecto nacional

Sergio Arancibia
Por : Sergio Arancibia Doctor en Economía, Licenciado en Comunicación Social, profesor universitario
Ver Más

No estamos en crisis, ni en depresión, sino en un crecimiento lento, mediocre e insuficiente.


Nadie podría acusar a nuestro alto empresariado de no manejar sus negocios con un elevado grado de pragmatismo. Ya sea cuando están cercanos al Gobierno de turno o cuando están un poco más lejos, siempre se las ingenian para hacer, con ayuda del Gobierno, solos o con la ayuda de socios internacionales que nunca faltan, lo que mejor se corresponda con sus intereses. Algunos podrían decir, con entera justicia, que hacen lo que les corresponde hacer. Que eso está en su ADN y es la misión que ellos creen que les ha sido asignada por la sociedad y por la familia donde les tocó nacer.

Pero si se creen una élite llamada por los dioses y por la historia a dirigir el país, podrían hacerlo mucho mejor. Podrían concebir y proponer a la ciudadanía un proyecto de sociedad en la cual existiera una mayor equidad, una mayor inclusión, un mayor dinamismo económico y una mayor capacidad de manejarnos como país en las turbulentas aguas del sistema comercial y financiero internacional. Un proyecto nacional de esa naturaleza podría ser bueno para el país –que está bastante necesitado de un proyecto de esa naturaleza, que ponga más los acentos en lo estratégico y menos en lo meramente coyuntural– y sería bueno también para ellos, los empresarios, que tendrían más oportunidades y responsabilidades, aun cuando quizás, también, un poco más de riesgos –lo que a nuestros empresarios no les gusta mucho– y un poco más de apego a normas sociales, económicas y políticas democráticamente establecidas.

Pero pensar en esos términos parece no ser el fuerte de los actuales organismos del alto empresariado nacional. Cuando intentan hacerlo, no lo hacen muy bien. Un ejemplo de ello es el documento que elaboró y distribuyó recientemente la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), que pretende ser una suerte de carta magna del empresariado nacional para enfrentar los desafíos del presente y del futuro cercano. Pero es, desgraciadamente, un documento lleno de insuficiencias y de ideas pasadas de moda, que no encajan para nada con el Chile del presente. 

Veamos algunos aspectos del diagnóstico del país que en ese documento se hace, el cual se supone debe ser la base de cualquier propuesta para actuar en esa realidad. En el primer párrafo se dice que “la economía chilena se encuentra estancada y por 10 años ha crecido a un ritmo menor que la economía mundial, con el consecuente empobrecimiento relativo de nuestros ciudadanos”. 

Que estamos estancados es una verdad del porte de una catedral y en eso tiene razón el documento que comentamos.  No estamos en crisis, ni en depresión, sino en un crecimiento lento, mediocre e insuficiente. Pero no es suficiente decir aquello, sino que es necesario profundizar en sus causas y en las medidas que hay que tomar para evitar que eso siga sucediendo, pero allí el documento se queda absolutamente corto.

La segunda parte de esa afirmación merece también algunas consideraciones adicionales. Se suponía que la apertura económica total e indiscriminada en la que hemos navegado en las últimas décadas llevaría a que todas las partes comprometidas en ese juego se beneficiarían por igual del comercio internacional. Que si aceptábamos el rol de ser la provincia minera y frutícola del mundo desarrollado, creceríamos todos por igual, como si estuviéramos tomados de la mano. Pero no ha sido así, por lo menos en la última década. ¿Qué ha fallado? ¿Han descubierto recién que la división internacional del trabajo, por la que se han jugado durante medio siglo, ya no da para más y que es necesario introducir cambios para insertarnos en una forma más justa en el sistema comercial y financiero internacional?

No. Siguen pensando que la solución es integrarnos más aún, en forma incondicional y acrítica, a ese sistema y a esa división internacional del trabajo. Más de lo mismo. Hay que abrirse más aún a las corrientes de la inversión extranjera y a los flujos del capital financiero, para lo cual hay que rodearlos de beneficios y situaciones especiales que incrementen y preserven sus ganancias, usando para ello, muy especialmente, la situación tributaria que los afecte. Profundizar, en definitiva, en una división internacional del trabajo en que las posibilidades de avanzar en materia de industrialización del país se pierden cada vez más de vista. Además, cuando se habla de menor tributación para atraer el capital extranjero, están, de pasadita, pidiendo menor tributación también para ellos, pues en eso sí que van tomados de la mano. 

El lento crecimiento no es la causa, sino la consecuencia de un sistema que no es posible cambiar de la noche a la mañana, pero frente al cual hay que tomar las medidas precautorias que correspondan y que se hagan posibles en cada momento histórico, de modo de avanzar en el logro de mayor autonomía y beneficio nacional. Un camino, por largo que sea, comienza siempre por un primer paso, siempre que sea en la dirección adecuada. Caminar sin saber hacia dónde se va, es una forma segura de llegar a ninguna parte.  

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias