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El clamor del alma Opinión

El clamor del alma

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Dafne Englander
Por : Dafne Englander Directora Ejecutiva de la Comunidad Judía de Chile.
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Recordemos que estos secuestrados no son solo cifras o nombres en una lista. Son padres, madres, hijos, hermanos y amigos. Son personas con sueños, con historias, con vidas que han sido brutalmente interrumpidas.


Imagina por un momento que un día cualquiera, uno en el que te despides de tus seres queridos antes de seguir tu rutina, se convierte en una pesadilla. Imagina que, de un minuto a otro, el mundo como lo conocías ha desaparecido y te encuentras separado de tus hijos, padres, amigos, arrancado de tu hogar por unos terroristas. Miras a sus ojos y solo hay vacío, maldad y no sabes si volverás a ver a los tuyos alguna vez.

Desde ese oscuro día hace casi ya ocho meses, cientos de personas han vivido en el infierno absoluto. Hamás, en un acto de crueldad insondable, los ha convertido en peones de un juego político, negándoles no solo su libertad, sino también su humanidad. Estos secuestrados son más que números o estadísticas; son seres humanos con nombres, historias, sueños y un profundo deseo de salir del infierno para regresar a sus vidas y volver a sus seres queridos.

Aun a pesar de los testimonios y videos que han aparecido en los medios es difícil imaginar el horror al que están siendo sometidos quienes están en cautiverio. Los secuestrados se enfrentan a vejaciones, abusos sexuales, maltratos y constantes amenazas, en una violación flagrante de sus derechos humanos más básicos.

¿Dónde está la voz de la humanidad en medio de este sufrimiento? ¿Dónde está el resto del mundo, que parece mirar con indiferencia esta situación? Es urgente que la comunidad internacional se una en un clamor unánime por la liberación de estos inocentes, exigiendo el respeto a su integridad física y emocional, y asegurando que los responsables de estos crímenes sean llevados ante la justicia. La inacción no es una opción cuando se trata de defender la dignidad y la vida de nuestros semejantes.

La crueldad de Hamás va más allá de la privación de la libertad. Es desgarrador pensar que incluso han matado personas, llevándose sus cuerpos como meras fichas de intercambio. Esta brutalidad va más allá de lo imaginable. Es una bofetada a la dignidad humana, un desprecio absoluto por la vida. Esta práctica despiadada demuestra el nivel de degradación al que pueden llegar, utilizando la muerte como una herramienta más en su juego macabro de poder. Es un acto que hiela la sangre, que nos recuerda la naturaleza inhumana de sus acciones y la urgencia de actuar en solidaridad con aquellos que sufren estas atrocidades.

Para aquellos que no tienen una conexión directa con las víctimas, piensen en los seres que más aman. Imaginen la angustia de no saber si están vivos o muertos, de vivir cada día con un dolor constante y una incertidumbre que corroe el alma. Esta es la realidad de las familias de los secuestrados, que han pasado ocho meses en un estado de sufrimiento continuo, sin respuestas, sin alivio.

Hamás no ha revelado cuántos cuerpos se han llevado ni cuántos de los cautivos siguen con vida. Esta falta de transparencia y compasión es una bajeza adicional que se añade al tormento de las familias. Cada día es una lucha entre la esperanza y la desesperación, una espera interminable por un milagro, por una noticia que les devuelva a la vida a esos seres queridos que tanto anhelan abrazar de nuevo.

Recordemos que estos secuestrados no son solo cifras o nombres en una lista. Son padres, madres, hijos, hermanos y amigos. Son personas con sueños, con historias, con vidas que han sido brutalmente interrumpidas.

Es vital que como sociedad no olvidemos a estos secuestrados. Que no permitamos que su sufrimiento sea ignorado ni minimizado. Podría sucedernos a nosotros. Es nuestro deber, nuestra obligación moral, luchar por ellos. No podemos permitir que el odio y la barbarie dominen nuestro mundo. Debemos ser la voz de los que no pueden hablar, la esperanza de los que sufren en silencio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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