
Cuántas horas tiene el día
Si el discurso es “la universidad es libre de fijar los salarios” o, como alguna vez escuché, “soy mejor [que ustedes] en la negociación”, significa, en los hechos, que hay otros factores que están en juego. No solo es el mérito.
Soy profesora titular en una universidad privada y desde el “estallido de los 17 millones de una profesora en la USS” no paro de pensar en mi condición laboral de académica. Entre docentes y académicos universitarios esta ha sido una conversación constante en los últimos días.
Al final de cada año debo ingresar mis compromisos académicos a una plataforma de la universidad que algunos denominan la “utopía”. Se debe asignar a las horas de la jornada las actividades que se realizarán el siguiente año académico, plan de trabajo que se discute con la decanatura y que debe ser aprobado. Las horas de docencia de pregrado están previamente cargadas al sistema, y el resto de las horas se completan con labores de docencia de posgrado, investigación, publicaciones, vinculación con el medio y gestión académica.
Todas estas tareas entran en la supuesta jornada laboral conforme al contrato. Es un ejercicio más bien de suma y resta para poder calzar las horas, cuánto le doy a esto, cuánto le quito a lo otro. Todo el ejercicio resulta al final de cuentas una ridiculez, cuestión compartida en mi comunidad de colegas.
Cada dos años, soy evaluada por esos compromisos en docencia, investigación, publicaciones, gestión, vinculación con el medio. Algunos colegas alcanzan la calificación de excelencia, y tienen sin duda un fuerte compromiso con su trabajo y una intensa jornada laboral. Se nos califica por la solidez de la contribución académica, medida en la actualidad por factores que responden a las métricas de artículos indexados necesarios para un sistema de financiamiento universitario y, en algunos casos, que no reflejan el real y medible impacto del trabajo en los diversos ámbitos de la disciplina y, sin dudas, de las políticas públicas.
La pregunta que me ha rondado con todo este escandalito –side issue menor del principal, que es la investigación por tráfico de influencias y otros tantos delitos– es cuántas horas tiene el día, y esto no solo por Cubillos sino también por Guerra, Matus y la propia Vivanco.
Estoy segura de que el salario de Cubillos no es el único desproporcionado en esa casa de estudios (y en otras), habida consideración de la cantidad de horas que podría, una persona con alguna vida social y/o familiar, conciliar con su trabajo. Por ejemplo, Guerra tiene un estudio jurídico en el que suponemos invierte tiempo real en él, trabajaba a su vez en una municipalidad, tiene una cantidad de horas de docencia por 6.6 millones al mes en una universidad y hace clases en otra. Algo no me calza.
Tampoco con Vivanco, supuestamente con restricción horaria para docencia, conforme a lo establecido por las reglas del Poder Judicial, e impartiendo docencia, quien sabe por cuánto dinero, en la cuestionada Universidad San Sebastián, mientras mantiene cátedra en la Pontificia Universidad Católica. Algo similar puede ocurrir con Matus, que mantiene contrato de investigador y docente en la USS. Me pregunto cómo lo hacen si dicen cumplir con todos sus compromisos académicos y laborales.
El argumento en contra será: y, bueno, si yo logro hacerlo todo, ¿qué importa cuántas horas destino?, y quizás ahí hay otra pregunta que uno debiera intentar responder, y que tiene múltiples respuestas. Por un lado, decir que si me pagan ese número de horas debo trabajarlas, si logro hacer todo en menos horas, entonces están mal asignadas las horas; pero quizás más importante es que, en la medida que destino horas de mi jornada universitaria a otras actividades que son remuneradas por otros, ¿a quién me debo realmente?, ¿ante quién respondo por mis ideas (fundamental en la academia, que se mide por contribución intelectual)?
Si yo destino mis horas de jornada académica a otros objetivos intelectuales, lo más probable es que mi contribución académica se confunda con ella, entonces, ¿mis ideas serán producto de la investigación independiente o de quien me paga más?
Mi experiencia trabajando en un solo lugar, es que el trabajo consume mi vida y reduce la mayor parte de las veces mi tiempo para espacio social y familiar. Al igual que Guerra, y como él señala en un chat con Hermosilla, también tengo hijos que educar.
En la academia en derecho también se produce la misma situación, con docentes a jornada completa, algunos con “pitutos” relevantes, conocidos y aceptados por las autoridades. Algunos de ellos los entendemos como un aporte al prestigio de la casa de estudios, es el “valor del rostro” o reconocimiento en el espacio público. En otros casos, ello nunca me ha quedado tan claro.
Qué significa meritocracia en el espacio académico no es una cuestión poco debatida, especialmente entre las mujeres. Las dimensiones de género, a propósito de los dichos de Cubillos, también aparecen como una bofetada frente a la realidad descrita. Los estudios realizados en el marco del proyecto InES Innovación en Educación Superior sobre brechas de género, en que participan diversas universidades –todo ello financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo–, mostró el año pasado las importantes brechas que experimentan las mujeres. Comienzan una vida académica y luego desertan de ella, pues las condiciones son adversas en la dura competencia.
Otra frase conversada entre académicas de distintas universidades es que las mujeres somos “buenas en la gestión”, reproduciéndose, en efecto, la división sexual del trabajo en el ámbito de la educación superior, entregando esas tareas fundamentalmente a mujeres y, cuando lo hacen varones, ellos reclaman la necesidad de asistencia adicional.
Si el discurso es “la universidad es libre de fijar los salarios” o, como alguna vez escuché, “soy mejor [que ustedes] en la negociación”, significa, en los hechos, que hay otros factores que están en juego. No solo es el mérito. Ciertamente esta discusión debe plantearse con una mirada crítica del mundo de la educación superior.
Pero sin dudas –suelo no hablar con eufemismos y menos con siutiquería– está mal pelado el chancho, además de no alcanzar las horas del día.
- El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.