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¿Cómo enfrentar la decadencia del fútbol chileno desde la pedagogía? Opinión

¿Cómo enfrentar la decadencia del fútbol chileno desde la pedagogía?

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Es importante no perder de vista que el fútbol es, ante todo, un juego. Y como todo juego, debe ser fuente de recreación, alegría y encuentro. Su dimensión lúdica no solo entretiene, también educa y socializa. Permite estrechar lazos, conocer otras realidades y construir comunidad. 


Que el fútbol chileno atraviesa una crisis no es novedad. La falta de resultados, la escasa proyección y el deterioro general del espectáculo han sido ampliamente diagnosticados, especialmente a raíz de los malos resultados en competencias internacionales. Pero más allá de las decisiones dirigenciales o la gestión de los clubes, es posible ampliar la mirada y abordar este problema desde sus raíces culturales, educativas y sociales, donde la pedagogía y los procesos formativos iniciales pueden aportar de forma significativa.

Para comenzar, es fundamental que la enseñanza del fútbol respete las etapas de desarrollo de niños y niñas. La iniciación debe estar centrada en lo lúdico, fomentando la familiarización con el entorno y los implementos de juego, para luego avanzar gradualmente hacia el desarrollo de habilidades motrices básicas. En esta etapa, el principio de “jugar para aprender” resulta clave.

A medida que los estudiantes crecen, es posible introducir progresivamente los fundamentos técnicos como el control, el pase, la conducción, el tiro y el juego aéreo. Solo una vez consolidados estos aprendizajes, se puede transitar hacia el desarrollo de capacidades físicas específicas y la incorporación de aspectos tácticos del juego.

El fútbol escolar representa un espacio privilegiado para esta formación. Desde una perspectiva pedagógica, es posible generar entornos seguros, inclusivos y motivadores, donde la práctica del deporte sea masiva y con sentido. Cursos de formación general, talleres y selecciones pueden convertirse en instancias para enseñar no solo habilidades técnicas, sino también valores, trabajo en equipo y convivencia. Esto requiere de metodologías adaptadas a las distintas etapas educativas, con progresión, pertinencia y coherencia.

Como profesores y entrenadores, tenemos la responsabilidad de reencantar a los estudiantes con el fútbol desde una propuesta integral. Una formación que promueva el respeto, el esfuerzo, el juego limpio y el disfrute. Prevenir conductas antideportivas, peleas o actitudes violentas no pasa solo por sancionar, sino por educar desde la base. La Educación Física, desde la escuela, puede y debe ser un espacio clave para cultivar estos valores desde edades tempranas.

Es importante no perder de vista que el fútbol es, ante todo, un juego. Y como todo juego, debe ser fuente de recreación, alegría y encuentro. Su dimensión lúdica no solo entretiene, también educa y socializa. Permite estrechar lazos, conocer otras realidades y construir comunidad. 

Por otra parte, fomentar una cultura deportiva sólida es indispensable. Ayudar a los jóvenes a comprender el nivel de compromiso y profesionalismo que exige el alto rendimiento debe comenzar en las primeras etapas formativas. Del mismo modo, es necesario contar con iniciativas deportivas con claros objetivos a mediano y largo plazo, que permitan a los jóvenes proyectarse en este camino.

Finalmente, enseñar fútbol es mucho más que transmitir técnicas. Es formar personas. La manera en que se aprende y se enseña este deporte define tanto a entrenadores como a estudiantes. Una metodología bien concebida deja huellas profundas: construye identidades, marca trayectorias y puede convertirse en el punto de partida de transformaciones significativas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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