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El valor incalculable del arte: una respuesta a la provocación de Parisi Opinión Archivo

El valor incalculable del arte: una respuesta a la provocación de Parisi

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Álvaro Ramis Olivos
Por : Álvaro Ramis Olivos Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAcademia). Teólogo, doctor en filosofía
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Parisi no solo invisibiliza a miles de profesionales que hoy trabajan en el campo artístico, sino que también exhibe una comprensión reduccionista y empobrecida del desarrollo humano. La pregunta que debemos hacernos no es si el arte es una profesión, sino cómo seguir expandiendo sus fronteras.


Recientemente, Franco Parisi, ese candidato que se autoproclama “disruptivo”, soltó sin pudor que “el arte no es una profesión”. La frase, lanzada con la misma ligereza con la que suele despachar sus controvertidos diagnósticos económicos en redes sociales, no solo revela una crasa ignorancia sobre el arte como campo profesional, sino también un desprecio preocupante por quienes dedican su vida a esta disciplina.

Pero ¿qué podemos esperar de alguien que parece reducir el valor de las cosas a meros números en una hoja de cálculo? La afirmación de Parisi no es solo una anécdota más de su larga lista de declaraciones polémicas, sino un reflejo de una mentalidad peligrosa que amenaza con socavar el reconocimiento del arte como un pilar fundamental en nuestra sociedad.

El arte no es solo una profesión, es una necesidad. Implica un vasto campo de conocimientos especializados, una formación rigurosa y competencias técnicas y éticas que muchos subestiman. Desde una actriz que transforma espacios públicos en lugares inclusivos hasta el ilustrador que da vida a la industria editorial o la productora musical que enriquece producciones audiovisuales, la profesionalización del arte genera empleos, impulsa economías culturales y contribuye al bienestar colectivo. Reducirlo a un simple “pasatiempo” es un insulto a la inteligencia y al esfuerzo de miles de profesionales.

Decir que el arte “no es una profesión” es ignorar deliberadamente que en Chile existen universidades e institutos que ofrecen carreras de pregrado y postgrado en artes visuales, música, danza, teatro, gestión cultural y diseño. Es hacer oídos sordos al hecho de que las industrias creativas, un sector en auge en la economía global, dependen de profesionales que han dedicado años a perfeccionar su oficio. Es minimizar cobardemente el rol del arte en la educación, la salud mental, la memoria histórica, la innovación tecnológica y la diplomacia cultural.

La informalidad que afecta a muchos trabajadores del arte no es una prueba de que no sea una profesión, sino un síntoma de una sociedad que aún no valora plenamente su impacto. Como cualquier campo laboral, el arte requiere políticas públicas que garanticen su desarrollo sostenible, condiciones contractuales dignas y programas que fortalezcan su relación con otras áreas del saber.

Reducir el arte a un “hobby” o una actividad ornamental es no solo una ofensa, sino también una muestra de miopía intelectual. El arte forma y transforma sensibilidades; educa, comunica, interpela, consuela. Y quienes lo ejercen como profesión, lo hacen con el mismo compromiso que un médico, un ingeniero o un abogado: estudiar, trabajar, especializarse y aportar a la sociedad desde su saber hacer.

Parisi, con su frase, no solo invisibiliza a miles de profesionales que hoy trabajan en el campo artístico, sino que también exhibe una comprensión reduccionista y empobrecida del desarrollo humano. La pregunta que debemos hacernos no es si el arte es una profesión, sino cómo seguir expandiendo sus fronteras para que cada vez más personas encuentren en él un espacio legítimo de trabajo, creación y aporte social.

Porque en un mundo dominado por la inmediatez y la lógica despiadada del mercado, el arte sigue siendo un acto profundamente profesional y necesario: construir sentido donde otros solo ven mercancía. Y eso, señor Parisi, es algo que ni sus cálculos ni sus provocaciones podrán nunca cuantificar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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