Publicidad
La decadencia del debate político chileno: cuando los “guarangos” abundan Opinión

La decadencia del debate político chileno: cuando los “guarangos” abundan

Publicidad
Felipe Harboe
Por : Felipe Harboe Senador del PPD y ex subsecretario del Interior.
Ver Más

Ha llegado la hora de sacudirnos la mediocridad y convocar a los mejores, a quienes sienten la vocación de servir y no de servirse, a quienes ponen la patria por delante del aplauso instantáneo. Chile no merece otra década de retrocesos. La historia nos está mirando y la posteridad nos juzgará.


Hace apenas una década, la política chilena con todos sus defectos mantenía estándares de seriedad y preparación que hoy parecen reliquias. Entonces, el populismo tosco, la improvisación, ramplonería y la mediocridad legislativa eran la excepción. Hoy, lamentablemente, se han vuelto regla. Salvo honrosas excepciones, asistimos con preocupación al despliegue de un parlamentarismo que privilegia la polarización y el aplauso fácil por sobre el rigor argumentativo, la evidencia y la responsabilidad democrática.

Nos enfrentamos a un espectáculo lamentable en que la urgencia de los problemas reales se diluye ante la construcción de realidades paralelas, alimentadas por la era de las burbujas digitales. Cada legislador parece hablarle solo a su tribu, satisfecho con sus likes y retuits o viewers en TikTok, sin percatarse de que el país se hunde en inseguridad, desconfianza, estancamiento y desesperanza.

Es doloroso constatar que, mientras nos acostumbramos a saber de chilenos que son asesinados a diario, niños son abusados en los centros de “cuidado”, las cárceles son dominadas por bandas criminales, el crimen organizado penetra instituciones y la corrupción campea ante la mirada pasiva de las autoridades, nuestra clase política sigue absorta en disputas menores, privilegiando cálculos electorales sobre la dignidad y el bienestar de la nación.

Resulta vergonzoso ver a legisladores impedidos de repostular en su cargo que se cambian de Cámara para burlar el sentido de la ley, o a otrora parlamentarios que claman volver al ser incapaces de sostenerse sin el cheque estatal a fin de mes. Chile, al decir de los uruguayos, se ha convertido en un país de “guarangos”, personas maleducadas, groseras, inciviles, ramplonas, superfluas, irrespetuosas entre ellas y con los otros, denostando una actividad noble como la política.

Es a esos guarangos a quienes debemos desterrar de la política, expulsarlos de la comodidad presupuestaria y exigirles que se ganen la vida fuera del Estado. No hay razón para que los trabajadores y trabajadoras públicos y privados, emprendedores y empresarios, que se esfuerzan diariamente y cumplen sus obligaciones, financien licencias fraudulentas, paros sin sanciones, carpetas olvidadas en escritorios polvorientos o prolongadas jornadas destinadas a “operar” en vez de trabajar.

Chile puede y debe mucho más. Debemos recuperar la esperanza y la ambición de crecer por sobre el 5% anual, de reducir la victimización a niveles previos a la pandemia, de sentir orgullo por su servicio público y su Parlamento, y de pagar impuestos con la tranquilidad de que serán bien utilizados. Como afirmó Aristóteles, “la política es el arte de hacer posible la vida buena”. Hoy estamos lejos de ese ideal, aunque no es inalcanzable, pero para ello hay que pensar fuera de la caja y tener coraje para tomar decisiones impopulares, pero correctas para el país.

Nuestro desafío es inmenso: debemos construir un nuevo propósito para Chile. Aspirar a estándares de países como Japón, Corea del Sur o Portugal y rechazar firmemente un nuevo intento de dividirnos por etnia u orientación sexual, de desmembrar nuestro territorio y crear justicias distintas como querían los autores y defensores del “mamarracho constitucional”, que siguen soñando con reinstalar esas discusiones ampliamente rechazadas por la ciudadanía real.

Chile no puede integrarse al club de las autocracias o cleptocracias que hoy aparecen en el mundo y que amenazan las libertades y el respeto al Estado de derecho. La política chilena debe volver a ser la gran herramienta de construcción de la república, de estabilidad y progreso que fue durante los 90 (aunque a algunos les moleste).

Ha llegado la hora de sacudirnos la mediocridad y convocar a los y las mejores, a quienes sienten la vocación de servir y no de servirse, a quienes ponen la patria por delante del aplauso instantáneo. Chile no merece otra década de retrocesos. La historia nos está mirando y la posteridad nos juzgará. Es tiempo de despertar y de recuperar el orgullo de ser chilenos, de sostener en alto la bandera chilena y defender la democracia del diálogo con exclusión absoluta de la violencia, de trabajar por un proyecto común que nos eleve a la altura de nuestros sueños.

Porque Chile no está condenado a ser un país de guarangos: está llamado a ser un país grande, digno y libre, con gente abnegada y dispuesta a dialogar e, incluso, cruzar esas fronteras imaginarias del Chile de ayer que no se justifican en el de hoy. Y ese llamado, hoy más que nunca, nos convoca a todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad