
¿Se aprende a ser más o menos ético en las organizaciones?
En épocas en que nos encontramos “bajos de moral”, cabe preguntarse qué lugares desempeñan hoy un rol fundamental en la forja del carácter.
La palabra ética proviene del griego ethos que alude al carácter, la personalidad, las costumbres de un individuo o grupo. De esta forma, decía Aristóteles en Ética a Nicómaco, vamos comportándonos correcta o incorrectamente a lo largo de nuestra vida y vamos generando una predisposición a actuar en uno u otro sentido.
Afortunadamente, no solo se trata de personas que ingresan a una empresa u organización y que ya vienen con un capital ético desde la niñez, sino que las personas pueden cultivar algunos valores y aprender a ser más o menos éticos. Al final del día, somos lo que repetidamente hacemos. La excelencia no se constituye en un solo acto, sino que va constituyendo un hábito.
La pregunta que surge es si en verdad estamos considerando el desarrollo ético de los empleados en las diversas organizaciones y en el largo plazo.
Lo cierto es que habitualmente las organizaciones manifiestan esfuerzos en capacitaciones éticas en los procesos de inducción y en la difusión de códigos de conducta y canales de denuncia que ayudan a descubrir incumplimientos, pero que no ayudan demasiado al cultivo de valores.
Lo que pasa es que el aprendizaje ético es un proceso que dura toda la vida y es simplista reducirlo a una lista de conductas debidas o indebidas contenidas en un código de ética o de conducta en los negocios. Se trata, en el fondo, de un proceso reflexivo que debemos incentivar en los miembros de la organización para que logren experiencia resolviendo problemas éticos de la vida diaria y que posibilite actuar correctamente de manera más intuitiva más adelante.
Investigaciones de ciencias del comportamiento son contestes en concluir que, ante dilemas morales, recurrimos a prototipos o modelos mentales (Kahneman y Tversky). Nuestra evolución moral nos exige ampliar y actualizar esos prototipos a medida que ganamos experiencia. Por lo tanto, además de preparar a las personas para los desafíos éticos de cada día, los empleadores debieran fomentar un entorno de integridad que las anime a ser más éticas a largo plazo mediante la práctica de la reflexión ética.
En épocas en que nos encontramos “bajos de moral”, cabe preguntarse qué lugares desempeñan hoy un rol fundamental en la forja del carácter. ¿Dónde se está produciendo el aprendizaje moral? ¿En la iglesia? ¿En la junta de vecinos? ¿El club de barrio? ¿Las conversaciones con amigos y familiares?
Algunos de estos lugares en que tradicionalmente se accedía a la reflexión moral hoy han perdido importancia y otros la han ganado, como el lugar de trabajo. Un empleado pasa más tiempo en la empresa que en su casa o con amigos. ¿Cómo podría el trabajo no afectar nuestro pensamiento y nuestras acciones morales?
Por otra parte, los problemas éticos en el trabajo son distintos y únicos. ¿Sobornaremos a un funcionario público o privado para ganar esa licitación?, ¿pediremos boletas por servicios no prestados para aumentar nuestros gastos y no pagar tanto impuesto progresivo?, ¿hablaremos o callaremos ante situaciones injustas o abusos?, ¿usamos éticamente los beneficios sociales, las licencias, los permisos?
En nuestros trabajos tenemos normas que respetar, clientes que atender, contratos que cumplir y comunidades con las que interactuar. La experiencia con cada uno de estos factores puede fomentar el aprendizaje ético con el tiempo e ir ayudando en la forja del nuestro carácter, del carácter de las organizaciones y de nuestra nación.
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