
Primera vuelta presidencial: ¿hay espacio para el comercio internacional?
¿Seguridad o inseguridad alimentaria?: por décadas, hemos dependido del mercado internacional para alimentarnos de manera razonable.
Es decepcionante, pero parece que no hay espacio para el comercio internacional en estas elecciones. Tal como hoy se están desarrollando las campañas, queda claro que el comercio internacional, en el mejor de los casos, tendrá solo un lugar menor. Es cierto, también, que primero deben ganarse las elecciones y, para ello, los candidatos deben presentar aquellos temas que generan mayor inquietud y preocupación en Chile.
La seguridad o, más bien, la inseguridad y la delincuencia, la inmigración ilegal, el estado de la economía y del empleo, las pensiones miserables y la salud, entre otros temas, llevan la delantera. Y ahora, con la salida de Mario Marcel del gabinete, se suma la “responsabilidad fiscal”, tema al que –curiosamente– casi todos parecen adherir. Así, a pesar del importante rol que tiene el comercio en una economía tan abierta como la nuestra, este no está siendo priorizado en la abultada agenda de estas elecciones.
En necesario recordar, sin embargo, que sucesivas administraciones –salvo al comienzo del retorno a la democracia– ya habían renunciado a la responsabilidad de proponer y desarrollar una política pública en este ámbito, dejando que –en lo fundamental– sean los “privados” los que conduzcan el destino de nuestro comercio internacional, vía sus gremios y empresas. Sí, lo sé. Es grave lo que propongo, pero me responsabilizo de estas palabras.
Básicamente, a diferencia de lo que ocurre en las principales potencias económicas globales –y más allá de una “política” de apertura económica indiscriminada–, no tenemos una política pública de comercio internacional. El Estado se ha retirado de este ámbito, dejando las principales decisiones sobre nuestro comercio en manos de los gremios y empresas. Las últimas administraciones se han limitado a enfrentar “imprevistos” e “irregularidades”, intentando resolver las dificultades que aparecen en el incierto mercado global.
Nada es más evidente que lo que ocurre con nuestro comercio agrícola y alimentario (comercio agroalimentario, en adelante) que, como sabemos, está sujeto a enormes distorsiones; distorsiones que resultan de la intervención de los gobiernos –en especial de las potencias económicas– y de las vicisitudes del fluctuante y cambiante clima y medioambiente. Así, hemos dejado en manos del “mercado” decidir el “destino” de nuestro comercio, renunciando a una política comercial agroalimentaria proactiva para Chile, que nos permita crecer, avanzar y desarrollarnos con igualdad.
Hoy está en peligro nuestra seguridad alimentaria, hemos renunciado (o dejado a nivel de declaraciones) a la “diversificación” económica, y nos olvidamos de “agregar valor” a nuestras exportaciones, así como de priorizar, diversificar y desarrollar mercados de manera efectiva y, ciertamente, hemos dejado de lado las declaraciones y compromisos con la protección del medioambiente.
Debo dejar en claro que soy de los que cree que, en una sociedad democrática, el Estado puede y debe “conducir”, siendo propositivo, y promoviendo e incentivando el comercio, pero no puede forzar a las empresas. Estas irán donde haya o puedan hacer buenos negocios. Y es bueno que sea así. No obstante, las últimas administraciones han renunciado a la conducción de nuestra política comercial agroalimentaria –o, alternativamente, han sido totalmente ineficientes–, dejando que el “MERCADO”, literalmente, “nos conduzca de la nariz”.
Lamentablemente, todo hace pensar que las “candidaturas” presidenciales, más allá de declaraciones puntuales, no modificarán esta tendencia, renunciando a esta importante responsabilidad. En la presente columna, espero ilustrar resumidamente esta propuesta, y en algunas próximas notas, desarrollar en mayor detalle estos argumentos.
¿Seguridad o inseguridad alimentaria?: por décadas, hemos dependido del mercado internacional para alimentarnos de manera razonable. A mediados del siglo pasado, dependíamos del programa de ayuda alimentaria de los EE.UU., suspendido abruptamente durante la administración de Salvador Allende. Con la apertura económica se nos dijo que el mayor acceso al mercado internacional resolvería los problemas de abastecimiento alimentario. Más tarde, inventamos el lema de “Chile Potencia Alimentaria” y pusimos todas muestras energías en la producción y exportaciones de frutas, pero descuidamos a la agricultura campesina y la producción de alimentos básicos.
Desde comienzos de este siglo, las importaciones agroalimentarias han crecido rápidamente, a casi el doble de la velocidad de nuestras exportaciones. Hoy importamos más de 10.560 millones de dólares (promedio 2020 – 2024), en alimentos y otros productos agrícolas. Acá ciertamente influye el crecimiento de la población, el aumento del ingreso y la diversificación del consumo alimentarios, pero es claro que “no somos capi” de abastecernos internamente, especialmente de alimentos básicos.
Donde más estamos “flaqueando” es en las importaciones de carnes y productos lácteos, incluso en alimentos del mar. Su valor ha crecido en más de ocho veces en las dos últimas décadas, y alcanza a valores de 2.000 millones, 418 millones y 106 millones de dólares, promedio anual (2020 – 2024) (Base de datos ONU – ITC). No obstante, estas cifras no deben hacernos olvidar las grandes importaciones de cereales, así como de grasas y aceites que se elevan, respectivamente, a más de 1.456 millones y 1.006 millones de dólares, y que nos causaron tantos dolores de cabeza durante la pandemia.
La actual administración intentó abordar este tema con el estudio pomposamente titulado “Estrategia Nacional de Soberanía para la Seguridad Alimentaria”, pero, como sugiero en una columna anterior, creo que el Ministerio de Agricultura quedó muy “corto” (El Mostrador, 9 julio, 2023; “¿Soberanía y seguridad alimentaria? Hasta por ahí nomás”).
¿“Agregación” de valor?: aún no lo veo. Durante décadas, bajo el lema de “Chile Potencia Alimentaria”, hemos sido los campeones de las exportaciones de frutas o, al menos así lo creímos. Nos enfocamos en ser los “primeros” y pusimos mucho “ñeque” en ningunear las exportaciones de nuestros competidores. Nos centramos en exportar más y más, pero no pusimos suficiente energía en agregarle valor a nuestras exportaciones agroalimentarias.
Comparando el comportamiento de los principales rubros que exportamos, puede verse claramente esta tendencia, aun cuando las cifras de exportaciones a dos dígitos carezcan de detalles. Las cifras de carnes y alimentos del mar refrigerados o congelados (HS02 + HS03) ilustran cómo las exportaciones de estos productos de bajo valor o –incluso– sin valor agregado, crecen mucho más rápido que estos mismos productos, cuando son exportados como “preparaciones” (HS16). De hecho, más de cuatro veces más rápido. En el caso de frutas y hortalizas frescas (HS07 y HS08), vis a vis preparaciones (HS20), la diferencia es menor pero aún importante.
Otro ejemplo que ilustra la enorme diferencia existente con “la agregación de valor” son nuestras exportaciones de miel a Estados Unidos. La miel chilena exportada a granel a ese mercado tiene actualmente un valor de importación aproximado de $2,70 dólares por kilo. Envasada y comercializada en tiendas especializadas puede alcanzar a $20 dólares, o más, el kilo. No obstante, casi la totalidad de nuestras exportaciones de miel a EE.UU. en la presente temporada ha sido a granel (USDA – AMS).
¿“Diversificación” o “dispersión” de mercados?: ante la falta de objetivos y prioridades claras, la búsqueda de “diversificación” de mercados, más que a la “diversificación”, ha conducido, al “abandono” o “cuasipérdida” de mercados altamente desarrollados como el de los EE.UU., de la UE y de Japón. De hecho, estos no han sido trabajados, desarrollados y consolidados de manera efectiva y, en los últimos años, por el contrario, el esfuerzo se centró en la búsqueda de nuevos nichos, principalmente en países de Asia, el Medio Oriente y África.
Estos nichos, dispersos y para productos de menor o de bajo valor agregado, no terminan de despegar, a pesar de la inversión en Agregadurías Agrícolas, entre otros países, en Corea, India, Indonesia y, recientemente, en Vietnam, que –en mi opinión– es totalmente irrelevante, excepto para un puñado de grandes empresas. Y para ello, también hemos abandonado América Latina, donde solo se trabaja con la Oficina Agrícola en Brasil, pues la de México no ha contado con un agregado agrícola, entiendo, por más de dos años.
La concentración de nuestras exportaciones agrícolas y alimentarias en EE.UU., China, Brasil; Japón y México, aumentó del 58% al 62% en las dos últimas décadas. Y Asia –incluyendo la voracidad de China por nuestras cerezas, carnes, salmón y vinos– se ha transformado en el principal destino de nuestras exportaciones, concentrándose en pocos países y productos.
Y si sumamos la creciente “fragilidad” de nuestra seguridad alimentaria, y las dificultades (¿incapacidad o falta de interés?) para agregar mayor valor a nuestras exportaciones, así como la creciente vulnerabilidad del medioambiente, junto a las mayores presiones sobre nuestros escasos recursos naturales, se configura un muy complicado escenario para el sector agroalimentario. Este excede, por mucho, lo que podemos esperar del “mercado” y debe ser enfrentado mediante una política de Estado, política que hoy es inexistente.
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