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Técnica (IA) y proletarización de la memoria Opinión

Técnica (IA) y proletarización de la memoria

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Javier Agüero Águila
Por : Javier Agüero Águila Dr. en Filosofía. Centro de Formación Integral, Universidad de los Lagos
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Frente a este nuevo mundo que viene por el antiguo buscando su desaparición, solo quedará resistir desde los intersticios de una época que se termina y un tipo de sociedad que se vaporiza; intentando que lo más allá de lo humano no acabe por reemplazar las pasiones y construir otra historia.


Primero sería necesario hacer la diferencia entre “técnica” (technē en griego) y “tecnología”. Como lo apuntó con total claridad Martin Heidegger en La cuestión de la técnica (1954) “[…] la esencia de la técnica no es en absoluto nada tecnológico”. La tecnología está relacionada con la idea de avance o progreso, la técnica en cambio es, en general y en cualquier periodo de la historia, la artificialidad que media entre los seres humanos y su entorno. 

Ahora, y no obstante lo anterior, el filósofo Bernard Stiegler escribía lo siguiente en el año 2005: “Por tanto, las singularidades no son, en modo alguno, lo que elude la técnica o el cálculo, sino lo que se constituye, por el contrario, mediante la práctica de las técnicas, de las tecnologías y del cálculo” (“Manifiesto Ars Industrialis”).

Si seguimos a Stiegler en esta perspectiva, veremos que lo humano –“singularidades”– no se relaciona con la técnica contemporánea como algo externo o suplementario que de manera sustantiva constituye su idea de mundo, sino que lo humano, al día de hoy, “es” esta externalidad, “es” la técnica. A partir de una extraña alquimia devenida tecnología, lo que habría ocurrido es que lo digital no solo se volvió un espacio virtual en el que nos relacionamos con otros sin necesidad de que esos otros estén presentes, sino que somos eso digital/virtual que progresivamente se ha sedimentando en nuestras prácticas y modos de habitar el mundo, con tal intensidad recurrentes y repetitivas, que no es posible sino “ser’ en relación con lo no-humano. 

En esta región se construye entonces nuestra única posibilidad de entrar en un hábitat: y es donde se despliega, igual, la capacidad de un yo para estar incluido. Sin el acceso a la técnica en la era digital, el yo desaparece o es lanzado a una periferia en la que, de plano, no es, no ficha. Sale del mundo. Está des-conectado.

En esta misma dirección, y en un texto titulado Lo que hace que la vida merezca ser vivida (2015), Stiegler se pregunta “¿Qué es el ser inhumano? Es el que no es capaz de prometer”. Este pasaje es decisivo toda vez que pretendemos pensar los avances paquidérmicos de la IA o de cuáles sean los nuevos descubrimientos en materia de la robotización, por ejemplo. Y lo es porque “lo inhumano” robotizado puede dar con todas las combinaciones algorítmicas posibles para producir algún tipo de patrón cercano a lo humano e, incluso, una IA sería capaz de tener emociones, como lo ha planteado la denominada “neuro-robótica”. Mas, solamente un humano puede prometer; y puede hacerlo porque esa promesa es para siempre falible, puede o no ser cumplida, desviarse en de su propio trayecto de promesa. El humano puede traicionar porque no funciona según pautas artificiales o en base a la repetición de patrones que organizan una acción. En nosotros está la bondad y la maldad, la virtud y la decadencia, el amor y la furia, en fin; nada de esto es una adquisición artificial, sino que son pasiones que nos vienen de la misma manera adheridas. 

La máquina, en un porcentaje altísimo, va cumplir lo que promete. Es casi 100% honesta. No va a fallar salvo que se produzca una alteración de cálculo. Lo no-humano no puede prometer y traicionar a la vez, solo está digitado para cumplir funciones a todo orden. Nosotros en cambio, nuestra misma “naturaleza”, está definida por las pulsiones y lo veleidoso que no tiene destino programado, sino que puede errar (en el sentido de error y de errancia) sin atender a esa promesa inicial que en algún momento lanzamos a un devenir precipitado que jamás atenderá a un diseño. La condición de este devenir es, precisamente, no tener condición: “Juro amarte para toda la vida”: esta promesa tiene, en sí, toda la vida para corromperse. 

Ahora, en el mismo libro citado Bernard Stiegler dirá que “[…] las tecnologías industriales se han transformado en las armas de destrucción de ecosistemas, de las estructuras sociales y de los aparatos psíquicos”. En este punto es importante destacar que lo digital produce una forma de industrialización; una industria del consumo y, por lo tanto, un proceso de “proletarización” que implica a su vez un tipo de explotación que nos impacta desde otra dimensión. Al decir proletarización no nos situamos en la proyección marxista decimonónica –aunque es explicativa–. En Stiegler la proletarización de cara a las tecnologías industriales alcanza a todo el mundo contemporáneo, sin distinciones. En esta dirección, es necesario, y aquí sí la referencia a Marx es específica, comprender que este fenómeno ha devenido en pauperización a todo orden; generando formas de vida automatizadas y atomizadas, al tiempo que nuestra propia psiquis se ve arrasada por esta industria del consumo industrial de tecnologías que terminan por apartarnos de cualquier espacio colectivo real, erosionando nuestras percepciones y generando una bipolaridad que es sentida como natural. 

Vivimos en dos mundos, ambos nos constituyen. Lo humano y lo inhumano danzando juntos en un escenario coreografiado por algún taumaturgo de Silicon Valley, en el que el imaginario y sentimiento de comunidad está desahuciado sino definitivamente extinto (las universidades son un buen ejemplo de esto al día de hoy). Hablamos de una industria de la deshumanización.

Solo apuntar, finalmente y como nuevamente lo señala nuestro filósofo, que “la exteriorización de la memoria y de los saberes, cuando alcanza el estadio hiperindustrial, es al mismo tiempo lo que extiende su poder sin límite y lo que permite su control” (Anamnesis e hipomnesia, 2009). Esto es alarmante, a lo menos, en el entendido que la memoria de los individuos se exterioriza y se guarda –o resguarda– en aparatos digitales, dispositivos electrónicos como los teléfonos celulares o las computadoras, relojes “inteligentes”, etc. Esto produce un “relajo del yo” que observa cómo toda su vida tiene un zona y registro lateral que puede almacenar infinita información sin necesidad de que él tenga que gastar espacio en su propia memoria para cuidar algún recuerdo, para ir a buscar en algún lugar recóndito de su mente un momento feliz que ha olvidado (pensemos en la sección de Facebook llamada “tus recuerdos”). La cuestión, para Stiegler, es cómo volvemos a recuperar esa memoria que se fugó y devolverla al yo; un proceso de interiorización en el que los recuerdos, se nos devuelvan, sean nuestros.

Frente a este nuevo mundo que viene por el antiguo buscando su desaparición, solo quedará resistir desde los intersticios de una época que se termina y un tipo de sociedad que se vaporiza; intentando que lo más allá de lo humano –lo post-humano– no acabe por reemplazar las pasiones y construir otra historia. Una donde el destino de la humanidad, tristemente, sea subalterno del gran destino de la máquina.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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